REVISTA N° 12 | AÑO 2012 / 2

El uso de las técnicas mediadoras en el psicoanálisis de pareja y familia en un centro público de consultas para la familia en Italia


El uso de las técnicas mediadoras en el psicoanálisis de pareja y familia en un centro público de consultas para la familia en Italia

El objetivo de este artículo es proponer algunas consideraciones teóricas y técnicas acerca del uso de las técnicas mediadoras, por ejemplo, el genosociograma (A. Ancelin Schützenberger), el dibujo de la luna doble (O. Greco) y el photolangage [fotolenguaje] (C. Vacheret), en CFP en un Servicio Público Italiano (Centro de Consultas de Familia).

¿Qué significa el término “objetos mediadores”? ¿En qué ocasiones y con qué propósitos podemos utilizar en la práctica clínica los diferentes instrumentos de que disponemos? ¿De qué manera influyen en el psicoterapeuta el tiempo, el encuadre y la misión de la Institución Pública, para que elija o no las técnicas mediadoras? Y por último, ¿qué posición ocupa el terapeuta en relación al “espacio intermedio” movilizado por el objeto mediador?

Palabras claves: objetos mediadores, fotolenguaje, liquidez, genosociograma


L’emploi des techniques de médiation dans la Psychanalyse du couple et de la famille dans un centre publique de consultations pour la famille en Italie

Le but de cet article est de proposer des considérations théoriques et techniques sur l’utilisation des techniques de la médiation, par exemple, le génosociogramme (A. Ancelin Schützenberger), le dessin de la lune double (O. Greco), le photolangage (C. Vacheret) dans PCF dans un Service Publique Italien (Centre de Consultations de Famille).

 Que signifie le terme « objets médiateurs » ? Dans quelles occasions et avec quels buts pouvons-nous utiliser  dans la pratique clinique les différents instruments à notre disposition ? De quelle manière le temps, le cadre et la mission de l’institution publique influencent le psychothérapeute dans le choix  ou non des techniques de médiation? Et finalement, quelle position occupe le thérapeute par rapport à « l’espace intermédiaire » mobilisé par l’objet médiateur ?

Mots-Clé :  médiateurs, photolangage,  liquidité,  génosociogramme


The use of mediating techniques in cfp in an Italian public service family counseling centre 

The aim of this article is to propose some theoretical and technical considerations about using mediating techniques, e.g. the genosociogram (A. Ancelin Schützenberger), double-moon drawing (O. Greco) and photolangage (C. Vacheret), in CFP in an Italian Public Service (Family Counseling Centre).

What do we mean by “mediating objects”? On what occasions and with what aims can we use different instruments at our disposal in clinical practice? How do time, setting and the mission of the public institution influence the psychotherapist in choosing to use or not use mediating techniques? Last but not least: what position does the clinician occupy in relation to the “intermediate space” mobilized by the mediating object

Keywords: mediating objets, instability of bonds, genosociogram, photolanguage


ARTÍCULO

El uso de las técnicas mediadoras en el psicoanálisis de pareja y familia en un centro público de consultas para la familia en Italia

LA  ROSA ELENA[1]

 

¿Qué son los “objetos mediadores”? Algunos puntos teóricos y técnicos

En el prefacio del libro de Claudine Vacheret acerca del photolangage [fotolenguaje], (2000), René Kaës (1999) propone que “no es el medio, el objeto, que está mediando; es mediadora la función que cumple el objeto, en virtud de algunas de sus propiedades, dentro de un contexto relacional preparado para producir en su seno un efecto mediador.”

[Todas las traducciones (al inglés) y los subrayados son de la autora.]

La primera propiedad de los objetos mediadores es sin duda su concretud (imágenes, dibujos, plastilina, objetos cotidianos, etc.): el hecho de que forman parte de la vida diaria. Al mismo tiempo, dice Vacheret (2000; 2002), también, “al igual que el objeto transicional, están equipados con una doble polaridad”: de hecho, “se caracterizan por un lado, por su materialidad y, por el otro, por su carácter simbólico, es decir, la capacidad de promover el acceso a la simbolización a través del juego y la metáfora.”  De esta manera, “el objeto mediador tiene una función mediadora del acceso a la transicionalidad”.

 

El objetivo no es producir nuevos tests ni técnicas proyectivas. Lo que esperamos conseguir con estos métodos “no es la proyección de las estructuras o procesos de la vida psíquica, sino la activación de los procesos asociativos” (Kaës, 1999), que significa la producción de una conexión, un vínculo, entre aspectos que no están conectados en el presente, ni en un nivel intrapsíquico ni en un nivel intersubjetivo. Por lo tanto, la mediación supone una disyunción o separación, y “la eficacia del proceso mediador está basada en la naturaleza de la disyunción (o tal vez en su razón)” (Kaës, 1999).

