REVISTA N° 9 | AÑO 2011 / 1
La familias en la teoría vincular.
HOMENAJE A ISIDORO BERENSTEIN
La familia en la teoría vincular.
Acerca del pensamiento de Isidoro Berenstein
ELVIRA A. NICOLINI
Estos apuntes quieren ser un homenaje al pensamiento y a los desarrollos teórico-clínicos que Berenstein nos ha propuesto entre el 1970 y el 2011. Por esta razón (y sin alguna intención de ser exhaustivos) se detienen en algunos conceptos centrales de su reflexión sobre la “Teoría Vincular”, con la intención de rescatar su originalidad y el cuidado con el cual ha profundizado sea la singularidad del objeto de estudio, sea la especificidad de un particular dispositivo clínico, esto es el del psicoanálisis de pareja y familia. Este itinerario de pensamiento, verdaderamente fecundo y en dialogo con J. Puget, ha nutrido y continúa siendo el fundamento y el principal punto de referencia, en este ámbito, de la escuela psicoanalítica argentina.
Acerca de la Teoría del Vínculo
Berenstein, a lo largo de sus desarrollos, reflexiona una y otra vez sobre esta noción intentando definir sus propiedades y precisar su metapsicología. Una noción que, considerando su complejidad, conserva aspectos oscuros que, en su opinión, requerirían aún hoy, un ulterior despliegue.
En la prehistoria de este concepto (y todavía en los años 70) era sinónimo de “relación” (analítica, familiar, de pareja, con objetos internos y/o externos, con objetos parciales, etc.). Una acepción que él considera excesivamente amplia y genérica, pero que entendía evidenciar el carácter duradero de estos lazos, su estabilidad en el tiempo. Si lo pensamos desde hoy y en lo que respecta a la familia y a la pareja, esta acepción del vínculo entendido como relación duradera muestra en qué medida era compartida la fantasía de su permanencia y estabilidad en el tiempo (más allá de las imposiciones derivadas de convenciones sociales). Una fantasía que ahora es mucho menos compartida y tal vez por ello advertimos su carácter fantasmatico. Hasta los años 70 consideraba los vínculos como «una estructura de tres términos construida por dos polos, los dos yoes o un yo (visto desde sí mismo) y un otro, y un conector (o intermediario) que daría cuenta de la particular manera de ligar a ambos yoes» (2007).
En esta definición permanecen implícitos ciertos aspectos que Berenstein habría desarrollado solo después en una óptica bien diferente: porque por entonces se presumía que cada uno de estos dos yoes ligados tenía «un origen autónomo, derivado de su pasado infantil, y su subjetividad se basase en su identidad» (2007).
Y el A. agrega; «No es fácil pasar a otra concepción donde lo actual y lo pasado son pensables como una suerte de cinta de Moebius temporal y según la cual el vínculo entre dos es un punto de partida del proceso de subjetivación proprio de la pertenencia a ese vínculo, que a su vez liga lo pasado, que parece estar tópicamente en un adentro (la memoria), con lo actual (los sucesos) que está en un afuera. Podemos decirlo en términos de doble inclusión: de un adentro que contiene a ese afuera y un afuera que contiene a un adentro, o un pasado que contiene a un presente que, a su vez, contiene a ese pasado».
Efectivamente no es fácil. Este párrafo, que a mi entender obliga a múltiples lecturas (y, por tanto, razonablemente, les hará preguntarse el motivo por el cual he decidido transcribirlo) rinde de inmediato, más allá de la complejidad del concepto de vínculo, en cual medida se ha desarrollado la teoría vincular. ¿Donde han terminado los tres términos que permitían una descripción tan clara y fácil de compartir de la noción, mencionados apenas antes en el texto que cito – si bien referidos a la concepción dominante más de treinta años antes?
