REVIEW N° 28 | YEAR 2023 / 1

EXPERIENCING GRIEF OR WORKING THROUGH GRIEF?


Languaje: Spanish
SECTIONS: ARTICLES

Experiencing grief or working through grief?

The author offers reflection on the question in the title of the article, exploring the psychological, sociological and conceptual dimension of grief. The abuse of the concept of “working through” grief is criticized, as it often ends up being prescribed forcedly. In lieu of “working through” grief, the author values “going through” grief: this is the only way to trigger the ability to turn emptiness into absence, thus allowing the individual to recreate a painful feeling, but at the same time to regain the pleasure of feeling alive.

Key-words: death, grief, working through grief, loss, depression, bonds.


¿Vivir el duelo o estar de luto?

El autor propone una reflexión sobre la cuestión que constituye el título del artículo, explorando las dimensiones psicológica, sociológica y conceptual del duelo. El autor critica el abuso del concepto de duelo, que no pocas veces acaba siendo una especie de prescripción forzada. Se valoriza el atravesamiento del proceso de duelo; ya que sólo así puede activarse la capacidad de transformar el vacío en ausencia, lo que permite al sujeto recrear un sentimiento doloroso, pero al mismo tiempo redescubrir el placer de sentirse vivo.

Palabras clave: muerte, duelo, superar el duelo, pérdida, depresión, vínculos.


Vivre le deuil ou travailler sur le deuil? 

L’auteur propose une réflexion sur la question posée dans le titre de l’article, en explorant les dimensions psychologique, sociologique et conceptuelle du deuil. L’abus du concept de “travail de deuil” est critiqué, car il aboutit souvent à une prescription impérative de l’accomplir. À la place du “travail de deuil”, l’auteur préfère le “travail sur le deuil”: c’est le seul moyen de déclencher la capacité de transformer le vide en absence, permettant ainsi à l’individu de recréer un sentiment douloureux, mais en même temps de retrouver le plaisir de se sentir vivant

Mots-clés : mort, deuil, travail de deuil, perte, dépression, liens.


ARTÍCULO

La muerte es un fenómeno inevitable e impenetrable en torno al cual durante siglos la humanidad ha ido tejiendo una frágil red de mitologías y rituales que representan otros tantos procedimientos mágicos, técnicas para transfigurar y ocultar la crueldad del acontecimiento. Morir es un hecho inmediato de la existencia. Pueblos con tradiciones diferentes admiten que la muerte es el lugar de una transformación que transfigura al muerto en su supervivencia (Urbain, 1980).

En los cuatro rincones del mundo los muertos nacen, viven y renacen incesantemente en el espíritu de los supervivientes. Aquí son imaginados idénticos y se conservan; allí son diferentes y se transfiguran; en cada caso, y esto es lo principal, sobreviven. Pero también es importante, porque dialécticamente ligada a los muertos, está la supervivencia de los vivos: esta depende totalmente de la aceptación (o rechazo) de la separación/desaparición del difunto, ese tema que suscita la angustia y el misterio de lo desconocido. Como escribe Jankélévitch (1977): «Cuando de repente el cadáver está presente, ése soy yo, pero al mismo tiempo sin ser yo en absoluto. No es ni un yo, ni un , sino un él, que en definitiva se convierte en un qué». Porque ése es el punto en el que surge la alteridad radical y en el que los límites del mundo humano y sus símbolos empiezan a tambalearse. Para quien rechaza categóricamente esta diferenciación extrema, no hay atisbo posible de duelo: sólo le queda la locura o sacrificarse aniquilándose para compartir el destino del difunto.

Sobrevivir al propio muerto presupone siempre el reconocimiento de la pérdida del objeto amado. Para ello, a partir del rechazo instintivo de la muerte del otro hasta la aceptación razonable de ésta, existen los ritos que abren, regulan y cierran el duelo, haciendo que la separación sea relativa y, al mismo tiempo, efectiva.

Lo importante es amortiguar la inexorabilidad de la separación para que los muertos, continuamente evocados por los ritos, no escapen a los intercambios simbólicos de los vivos: si se mantiene a los muertos en el círculo de los intercambios, la separación es aceptada. Todos los ritos de los distintos pueblos pretenden básicamente preservar una relación normal entre el difunto y los vivos, una relación cada vez más espiritual. Por tanto, no hay crisis de desesperación o melancolía (Freud), sino que sólo hay un proceso que disuelve y transforma los lazos afectivos previamente establecidos entre los muertos y los supervivientes. Éste es precisamente el propósito de los rituales: transformar el silencio y el vacío creados por la separación en un espacio de relación constante.