En particular, por lo que atañe a lo intrapsíquico, el propósito es formar conexiones entre lo que pertenece al Inconciente (pensamiento de proceso primario, presentaciones de cosa, imágenes, conceptos, sentimientos). Es decir, es una cuestión de promover, en la intersubjetividad, la acción del Preconsciente que, como se sabe desde la perspectiva de la primera tópica Freudiana, moviliza la simbolización y el acceso a los contenidos latentes.

Sin embargo, las propiedades de los objetos mediadores no se agotan en el nivel intrapsíquico, sino que también incluyen la posibilidad de apoyar una representación compartida de las emociones y los sentimientos. Estas propiedades forman una conexión entre lo intrapsíquico y lo intersubjetivo, lo cual es especialmente importante en las terapias de pareja y de familia, así también como en las grupales. Vacheret (2000) considera al objeto mediador como “un punto de contacto del vínculo doble entre lo intrapsíquico (una conexión entre los tres sistemas: [Inconciente- Preconsciente- Consciente] y los niveles intersubjetivos [lo Individual y lo Grupal, lo Interno y lo Externo]). […] La mediación ayuda a la acción de crear vínculos, a través del hecho de que el objeto mediador constituye un apoyo para las representaciones preconscientes individuales del grupo”.

El objeto mediador toma entonces la forma de un lugar en una posición intermediaentre el sujeto y si-mismo, el sujeto y la pareja y/o el grupo familiar, el paciente y la terapia, un “espacio potencial” entre el sí-mismo y los otros. De la misma manera, podemos decir que esta “función intermedia” presenta analogías importantes con la función materna  y con los aspectos transformadores de la realidad psíquica interna, en contraste con la realidad externa. Basta con citar los conceptos de Winnicott de holding, handling, nursing y object presenting [el sostén, los cuidados corporales, la lactancia y la presentación de objetos] la idea de Freud de la barrera anti-estímulos como protección contra las pulsiones y la presión de la realidad, y el rêverie de Bion como la capacidad de convertir los contenidos no representables en contenidos nuevos que tengan sentido para el bebé, movilizando el imaginario.

Estos temas, si bien resultan muy interesantes, presentan el riesgo de abrir demasiados campos de debate: en este texto es suficiente considerar los aspectos transformadores y de holding inherentes a los objetos mediadores.

Después de esta descripción a grandes rasgos de las características de la mediación, paso ahora a proponer algunas consideraciones acerca de las posibilidades reales de aplicar las técnicas de mediación en las Psicoterapias de los Servicios Públicos.

Las técnicas de mediación en las Psicoterapias de los Servicios Públicos

¿Aplicarlas o no? Ésta es la primera cuestión, una pregunta que he escuchado de otros colegas con quienes compartí algunas perplejidades en relación al tiempo, el espacio y los objetivos de la Institución en que trabajo, que es un Centro de Consultas para la Familia en la provincia de Padua. De hecho, como consecuencia del número creciente de usuarios y una disminución progresiva de los psicoterapeutas del equipo, el tiempo que podemos dedicarles a los pacientes para la terapia individual, de pareja o de familia, está sujeto a una reducción drástica: en realidad, atender a una persona una vez por semana se ha convertido en un lujo que sólo raramente nos podemos permitir. Además, ya que trabajo en un Servicio Público que provee las psicoterapias en forma gratuita, una especie de ley no escrita recomienda que el terapeuta haga intervenciones de corto plazo, para permitir que un número mayor de personas puedan tener la oportunidad de utilizar el servicio. Es decir, luchamos diariamente contra nuestras propias limitaciones y la parcialidad inevitable de las intervenciones.

Por lo tanto, el primer problema se trata económicamente del tiempo necesario para aplicar los objetos mediadores. Algunas técnicas (por ejemplo, el método del genosociograma de A. Ancelin Schützenberger) requiere más de una sesión para que sea cualitativamente significativa, en términos de las conexiones simbólicas dentro de la historia genealógica, tanto para el psicoterapeuta como para los pacientes. Otras metodologías (por ejemplo, el ya citado fotolenguaje) requieren un tiempo para pensarlas antes de la consulta, un tiempo dedicado a la familia o la pareja en su ausencia, para elegir las preguntas y los materiales a proponer: ¡no es siempre fácil conseguir este tiempo y espacio mental “privado” en un contexto público!