Este párrafo se refiere a las funciones del vínculo, en particular a aquellas que operan como enlace entre pasado y presente[1], entre interno y externo[2], los que, metaforizados por la cinta de Moebius, se vuelven superponibles y se combinan. Las fronteras temporo-
espaciales nítidas que tradicionalmente y en el imaginario sostienen la consistencia egoica y la individualidad se esfuman (sin desaparecer) cuando se trata de un vínculo y se quiere priorizar aquello que sucede entre los sujetos, en ese espacio inter en que se “hace” juntos el vínculo mismo.
La teoría vincular confirma ulteriormente, duplicándolo, el descentramiento del yo que realizara el pensamiento freudiano: efectivamente el vínculo no es externo al sujeto. Lo contiene y lo constituye, y es a la vez constituido por los sujetos que participan en él. Pero este descentramiento del yo no tiene por objeto substituirlo con algún otro concepto. El vínculo puede estar hoy al centro de nuestra reflexión, pero no es el centro de la teorización misma. Posicionar al centro una noción, cualquiera ella sea, equivale a establecer un núcleo duro que amenaza con fijar las relaciones entre los conceptos que componen ese cuerpo teórico, dejando inexorablemente en penumbra otras relaciones posibles, estableciendo un orden de determinación que inmoviliza sus valores y sus recíprocas signicaciones. En consecuencia, pone límites a la posibilidad de innovar, de investigar y de pensar.
Para desarrollar el concepto de vínculo Berenstein parte de las nociones de Bateson relativas a la “relación”, nociones que toman como modelo las particularidades de la visión binocular. Esta última permite una imagen subjetiva única (o integrada) del objeto que se percibe. Esta imagen es el resultado de procesos complejos que organizan y sintetizan las informaciones provenientes de cada uno de los ojos y – cosa muy curiosa y significativa – no ofrece algún indicio de la separación entre aquello que deriva del registro perceptivo de uno o del otro ojo.
Si aplicamos este modelo a los vínculos intersubjetivos (una pareja, una familia, la relación terapéutica, etc.) se concluye que la “relación” no solo es inconsciente, sino también que es un resultado complejo en el que no se advierten los indicios que permitan distinguir la contribución de cada uno de los sujetos que la integran. Ésta una observación muy valiosa.
Además, Bateson muestra que la visión binocular agrega algo nuevo y fundamental: la tercera dimensión, la profundidad, que es solo posible como resultado conjunto de diversos componentes (el ojo derecho y el
pensar y constituir la relación, están en aquella exterioridad en la que se inscribe la relación entre sujetos”.
ojo izquierdo, además de los hemisferios cerebrales). Y por tanto concluye que “una relación es siempre el resultado de una doble descripción” (Bateson, 1979). Cada uno de sus componentes tiene una visión monocular de lo que acontece y solo conjuntamente se obtiene esa dimensión suplementaria que hace posible una visión de profundidad, esto es ver la relación en perspectiva con sus particularidades. Éste es siempre el resultado complejo de más versiones diferentes relativas a aquello que sucede entre los sujetos, en el espacio intersubjetivo.
Bateson lo dice a su modo: «La relación no es interna a la persona individual». Y agrega que «la relación viene antes, es precedente» si bien, como señala Berenstein, la percepción consciente niega esta precedencia y afirma la existencia del individuo separado, una existencia puramente imaginaria.
La precedencia de la relación, o más precisamente del vínculo (respecto de la dimensión del sujeto singular, esto es de lo intrapsíquico) y el carácter inconsciente de las producciones intersubjetivas, constituyen las condiciones de posibilidad y el orígen de particulares formas de padecimiento psíquico que solo devienen accesibles a partir del análisis del vínculo. Se entiende entonces la necesidad de crear dispositivos clínicos específicos que permitan operar con el conjunto en el cual ese padecimiento tiene origen.
¿Pero es cierto que la relación no es interna al sujeto? Aquí se abre una reflexión necesaria. Si consideramos que efectivamente la relación precede y contribuye decisivamente a la constitución de cualquier subjetividad posible y que implica màs de un sujeto, serà necesario admitir que es interna pero también externa al sujeto, y no solo desde el punto de vista descriptivo porque se origina en procesos comunes (si bien no idénticos) a más sujetos (cada uno de los cuales tendrà de ella una visión monocular, su visión).