Ante el cadáver, por tanto, existe una preocupación universal no ser roído por la nada, en el doble aspecto de sobrevivir a la pérdida del objeto amado y sobrevivir a los que ya no están.

El duelo, que puede definirse como el conjunto de prácticas sociales y procesos psíquicos psicológicos desencadenados por la muerte de una persona, y los intentos de resolver esta aparente irreconciliabilidad. Las manifestaciones convencionales y obligatorias del duelo tienen como objetivo «una invención social terapéutica» (Granet, 1975) permitir la catarsis del duelo y oponerse a las manifestaciones pasivas propias del estado de letargo del duelo.

En esta terapéutica de la invención social podemos identificar tres dimensiones integradas, que voy a investigar: psicológica, sociológica y conceptual-filosófica (Valeri, 1979).

En última instancia, como veremos. las tres dimensiones consideradas tienen en común un compromiso final que combina la aceptación de la muerte con su negación: la pérdida es reconocible, pero su realidad se transforma. El objeto perdido resucita a otro nivel de existencia y significado, que abarca y trasciende a los demás.

La dimensión psicológica

La experiencia del duelo es una vivencia de dolor intenso que implica un encierro en uno mismo, evitando todi trati frecuente con los demás, con un disgusto sistemático por todas las cosas, incluso las más habituales y cercanas: un abandono del cuerpo y de la mente a sus automatismos, como si carecieran de una razón, un sentido para vivir. La tristeza predominante que impregna la vida del sujeto también acaba alienando y alejando a los demás.

El duelo se presenta como una experiencia de exclusión, especialmente en Occidente, si nos enfrentamos a las tradiciones de otros pueblos que nos transmite la antropología.

La construcción del duelo se ha convertido en una expresión tan común en el lenguaje cotidiano, en el lenguaje común que la idea de que hay que hacer el duelo se ha convertido en una obligación, una especie de duelo forzado, traicionado incluso por las expresiones tradicionales de que los amigos conocidos acuden a ti con propósito de consuelo. Como es bien sabido, el concepto de elaboración del duelo fue ilustrado por primera vez en términos psicológicos por Freud, en la famosa obra Duelo y Melancolía escrito en 1915 y publicado en 1917. Este breve ensayo domina todos los estudios psicoanalíticos y la mayoría de los trabajos de psiquiatría y sociología que han aparecido posteriormente sobre el duelo y el luto son comentarios de este texto. Freud partió de una premisa prudente: Dejaremos, pues, de lado desde el principio cualquier pretensión de validez universal de nuestras conclusiones.Yuxtapone el duelo a la melancolía, interesado en destacar la continuidad entre la afección normal del duelo y la melancolía. Utiliza como explicación válida de la génesis de la melancolía la afección normal del luto. Afirma que:

«La melancolía se caracteriza psíquicamente por un profundo y doloroso desánimo, una pérdida de interés por el mundo exterior, una pérdida de la capacidad de amar, por la inhibición ante cualquier actividad, por un desaliento del sentimiento de sí mismo que se expresa en autorreproches y autolesiones y que culmina en la expectativa delirante de castigo. Este cuadro gana en inteligibilidad si consideramos que el duelo presenta con la excepción de una – las mismas características; en el duelo no aparece la perturbación del sentimiento del yo, pero por lo demás el cuadro es el mismo» (Freud, 1915).

Una vez aclarada la legitimidad de la yuxtaposición de duelo y melancolía, Freud pasa a describir el trabajo del duelo.

«El duelo es invariablemente la reacción a la pérdida de un ser querido o de una abstracción que ha ocupado su lugar, la patria por ejemplo, o la libertad, un ideal, etc. La misma situación produce en algunos individuos -en los que sospechamos por tanto la presencia de una disposición patológica- la melancolía en lugar de duelo.Además, es muy notable que, aunque el duelo implica graves desviaciones del modo normal de afrontar la vida, no se nos ocurre considerarlo como un estado patológico del ser y confiar a la persona que lo padece a un tratamiento médico. Confiamos en que el duelo se superará tras un cierto tiempo y consideramos inadecuada o incluso perjudicial cualquier interferencia» (ibid).