El segundo aspecto está relacionado con los métodos, las mediciones y los encuadres: ¿de qué manera y con qué propósitos podemos utilizar los objetos mediadores con una pareja o una familia cuando no siempre podemos garantizar una frecuencia regular de sesiones? ¿Se puede mantener los vínculos asociativos, movilizados por estas técnicas en el calor del momento, durante dos (o a veces incluso tres) semanas, antes de volver a abrirlos? En términos de la organización psíquica  y los mecanismos de defensa, ¿no es contra productivo formar vínculos simbólicos de una manera más fuerte (con imágenes o dibujos, por ejemplo) que sólo con el uso de las palabras, para después dejar un hiato tan grande entre una consulta y la próxima?

No obstante, en mi opinión, todas estas cuestiones, indudablemente motivadas por el juicio de realidad sobre las limitaciones de la psicoterapia psicoanalítica en un Servicio Público, también esconden un contenido latente: podemos decir que es un dilema superyóico, en términos de una fidelidad presunta a la estricta ortodoxia en el método. El conflicto intrapsíquico del terapeuta se puede sintetizar de este modo: “¿Podríamos realmente utilizar ciertos materiales en una psicoterapia psicoanalítica? ¿Acaso no nos enseñaron que el tratamiento analítico para los adultos se basa casi totalmente en las palabras?”

Desde mi punto de vista, creo que es útil re-evaluar la idealización en nuestro ejercicio profesional y en los modelos teóricos si es que percibimos un gran hiato entre el método que utilizamos y los objetivos terapéuticos que queremos lograr con los pacientes en el encuadre de la institución pública donde operamos. Esta re-evaluación ayuda a los terapeutas a autorizar y legitimizar el auto-testeo y a ensayar, junto con los pacientes, los nuevos instrumentos y los desafíos técnicos novedosos. De manera que, para volver al tema de los objetos mediadores, podríamos decir que “en ciertos casos se puede, ¡o tal vez, mejor dicho, se debe utilizarlos!”

Ahora bien, ¿en cuáles situaciones? El año pasado, en el Congreso Nacional de Estudio “La investigación empírica en la psicoterapia psicodinámica de grupo” (Padua, 17-18 de febrero, 2012), G Fava Vizziello enfatizó las técnicas mediadoras, especialmente (pero no exclusivamente) con los niños y los adolescentes. En primer lugar, estas técnicas son absolutamente necesarias en los casos severos, las psicosis, los niños con retardo mental, y en todas las situaciones de adultos o adolescentes con una regresión de las funciones del yo, en particular cuando el lenguaje verbal es ausente o tiene un uso muy limitado. En segundo lugar, en la alexitimia y los casos psicosomáticos, es indudablemente conveniente aplicar los objetos mediadores. Además, para los adolescentes y los niños que viven en situaciones familiares difíciles, es muy importante que tengan la posibilidad de elaborar sus experiencias y todo lo que les ocurrió en la vida después de las decisiones duras que los adultos tomaron con respecto a ellos o en consecuencia de la violencia, las agresiones o los traumas en la familia. Esto se dirige hacia la recuperación, a través del uso de los objetos mediadores (los dibujos, los collages, las fotos, los títeres, las representaciones de sí mismos por medio de la elección de objetos de su vida cotidiana, etc.), de algo del control emocional que han perdido. De hecho, sólo por la propiedad de estar en el medio entre lo concreto-real y el mundo simbólico, el objeto mediador se presta muy bien para cumplir una función de organizador de las experiencias y una función de holdinghandling de los afectos destructivos y perturbadores (el juego y la transicionalidad).

Por último, con respecto al vínculo entre los aspectos intrapsíquicos e interpersonales, la particularidad del método, aplicado en la psicoterapia de familia o de pareja, es corregir las imágenes individuales a las asociaciones libres de los demás miembros de la familia. De este modo, alentamos a los pacientes a compartir la representación de los sentimientos y las emociones. Les permitimos descubrir nuevamente el placer dentro de las relaciones del grupo familiar y también en la alianza terapéutica. Este último elemento, de encontrar placer en la relación terapéutica es, como se sabe, particularmente útil para reducir el abandono de las psicoterapias psicoanalíticas.

En términos generales, aparte de su uso en las psicopatologías, los síntomas y síndromes, los objetos mediadores concuerdan con las necesidades terapéuticas emergentes en el contexto actual históricocultural.