En los desarrollos más recientes de la teoría vincular, los dos términos presentes ya en la primitiva y más tradicional definición del concepto, reaparecen, aunque con un espesor muy diferente. El “Dos”, según Berenstein y Puget, no es la suma de uno más uno. Vale decir, no remite al ámbito del encuentro de un sujeto y su objeto y tampoco lo es de dos subjetividades si lo entendemos solo como ámbito en el que confluyen las transferencias recíprocas, las complementariedades, las identificaciones y las semejanzas que las unen. No se trata de negar la existencia de estos procesos y sus efectos recíprocos en los lazos que se forman. El “Dos” es una entidad que nace de las diferencias existentes entre esos dos (o más) sujetos y de lo que esas diferencias producen en el encuentro (si lo hay). El vínculo precisamente se constituye sobre la base de aquella ajenidad radical que se vuelve presente (y se “impone”) cuando hay encuentro y lo hace tal. No hay encuentro posible en la continuidad de lo homogéneo, de lo idéntico. «El vínculo es precisamente aquel trabajo de estar juntos en la diversidad y de producir un encuentro», dice Berenstein.
Se trata de una tarea siempre efímera, que deja tras de sí representaciones de un tiempo y de una situación compartidos. Representaciones que cada uno podrá creer sean idénticas al recuerdo del otro: la ilusión, por tanto, de haber sido “UNO” (como sucede durante el enamoramiento), de haber vivido (o de vivir) idénticas emociones, una común percepción y pensamientos y deseos semejantes.
Además, aquella experiencia de encuentro deja tras de sí “una promesa”: la expectativa de reproducirla y de restablecer el UNO. Pero el encuentro sucesivo no será lo mismo (no puede serlo, aunque más no sea por el hecho de que ellos no son los mismos en virtud de las fantasías y las expectativas (que en el precedente encuentro no tenían) que se han recíprocamente creado. Razón por la cual los integrantes del conjunto se encontrarán, de nuevo, en la necesidad de hacer aquel trabajo vincular a partir de las inesperadas diferencias que se presenten entre ellos.
Inesperadas porque exceden siempre la representación de objeto, el propio mundo representacional, porque el otro es, precisamente, otro. Y esa alteridad es insoluble, irrepresentable para nosotros.
Si el trabajo psíquico de representación tiene como condición necesaria la ausencia del objeto deseado, el trabajo vincular exige la presencia del otro (2008). Presencia que no puede ser continua pero que no puede faltar definitivamente. Si faltara duraderamente, el trabajo vincular sería sustituido por el libre juego de las representaciones y de las fantasías. Dejaría de ser lo que acontece en el espacio inter, entre y con otros, para reducirse al mundo interno en su riqueza y variedad. La relación de objeto y el vínculo son dimensiones psíquicas diferentes reguladas por lógicas distintas.
Podría decirse con Berenstein que el vínculo «es una continuidad discontinua o una discontinua continuidad», una cercanía y un compartir asintóticos que exigen ese permanente trabajo con la ajenidad del otro que quiebra la ilusión del UNO y de su completa cuanto imaginaria autosuficiencia. Los reproches y los malentendidos, los “estados de irritación” y de intolerancia entre los componentes de la pareja o de una familia, por ejemplo, son los indicios más frecuentes que testimonian el encuentro con la otredad insoluble, presente en el hijo, en la esposa etc. Una ajenidad que viene a desdecir, a desmentir sea la unidad y la consistencia del conjunto (su estructural fragilidad), cuanto la representación interna y deseante che de él, de ella…nos hemos creado. Porque no encontramos nunca al otro como y donde lo habíamos “colocado” en nuestro personal mundo interno. Y esto no solo desmiente nuestra omnipotencia, sino que suscita incertidumbre: “quién sabe si me piensa?” y “continuará amándome?”