Esta recomendación de no considerar el duelo como un fenómeno patológico y, en consecuencia, no tratarlo, se ha convertido en un lugar común, pero aún hoy no siempre se respeta en la práctica actual.

Freud expone de forma clara y consecuente sus ideas sobre lo que tiene lugar en la psique del afligido y explica su concepto de elaboración del duelo:

«La comprobación de la realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe, exige que se retire toda la libido de lo que está relacionado con ese objeto. … Contra esta exigencia existe una aversión comprensible. Se observa invariablemente que los hombres no abandonan voluntariamente una posición libidinal, incluso cuando ya tienen un sustituto que les invita a hacerlo.  … Lo normal es que se imponga el respeto a la realidad. Sin embargo esta tarea no puede realizarse inmediatamente.  Sólo puede llevarse a cabo poco a poco y con gran gasto de tiempo y energía de inversión; mientras tanto, la existencia del objeto perdido se prolonga psíquicamente. Todos los recuerdos y expectativas con referencia a los cuales la libido estaba vinculada al objeto son evocados y sobreinvestidos uno a uno, y el desprendimiento de la libido tiene lugar en relación con cada uno de ellos» (ibid.).

Aun siendo consciente de las limitaciones de la teoría pulsional, describe la elaboración del duelo como un proceso de desinvestidura:

«No es nada fácil indicar con argumentos económicos por qué tal compromiso por el que se realiza poco a poco el dominio de la realidad resulta tan doloroso. Y cabe señalar que este doloroso disgusto nos parece absolutamente evidente. Sin embargo, una vez concluido el trabajo del duelo, la persona vuelve a ser libre y desinhibida» (ibid.).

El concepto de elaboración del duelo entre los conceptos psicoanalíticos es el que ha tenido una amplia difusión no sólo dentro de las ciencias humanas sino más generalmente en la cultura del siglo XX.

El concepto, propuesto cautelosamente por Freud y sobre todo como posible explicación de la etiopatogenia de la melancolía, se ha convertido casi en un dogma: la psicología y la psiquiatría lo han convertido en una especie de imperativo de cuya necesidad reafirma la psicología dominante. Además, la desaparición de rituales y su sustitución por la cultura de masas (basta pensar en la proliferación de la literatura de divulgación psicológica, el llamado pensamiento positivo) hacen del concepto de duelo un objeto de prescripción, y el duelo una especie de trabajo forzado del que el sujeto no puede eximirse si quiere recuperar el impulso.

Liberarse del sufrimiento y de la angustia de la muerte se convierte en un imperativo de éxito y felicidad compartido por una sociedad que no quiere enfrentarse con el dolor; mediante el énfasis en la elaboración necesaria del duelo que acaba vaciando la experiencia de la pérdida de todo significado trágico.

Prolifera una literatura que intenta reabsorber la experiencia de lo negativo en el marco de una palabra tranquilizadora de consuelo y reconciliación, una psicología fácil de la bondad, incapaz de una reflexión crítica, con una actitud de indiferencia, cuando no de hostilidad hacia el psicoanálisis, sin embargo, refiriéndose por ejemplo al pensamiento freudiano, mediante el uso de conceptos, como el concepto de duelo, separados del contexto que les daba sentido.

Sin embargo, hay obras en las que se critica el mal uso o la mala utilización del concepto de elaboración del duelo, y se alzan voces críticas o perplejas incluso dentro del propio psicoanálisis, sobre todo por parte de autores que han pasado por una experiencia personal de duelo.

El propio Freud cuando, pocos años después de la publicación de Duelo y melancolía, sufrió la pérdida de su hija Sophie, modificó en privado sus pensamientos sobre el duelo; escribe en una carta a Binswanger:

«Un duelo agudo que causa una pérdida así en algún momento termina, esto se sabe. Pero uno permanece inconsolable, y no es posible encontrar un sustituto. Todo lo que puede tomar el relevo, aunque llene el lugar vacío, sigue siendo otra cosa diferente. Y, en verdad, es justo que así sea. Es la única forma de continuar el amor al que no se quiere renunciar» (Binswanger, 1956). Aquí se cuestiona la idea misma en la que se basa la elaboración del duelo.

Duelo, por decirlo crudamente, que a la larga un ser puede ser sustituido por otro. Sobre la idea de la insustituibilidad del objeto de la pérdida me pareció eficaz lo que escribe el escritor francés Philippe Forest:

«Es necesario no haber amado nunca de verdad para convencerse de que la euforia erótica de un nuevo amor basta para borrar el dolor de la separación, la irreparable separación, el irreparable sentimiento de ausencia generado por la ausencia del ser que una vez estuvo cerca. Ningún individuo puede sustituir a otro. Y la muerte exacerba la impresión de irreparabilidad que tal verdad conlleva» (Forest, 2007).

En la literatura especializada, sin embargo, fue una obra de un psicoanalista lacaniano francés, Jean Allouch, la que me ofreció, a pesar de la tortuosidad de su escritura, una crítica, en mi opinión, convincente para el concepto de elaboración del duelo.

El libro de Allouch (1995), Érotique du deuil au temps de la mort sèche, es el texto de un seminario cuyo tema es precisamente el texto freudiano Duelo y melancolía, que somete a un análisis y una crítica rigurosos, llena de intuiciones e integraciones lacanianas.

Personalmente, me ha interesado, sobre todo en la crítica del concepto de objeto sustitutivo. Allouch señala cómo la noción de elaboración del duelo ha sido aceptada a lo largo de los años de forma pasiva, como si existiera un miedo activo, temor a criticar y cuestionar al padre del psicoanálisis (cosa que el autor hace, debo decir, con gran placer), al menos directamente. De hecho, señala cómo, para Melanie Klein, el trabajo de duelo se considera concluidono cuando se encuentra un nuevo Objeto que investir, sino cuando se consiguerestablecer y reconstruir el objeto perdido, con la felicidad de encontrar losobjetos internos después de haberlos perdido y de establecer una mayor confianzacon ellos.

«El psicoanálisis – dice Allouch – tiende a reducir el duelo a un trabajo; pero hay un abismo entre el trabajo y la subjetivación de una pérdida».

Allouch considera la pérdida como una pérdida seca sin ninguna compensación posible y equipara la pérdida al sacrificio.

El aspecto más innovador de su discurso me parece precisamente el de concebir el duelo como un sacrificio. En esta perspectiva, la pérdida sufrida es sentida y experimentada como una amputación inconmensurable, algo que amputa, mutila y crea un agujero insalvable, sin posible sustitución o fetiche. Vivirlo como un sacrificio presupone aceptar que una parte de uno mismo se pierde irremediablemente y sólo de la aceptación del daño irreparable surge la posibilidad de acceder a lo simbólico y a una visión fiel a la verdad.

Sacrificar al otro y a una parte de uno mismo no significa en realidad perder, sino aceptar la transitoriedad y caducidad. Además, sabemos por la antropología cómo el sacrificio es fundamental en toda religión y cómo representa, de hecho, un intento de los hombres por trascender su propia transitoriedad. Por tanto mientras que la elaboración del duelo tendería a reintegrar la muerte en la esfera de lo útil dotándola de una justificación, vivirla como un sacrificio significa considerarla una pérdida, una disipación, un despilfarro, que no puede ser recuperada de ningún modo, pero que sin embargo ofrece una garantía de acceso a lo simbólico.

Como de costumbre, los poetas y escritores hacen más comprensibles los conceptos de los técnicos. De hecho, Philippe Forest encuentra una forma más fácil de decirlo. Su idea básica es que los seres queridos son, de hecho, insustituibles y que el “trabajo del duelo” niega esta irremplazabilidad y pretende sensatamente sustituirlos. El sacrificio del duelo reconoce esto y lo convierte en el objeto mismo del espectáculo increíblemente cruel en el que la pérdida se acepta como tal.

Nada sustituirá a quien hemos perdido. Y sólo a condición de aceptar esta evidencia que, consintiendo el sacrificio parcial del yo, se mantiene viva la verdad de haber amado.

La pérdida es reconocible, pero su realidad se transforma. El objeto perdido, resucita en otro nivel de existencia y significado, que incorpora y trasciende a los demás.