El otro ajeno como “presentación” impone su singularidad que se recorta respecto de nuestras atribuciones proyectivas. Estamos obligados a darle un lugar, a admitir su existencia y a hacer algo con ella, a posicionarnos de algún modo en relación a ella. Paradójicamente aun intentando desconocerla admitimos su existencia. Este “hacer” juntos che ata y es el vínculo se constituye en punto de partida de una subjetividad otra y propia de la pertenencia al conjunto, a ese particular conjunto (a esa específica pareja, o familia, o fratria, etc.) y a ese particular contexto cultural y epocal. Vale decir es una subjetividad nueva producto de la singularidad de una determinada situación.
Me ha siempre llamado la atención una expresión que se escucha a menudo cuando los pacientes (pero otros también) hacen referencia a una situación crítica en la relación de pareja, a una pelea, etc. Una expresión enunciada con una mezcla de preocupación, de temor o de desilusión…y también de resentimiento: “quizás él/ella no era la persona justa (para mi)”. O bien: “Mi madre siempre dijo que él/ella no era la persona justa. ¡Me he equivocado totalmente!”
Qué o quién sería la “persona justa”, los pacientes nunca están en condiciones de definirlo. Es más probable que puedan precisar quién, cómo o qué cosa no deberían ser: una definición por la negativa. O bien extremadamente genérica, o che alude a un partner precedente, recuperando alguna de sus cualidades: “Al menos él/ella era … (más generoso, paciente, disponible, etc.).
Seguramente este elogio tardío es menos trabajoso que tener que afrontar la ajenidad de la actual pareja. Evoca un pasado y se nutre de representaciones (recuerdos) y estas son, como sabemos, más dúctiles, más cercanas a expresar nuestros estados emotivos y nuestros deseos.
De todos modos, hay una tácita premisa subyacente a aquella expresión: que deba haber alguien hecho a medida de las propias expectativas y del proprio modo de ser, de sentir y de soñar. Alguien ya listo, que coincidiría punto a punto con la personal identidad, aquella que se piensa cumplida y definitiva. Alguien como esos corazones partidos que las jovenes mujeres llevaban al cuello, los que daban a entender que habían sido separados de su mitad. Implícitamente garantizaban la existencia de esta última, como una promesa de feliz reencuentro, de perfecta unión, la que restablecería una unidad. El UNO entonces, lo homogéneo: ausencia de conflicto, de heterogénea diversidad, de malentendidos. Imaginaria identidad con un semejante, un doble especular que excluya toda inquietante otredad.
Paradojalmente aquella tensión, aquella intolerancia de los estados de irritación que empuja a tomar distancia del otro, casi a negar su existencia o incluso a desear su destrucción, es el resultado de la toma de contacto y del encuentro con lo ajeno del otro. Quizás también porque reprimido en nuestro interior. Pero seguramente no solo. Porque si lo fuera, si se tratare solo de eso, serìa de todos modos representable (si bien inconsciente) o convocaría alguna cosa familiar si bien inconfesable. Y, en consecuencia, habría un hilo que haría posible alguna suerte de identificación de y con aquel aspecto ajeno del otro e inconsciente dentro de nosotros. Una identificación consentiría alguna complementariedad. Mientras lo ajeno al cual me refiero es radicalmente otro, es un suplemento[3].
Un suplemento con el que tropezamos y al hacerlo nos modifica y nos obliga a tomarlo en cuenta. Este encuentro (en el que la presencia del otro excede la representación del objeto que lo inviste hallando cierta resistencia) produce efectos: emerge algo nuevo en el vínculo y en la experiencia personal en el intento de apropiarse de esa componente nueva, o bien de evitarla, o de conocerla, o de reducirla. Impone un inédito cambio en el vínculo y en sus componentes – operaciones defensivas y exploratorias complejas – che contrarían la repetición, el automatismo, el tedio de lo mismo, la inercia.
Un fragmento clínico: “Ver con la mirada de quien yano puede ver”
El título que he dado a este fragmento clínico tiene una historia. Para no parecer demasiado arbitrario requiere una explicación. ¿Se trata de algo personal…pero hay algo impersonal cuando nos ocupamos de la clínica?
En este caso el título se refiere a esta particular situación en la que escribo en relación al pensamiento de Berenstein, aún solo sobre un aspecto parcial de su pensamiento. No es la primera vez que me encuentro haciéndolo, pero es la primera vez en que lo hago cuando él ya no está entre nosotros. Y esto tiene más de un significado. Lo que busco decir con este título es que intentaré ver este fragmento de sesión con su mirada (tarea imposible y por tanto del orden de la ilusión), con el solo objeto de ilustrar lo que he desarrollado hasta aquí.
Ésta es la historia: hace muchos años escribí un trabajo referido a “Duelo y melancolía”, el texto freudiano. En aquella ocasión por motivos similares a los de hoy, esto es para ilustrar entonces mi lectura de Freud, utilicé una película. Se trata del último episodio de “Kaos”, una película de los hermanos Taviani que me había gustado mucho. El último episodio se llama “Coloquio con la madre” Y narra, precisamente, las vicisitudes de un trabajo de duelo suspendido: presumiblemente aquél de Pirandello en relación a su madre.
Varios años después tuve ocasión de descubrir que también Berenstein se había valido de ese mismo episodio para ilustrar una personal reflexión, si bien de manera diferente y desde otra perspectiva. Por entonces nuestros contactos se habían vuelto menos frecuentes, él había emigrado de la Argentina, país al cual regresó luego y donde desarrolló su teorización vincular y el psicoanálisis de familia. Cuando volvimos a encontrarnos, en Buenos Aires, había emigrado también yo, pero desde ese momento en más mantuvimos un contacto continuo. Tuve ocasión de comentarle aquella coincidencia referida al “Coloquio con la madre“ y él señaló otras que acercaban nuestras trayectorias personales.
El título, por tanto, quiere subrayar aquel nuevo inicio de nuestro vínculo y, seguramente, hoy, las circunstancias de un duelo, porque él nos falta y lo echamos de menos.
El material clínico: es un fragmento de la primera sesión después de las vacaciones con una pareja que lleva aproximadamente dos años de tratamiento.
Juan y Alicia llegan puntuales y toman asiento en sus lugares habituales. Se percibe cierta tensión entre ellos si bien dicen de haber tenido vacaciones placenteras. Juan se detiene a contar algunos particulares, describiendo una ciudad extranjera que han conocido por primera vez. Alicia està silenciosa y no participa activamente como es su costumbre. Poco a poco su silencio se vuelve significativo. También Juan lo nota: le dedica algunas miradas como si quisiera hacérselo notar, porque su silencio adquiere una calidad ligeramente hostil, de critica, que afecta el tono ligero y cordial con el cual Juan me hace partícipe del viaje realizado.
La terapeuta con una breve intervención lo señala.
Alicia cuenta un episodio ocurrido algunos días atrás, sobre el cual, dice, se ha encontrado meditando reiteradamente. También ahora, agrega. Según ella este “pequeño episodio sintetiza como una metáfora estas vacaciones”: de regreso del viaje se reunieron con un grupo de amigos. El argumento de la charla en común eran las vacaciones de cada uno. Juan se puso a contar sus vacaciones de una manera que le había llamado la atención. Ocurrió que pocos días antes de partir ella se había dado cuenta que el registro de conductor de Juan estaba vencido y esto les habría impedido alquilar el auto, ya reservado, en el país de destinación para recorrer los lugares que se habían prefijado. Por lo tanto había que cambiar el viaje proyectado, las reservas de hotel, etc. Enseguida había hablado con Juan que se sintió muy sorprendido y habían fijado un itinerario diferente. Al referirse a esta situación en la charla con los amigos, Juan había omitido esto, limitándose a decir que se había dado cuenta del registro vencido y habían cambiado recorrido.