Esta afirmación me recuerda lo que dije antes sobre el pensamiento de Melanie Klein sobre el duelo como reconstrucción, reparación de los objetos internos y de la relación con ellos. No es por lo tanto la búsqueda de un nuevo objeto, sino la transformación y trascendencia. El objeto perdido no genera necesariamente una sombra en el yo, sino que se convierte en un objeto constitutivo del mundo interior.

Comprendí mejor este fenómeno comparándolo con lo escrito por el filósofo Jean Luc Nancy sobre el retrato: la función del retrato es representar a una persona per se, no por sus atributos o atribuciones, ni por sus actos ni por las relaciones en las que está implicada. El objeto del retrato es, en sentido estricto, el sujeto absoluto: completamente retirado de exterioridad, es decir, ni como personaje ni como personalidad, sino per se, sin extensión ni restricción. Es en sí mismo.

«La luz del fondo – de este improbable fondo abierto, sin fondo, en el fondo del lienzo – es el resplandor de una presencia más allá de sí misma, que la hace a sí misma. El retrato es el nacimiento y la muerte del sujeto, que no es otra cosa que esto, nacimiento a la muerte y muerte desde el nacimiento, o incluso recuerdo infinito» (Nancy, 2000).

La elaboración del duelo conduciría, por tanto, no a la inversión y sustitución de otro objeto, sino a una transformación del objeto, partiendo de la conciencia de la irremediabilidad de la pérdida, en un objeto absoluto que representa la herencia esencial del sujeto.

La dimensión sociológica

 

La limitación de la dimensión psicológica, de la one body psychology, es la de considerar a la persona en duelo como completamente sola sin otra preocupación que la de adaptarse al duelo y elaborarlo.

E1 duelo es ciertamente una experiencia psíquica personal y el trabajo del duelo un asunto psicológico. Sin embargo, también sabemos que el trabajo del duelo se ve facilitado u obstaculizado y su evolución facilitada o dificultada, dependiendo de cómo trate la sociedad en general al doliente. Los estudios de etnología han documentado ampliamente el papel de los mecanismos colectivos, sociales y culturales que determinan no sólo la enfermedad, sino en general de fenómenos como el duelo y el luto. Estos sucesos no sólo afectan al individuo, sino a la comunidad; muchas son las observaciones de antropólogos y etnopsiquiatras sobre cómo trabajan las distintas culturas la transitoriedad y la muerte, trabajo necesario para reducir el riesgo de que, al partir, el objeto amado arrastre consigo al sujeto inmerso en el duelo. Es suficiente recordar lo que escribe Beneduce:

«La muerte, reconocida como un límite ineluctable, es por tanto ella misma objeto de una compleja estrategia simbólica que sustrayéndola a la violencia del absurdo individual- la devuelve en forma de acontecimiento siempre colectivo a una comunidad que, de sus muertos, recoge la herencia, los signos, no en la memoria nostálgica de los individuos como en el cuerpo mismo de sus hijos, en el linaje» (Beneduce, 1995).

Y de nuevo:

«El acontecimiento de la muerte y la separación es asumido por la cultura y constantemente gobernado dentro de estrategias simbólicas que constituyen en su conjunto una especie de prevención real de la depresión resultante de la separación y la pérdida del otro (…) esto es posible en la medida en que lo hace posible el sentimiento de pertenencia al grupo, a su sistema de normas, conserva un valor casi ontológico en muchas de estas culturas» (ibid).

El ritual sirve sobre todo para resolver con un gesto lo que el pensamiento no puede resolver.

En la cultura occidental, la activación de dispositivos simbólico-rituales para el duelo ha ido desapareciendo, excluyendo de hecho, sobre todo en contextos metropolitanos, al sujeto en duelo. El sujeto se retira así del mundo, pero el mundo también se retira de él porque el duelo que manifiesta llega a ser un reproche dirigido a los despreocupados que viven, porque les recuerda la gran verdad inoportuna que destina a todos los seres a la muerte. Al describir la reacción del contexto de la persona afligida, me apoyaré de nuevo en las palabras de Forest, que tuvo la terrible experiencia de perder a una hija:

«No hay muchas cosas que podamos hacer por una persona en duelo. Pero hay una cosa que debemos evitar absolutamente, y es intentar consolarles. Porque consolar hace violencia al que sufre al agraviar el dolor que se ha convertido en su única razón de ser. El duelo es sin duda una locura, y por eso es importante no contrariarlo nunca. Las palabras de condolencia sólo tienen valor si reconocen la justificación absoluta del dolor, si reconocen la desesperanza de la pérdida, si no pretenden comprenderla, sino que se contentan con consentir el rechazo del consuelo que ese individuo reclama para sí. En realidad, hay que abstenerse de decir que se comprende porque comprender es imposible, sobre todo para quienes no han tenido tal experiencia … Los que creen que hacen bien repitiendo las pobres palabras que consideran apropiadas, a saber, que “la vida sigue”, que “no hay que dejarse ir”, “que todo pasará”» (Forest, op. cit.).