Alicia dijo que esto la había sorprendido causándole cierta turbación. Se había sentido incómoda, excluida y un poco ofendida, como si Juan la hubiese “cancelado”. Pero no había dicho nada, en primer lugar, porque había pensado que no quería distraer a los amigos con la “querelle” que inevitablemente habría generado la rectificación de los hechos, “ni hacer pública una cuestión privada, de la pareja”. Se había limitado a escuchar y no había logrado participar en el relato. Había percibido la narración de Juan, “como si él hablase de un viaje solo suyo, como si él lo hubiera hecho todo solo”. Y se sentía cada vez con mayor dificultad para participar en la conversación general y, al mismo tiempo, el hecho de aislarse en ese silencio, volviéndose más pasiva, la fastidiaba. Porque se veía sumisa y cómplice de lo que reprochaba al esposo. “Estaba allí como una verdadera…estúpida!”, concluyó.
Juan, después de haber probado a negar o minimizar lo ocurrido, escuchaba con una sonrisa divertida que denunciaba una cierta satisfacción. Una sonrisa irónica que no alcanzaba a disimular una sensación de triunfo y generaba creciente irritación en Alicia, motivo por el cual ella se interrumpió. Se había dirigido a la terapeuta en su precedente descripción, casi queriendo prescindir de la presencia de Juan, tratando de no mirarlo, de no escucharlo, “cancelándolo” a su vez. Pero finalmente no lo había logrado y, entonces, le “tocaba” cancelarse, salir de escena. Se quedó callada.
La terapeuta percibió en este silencio, en la actitud y en las palabras de Alicia un llamado para que interviniera. Tal vez que interviniera en su defensa: ¿la niña ofendida por el hermano prepotente que se adueña de los juguetes y se divierte en hacerla rabiar? Y el hermano que, cuando descubre la potencia de ese juego que logra enojarla en esa medida, se burla de ella? Una versión del juego del gato y el ratón del que habíamos hablado precedentemente en sesión.
Por estos motivos la terapeuta decidió no intervenir y esperar. Tenía la impresión que interpretar las transferencias recíprocas, por ejemplo aquellas relativas al complejo fraterno, la complementariedad y la oclusión en aquel juego que se reproducía en sesión, las identificaciones recíprocas en la pareja (reconducibles a sus historias infantiles) habría implicado, en ese momento, el riesgo de poner en acto la transferencia de la pareja, vale decir el papel de la mamá que interviene para restablecer el orden, separa los hijos que se molestan o sermonea a ambos.
En otras palabras: optar por este camino, el de la repetición, implicaba correr el riesgo de aliarse en un encubrimiento referido a algo màs, que solo se dejaba entrever en el relato inicial, en el que había muchas referencias a cambios, a nuevos itinerarios y también a la posibilidad de hacer un viaje juntos. Pero al mismo tiempo a un descubrimiento que lo impedía y los reconducía al punto de partida. La sorpresa de Alicia respecto de la omisión de Juan parecía la llave de acceso: el momento en el que la percepción clara de la diferencia se había hecho evidente: ella habría dado otra versión. Había quedado tan descolocada que luego no había logrado encontrar una ubicación posible para sí, un lugar suyo. De algún modo también ella había hecho su viaje solitario, ocupada en sus pensamientos, como al comienzo de la sesión. Porque algo ya no tenía cabida en su lugar habitual.
Y, naturalmente, nos aludía: estábamos allí para este viaje en el que se buscaba encontrar un modo posible en que ellos pudieran estar juntos vinculándose y no solo uno junto al otro haciendo un viaje solitario, cada uno por su cuenta: dos al modo de uno más uno.
Hubo una breve pausa en la que Juan, siempre algo socarrón, se incluyó:
Juan: no es así! ¡Vamos…qué exagerada! Por tan poco…qué tragedia! En un dado momento me dí cuenta que estabas apartada, pero no podía imaginar…
Alicia: justamente por tan poco. Un pequeño particular. Lo que alcanza. Y además es sabido, todo lo que no te pertenece no merece. El problema entre nosotros es precisamente éste. El otro no cuenta, es solamente un detalle ininfluente.