Forest no ignora la ambivalencia de la comunidad de los vivos, que no sólo da la espalda a los que están de luto, sino que también expresa movimientos activos de consuelo. Cáusticamente, ve en esta atracción hacia la persona doliente en duelo un sentimentalismo, que define como una especie de estafa, que consiste en el deseo de aprovecharse de una emoción sin aceptar pagar personalmente el precio. La experiencia se vive por delegación y se vacía de su significado más profundo. ¿Cómo se les puede culpar, si pensamos en la espectacularización del sufrimiento que vemos en muchas emisiones de televisión, cuando le oímos decir cáusticamente:

«Porque con el pretexto de aliviar económicamente el sufrimiento (cf.Teletón) o incluso para ser testigos de él, se exhibe el dolor como sucedía antaño en el tiempo, en los circos o asilos, convirtiendo a todos los que sufren en extras de su propia historia, desposeídos de sus vidas, obligados a representar un papel que otros han escrito para ellos y exigiendo por razones piadosas que parezcan felices cuando son encuadrados por la cámara benefactora» (ibid.).

Sin duda, las palabras de Forest nos devuelven la experiencia del dolor indecible que vacía de significado cada movimiento consolador que puede provenir de sus propios grupos, que sin embargo, en mi opinión, desempeñan una función en el proceso de duelo del individuo.

Por el contrario, me recuerda a una de las notas que figuran en el libro de Roland Barthes, escritas tras la muerte de su madre:

«3 de agosto de 1978 (su madre había muerto el 26 de octubre de 1977). Exploración de mi necesidad (vital, podría decirse) de soledad: y sin embargo tengo una necesidad (no menos vital) de mis amigos.

Por lo tanto, necesitaría: 1) pedirme a mí mismo que de vez en cuando los llame, que encuentre la energía para hacerlo, para combatir mi apatía sobre todo por teléfono; 2)pedirles que comprendan que ante todo debo dejarme llamar por ellos. Si ellos me hacen señas con menos frecuencia, eso significaría una invitación a que yo les haga señas» (Barthes, 2009).

La referencia de Barthes al teléfono recuerda la diferencia en la reacción ante el duelo entre comunidades de otros tiempos o lugares (en las que el pueblo asumía la enfermedad y la muerte como algo que concernía a toda la comunidad) y la situación contemporánea en la que la comunidad acaba siendo representada por un grupo que no insiste necesariamente en el mismo lugar y adopta la fisonomía de una red, cuyos lazos son alimentados por la virtualidad de los nuevos medios de comunicación.

La dimensión conceptual: el duelo y la escritura

 

La relación entre el duelo y la escritura es una declinación de la relación más general entre sentimiento y representación, que sustenta el sentido de toda literatura, y como tal ha sido y es ampliamente investigada: desde el concepto aristotélico de catarsis al concepto freudiano de sublimación, la creatividad artística se ha vinculado precisamente a la relación entre presencia y ausencia, entre presencia y duelo, entre objeto y la experiencia de su pérdida, entre el logos y el silencio. Tal vez el arte sea siempre este encuentro con la muerte.

No es infrecuente que una persona afectada por una gran pérdida sienta la necesidad de escribir o de leer textos de quienes han vivido esa experiencia, hasta el punto de que el origen de la literatura puede remontarse a esta condición. La crítica de la creatividad artística muestra a menudo cómo muchas de las obras maestras nacieron de esta condición. Los ejemplos son muchos y cada uno puede encontrar el suyo propio. Me viene a la memoria el epígrafe que Edmond Jabes (1995) escribió en su Libro de la Hospitalidad: «Todo libro está escrito con la transparencia de una despedida».