Juan (aparta la mirada de Alicia, irritado) De nuevo: ¡todo es siempre mi culpa! (Se quedaron en silencio, muy fastidiados).
Este recíproco estado de irritación, diría (?) Berenstein aludía ciertamente a estar de nuevo allí en sesión los tres (por tanto a algo familiar, conocido) pero también a una situación nueva. Efectivamente me habían hablado de experiencias nuevas, algunas agradables (el país que habían conocido, el itinerario distinto, etc) pero también de ciertos “descubrimientos” inesperados que eran de obstáculo y los habían descolocado. Descubrimientos y particularidades del otro que los afectaban suscitando sentimientos de decepción y de pérdida. O de confusión y sorpresa. O de enojo, casi como si se tratara de una traición. La terapeuta lo señala y màs adelante agrega que es difícil estar juntos un mes ininterrumpidamente, sin las cosas acostumbradas y proveedoras de seguridad: el trabajo, el apuro, los amigos, las cosas que en lo cotidiano permiten “cancelar”, omitir particularidades del otro que perturban, excluyéndolas como si no existieran, como acaba de ocurrir aquí para acallar las emociones desagradables que en ciertos momentos emergen y los vuelven enemigos.
Alicia: es cierto el viaje fue lindo, pero también exigente. ¡Si! Me sentí, por momentos, atravesando una suerte de síndrome de abstinencia de lectura…a cierto punto no tenía más nada que leer. Me faltaba…
Juan; ¡tu guarida!
Alicia Si, mi guarida, la intimidad conmigo misma. Mi cucha (…) Y además…para terminar lo que quería decir: me dí cuenta, después del encuentro con los amigos, que me vuelvo quisquillosa. Y me pregunté si, después de todo, era tan importante que vos, Juan (y ahora se dirige a él y no solo a la terapeuta) dijeras a los amigos que había sido yo a descubrir que tu registro estaba vencido y por tanto todo el resto. Seguramente me habría gustado, me habría hecho sentir partícipe. Pero no era esto. Me parece que para los amigos sería un detalle ininfluente.
Terapeuta: solo que a veces los detalles calzan justo, ponen de relieve el estado de la relación, los estados de ánimo que no son ininfluentes. Juan: No sé si he comprendido…Quiere decir que se puede estar juntos de diferentes maneras? ¿Que se puede estar juntos sin estarlo? Cada uno por su cuenta. Como cuando hablaba con mis amigos: si, para mi vos y yo estamos en otra aún cuando estemos ahi los dos. Yo con mis viejos amigos y vos en la tuya. Juntos ahì pero no de veras juntos. La sesión prosiguió. Su clima había cambiado, los intercambios eran más confidenciales, no culpabilizantes, de cercanía. Estaban allí haciendo juntos esa sesión que concluyó Juan diciendo
Juan: Hablando de vacaciones, podría decirse que hay vacaciones de la pareja y vacaciones respecto de la pareja, como necesidad de la propia cuevita, o de los propios amigos, por ejemplo. Y se puede necesitar de las unas y de las otras. Bastaría confiar en el otro y en si mismo para podérselo decir al otro.
Para concluir
Estas palabras me han recordado un escrito de Berenstein que lleva por título “Conflictos en la pareja y/o conflictos de pareja”.
El autor precisa que si en el dispositivo clínico de pareja trabajamos los conflictos que surgen en el vínculo en la óptica del DOS entendidos como uno más uno (vale decir en la vertiente de las transferencias recíprocas y de la repetición de la historia infantil) debiéramos hablar de conflictos en la pareja. Porqué la pareja, en esta óptica, es el espacio intersubjetivo, el escenario, en el que se representa la reedición y su posible elaboración/transformación.
En este escenario el otro no viene reconocido en cuanto tal en sentido estricto, sino como mero soporte complementario de aquella determinada transferencia, de las identificaciones proyectivas cruzadas, de los conflictos no resueltos del pasado infantil. Es atrapado en la trama fantasmática de cada uno (y viceversa) por las semejanzas que tiene con los personajes internos que habitaron el pasado pero continúan siendo protagonistas del mundo intrapquico. Y son ellas, las semejanzas, a hacer de él alguien familiar y significativo.
Por tanto se puede dirigir el trabajo clínico a esta vertiente y ver el vínculo solo en esta óptica.
O bien, pero simultáneamente, se puede ver el vínculo como una producción nueva y siempre incumplida del conjunto, resultado del encuentro con esa ajenidad radical del otro (y de los otros) presente en esa determinada situación singular, la que otorga singularidad al encuentro y a los sujetos que participan en ella. El vínculo, aquí, es entendido como un “hacer” inédito con el otro (o los otros) y no como escenario de pura repetición de un libreto predeterminado. Un hacer en el que interviene también el azar, lo imprevisible y lo que éste pone en marcha.
Tal vez es lo que ha ocurrido en esta sesión entre Juan y Alicia, cuando pudieron encontrarse no solo como la hermanita “quisquillosa” y el hermano “prepotente”, para intentar ver la situación con otros ojos y desde perspectivas diferentes. Asì por ejemplo “un detalle” puede ser “ininfluente” para uno de ellos y, en cambio, tener un sentido, también doloroso, para el otro; o una omisión, cuanto la necesidad de la propia “cucha”, no esconden necesariamente una exclusión hostil. O bien se trata de tolerar consigo mismos y/o con el otro que son distintos en situaciones diferentes, por ejemplo con “los viejos amigos”. Situaciones diferentes y vínculos diferentes en los que tienen posiciones, historias y pertenencias diferenciadas. Significaciones por tanto diferentes para cada uno. Diversidades que son potencialmente conflictivas, pero insostenibles solo si, en la fantasía, equivalen a una expropiación (imaginaria) del objeto que se cree poseer (el partner). Hacer experiencia del DOS es trabajar con la diversidad. Tiene un precio: tolerar la incertidumbre de lo desconocido y permitirse participar en una tarea que no termina nunca y que conserva algo de imposible y no solo de imprevisible. De imposible, porque siento Otro (a diferencia de lo UNO) quedará siempre en él un resto refractario a cualquier intento de apropiación, de representación, de dominio: su singularidad.
En sus diferentes ropajes, según Berenstein, de esto derivan los conflictos de la pareja o de la familia. Comprender su especificidad, única en cada conjunto y trabajar sobre esta vertiente implica contribuir a “multiplicar las formas de la vida”, sustrayéndola a su reducción a la repetición de una versión siempre y solo igual a si misma.
[1] El presente precede al pasado en la medida en que es a instancias de aquél que se organiza toda representación de este último.
[2] “…interno y externo se superponen y se combinan, es aún mejor decir que se vuelven indefinidos: delimitan una zona imprecisa en la que lo externo, los modelos sociales de relación, estàn dentro del vínculo; y lo externo, los modos internos de
[3] Suplemento es el resultado de una operación (de suplementación) que agrega algo que antes no existía (justamente un suplemento), que no es complementario respecto de lo pre-existente y no vendrá a formar parte de la misma unidad. No viene a colmar una falta en una unidad precedente. No forma parte de una totalidad precedente. Es un agregado nuevo e imprevisible che muda el orden y la significación de lo que lo precedía. Para Derrida es una propiedad que caracteriza las nociones de acontecimiento y de Otro en tanto diversidad radical. Berenstein escribe: «Las diversas modalidades en las cuales el vínculo se establece entre los sujetos son suplementarias en el sentido que no forman una unidad sino que se reúnen en la diversidad. Las marcas que se producen en la vida de pareja suplementan aquellas infantiles, no constituyen una complementariedad y tampoco una unidad, agregan y dependen de la relación con ese otro particular con el cual se determinan» (2004).