Claudio Magris, que es uno de los muchos autores que han abordado el tema a través de un recorrido crítico por la historia de la literatura, resume sus sus consideraciones sobre la relación entre la escritura y el duelo: «Escribir la verdadera escritura que de alguna manera siempre mira al rostro de Medusa como el rostro de Jano bifronte: mira a la vida y, con igual necesidad, a la muerte».

Mirar a la vida y, simultáneamente, a la muerte resume precisamente lo que hemos llamado el trabajo del duelo.

Giulio Ferroni (1996),otro distinguido crítico, en su libro Dopo la fine. Sobre la condición póstuma de la literatura, destaca el necesario desajuste entre la voluntad de vida que se apoya en la literatura y el hecho de que la literatura se dirige al “después”, una posible persistencia más allá del agotamiento de la vida presente. Afirma que toda literatura, y más en general toda forma artística vive en la paradoja entre querer dar voz al presente y abrirse a un después, cuando ese presente ya no esté más.

Siempre cáustico y a contracorriente Philippe Forest, quien no cree que la literatura posea un valor terapéutico, en esto condicionado por su intolerancia hacia esa literatura consoladora generalizada, exigida por una industria cultural que hace del melodrama el modelo de libros, películas, emisiones y formatos televisivos, ya que considera como una de las muchas prácticas melancólicas con las que los individuos intentan lidiar con su dolor. Forest es consciente de que sus afirmaciones corren el riesgo de resultar paradójicas en un momento en que ha escrito tres libros sobre su experiencia de duelo, y por ello, se le insta a que aclare el significado de su cuadro, dándonos así una ejemplificación de cómo se puede hacer el duelo sin negar la experiencia de la pérdida:

«Se trata – escribe – de dar a esos mismos hechos la forma -distanciada, dominada de un pensamiento que contenía en sí todo lo patético de la experiencia vivida que convertía la sustancia viva de una emoción en la materia más tranquilizadora de una reflexión» (Forest, op. cit.).

En conclusión, enlazando con la reflexión psicoanalítica contemporánea, creo que podemos decir que la escritura y más en general la creación artística, se convierte en ese espacio cultural que procesa la experiencia del vacío y puede convertirse en la experiencia de la carencia.

Si el duelo se caracteriza no sólo como la pérdida del objeto, sino como una pérdida de sentir, de pensar y de experimentar la carencia, el trabajo de duelo no consiste en buscar un objeto sustitutivo en el que reinvierta la libido, sino la capacidad de transformar el vacío en ausencia y sólo de este modo el sujeto recrea un sentimiento doloroso, pero al mismo tiempo redescubre el placer de sentirse vivo.

El pasaje del vacío a la ausencia es como una expansión de una geometría plana a una sólida, según la lección de Resnik. Este paso implica una actitud de experimentar el sufrimiento, es decir, de redescubrir la emoción; e implica el discurso, el redescubrimiento del ritmo de un discurso. En esta perspectiva el objeto de la pérdida mentalizado y metabolizado psíquicamente puede desempeñar una función estructuradora, como afirma Boccanegra, que sin apoyarse en el mito de la inmortalidad: el sujeto puede descubrir en el objeto del duelo una función estructurante de contención de las propias elaboraciones psíquicas y de referencia al objeto del duelo que se convierte en un factor de integración de las experiencias presentes y actuales. Me recuerda un lúcido discurso del difunto Gargani hace algunos años en Folgaria, que me complace citar como conclusión de este trabajo:

«Así son los muertos, así son las personas y las cosas lejanas para siempre, perdidas para siempre, ayudan a los vivos en la tarea de su supervivencia. Así acuden los muertos en ayuda de los vivos, prestándoles una forma estructurante en la que puedan contener una experiencia que, de otro modo, estallaría en diez mil astillas en todas direcciones. Y aunque esta comparación puede sorprender, podríamos decir que los objetos perdidos, los paraísos perdidos que generaron el dolor atroz de su pérdida sostienen a los vivos, presentes y actuales, mientras intentan dar una nueva forma a la experiencia. Así pues, los muertos, los objetos perdidos, pueden convertirse en custodios del futuro de los vivos» (Gargani, 1995).


¿Vivir el duelo o estar de luto?
Giacomo Di Marco
https://doi.org/10.69093/AIPCF.2023.28.07


Bibliografiá

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International Review for  Couple and Family Psychoanalysis

IACFP

ISSN 2105-1038