Desde una perspectiva sociológica, el terapeuta debe considerar las condiciones siempre cambiantes de la familia y las nuevas configuraciones familiares (por ejemplo, un aumento en los divorcios matrimoniales y las separaciones de pareja, los progenitores solteros o las familias reconstituidas, las transferencias repentinas e inesperadas de algunos miembros de la familia, el aumento de la esterilidad de las parejas, con más hijos nacidos de las técnicas de fertilización MAP o hijos provenientes de adopciones internacionales, familias sustitutivas, etc.). Estas condiciones a menudo trastornan y desconectan a las personas de sus puntos de referencia estables y bien conocidas. Además, la precariedad, como efecto económico de la globalización, que afecta al puesto de trabajo, y los sistemas del mercado  de dinero, al mismo tiempo construyen identidades individuales y relaciones interpersonales basadas en la “liquidez”. Ésta es la famosa definición del filósofo Z. Bauman que designa la inestabilidad de los lazos: “Lazos sin el Ideal”, (Bauman, 2003). Dicho en términos psicoanalíticos, podemos hablar de “una caída general de la dimensión del orden simbólico”; lo cual nos hace pensar en una real y verdadera “evaporación del Padre”, tal como lo ha definido eficazmente M. Recalcati (2010) en su libro, titulado muy significativamente “El Hombre sin Inconciente”. La falta en ser, que anteriormente introducía el deseo, se reduce ahora al “vacío”, “reificado y congelado”  en una “falta en algo, desconectada de cualquier deseo.” En este sentido, Recalcati deduce que los pacientes actuales se caracterizan como “casos clínicos de vacío”, en que es más necesario trabajar para sostener la angustia y no tanto sobre la represión del deseo.

Por lo tanto, en ausencia de los puntos de referencia significativos, con una falta de simbolismo mortificante y paralizante, las palabras mismas aparecen “reificadas”, vaciadas de todo sentido. El contexto global ha sido imbuido de soledad, inseguridad y “narcinisme” (un término nuevo acuñado por el autor citado [Recalcati, 2010] como una crasis humorística entre narcisismo y cinismo). En la psicoterapia psicoanalítica, necesitamos algunas técnicas, tales como los objetos mediadores, capaces de movilizar los aspectos vitales, conectivos y significativos del Preconsciente, empezando con la concretad y la materialidad que muchas veces dominan nuestro medio socio-económico.

Específicamente con respecto a las psicoterapias en el Centro de Consultas Familiares donde trabajo, en el curso de los años, he considerado la posibilidad de aplicar las técnicas mediadoras en diferentes situaciones, que se pueden resumir de la siguiente manera:

  • Dificultades para verbalizar y comprender (por ejemplo, extranjeros o inmigrantes que tienen dificultades para entender el idioma del nuevo país)
  • Problemas de mentalización y dificultades para reconocer y nombrar sus propios afectos (por ejemplo en los casos de alexitimia, los desórdenes psicosomáticos relacionados con la sexualidad y con los desórdenes sexuales de la pareja, pensamiento pre-operativo y la verbalización enfocada en los sucesos concretos)
  • Falta de o mal funcionamiento del Área Transicional o de la actividad preconciente, para conectar el proceso secundario con el proceso primario
  • Dificultades de la simbolización causadas por los traumas repetidos o precoces, sufridos por el individuo, o los transgeneracionales, transmitidos desde los ancestros de la familia. (En 1999 Kaës escribe sobre los “efectos siderantes de los traumas,” que requieren una fluidificación por medio de los objetos mediadores)
  • Desórdenes del impulse y personalidades impulsivas con una tendencia a la acción: “hacer algo” (dibujar, elegir fotos, etc.) puede ayudar a contener los sentimientos y la ansiedad incontrolables
  • Personalidades extremadamente pasivas que necesitan un estímulo para poder participar de las interacciones con los demás miembros de la familia y/o con el psicoterapeuta
  • Frente a la ausencia de los recursos y el tiempo para trabajar adecuadamente sobre las defensas, en particular cuando la expresión verbal se vuelve banalizada, repetitiva, muy controlada, bajo los mecanismos neuróticos rígidos, tales como la racionalización, la intelectualización, la huída fóbica, el control obsesivo, etc.
  • En cada momento de impasse terapéutico que no se resuelve fácilmente, en vista del gran hiato entre una sesión y la siguiente en las psicoterapias de los servicios públicos
  • En cada situación en que el terapeuta necesita nuevos eslabones para comprender el funcionamiento del paciente o la pareja
  • También en otros casos, el objetivo es aumentar la conciencia del paciente en relación a sus propios sentimientos profundos y su complejidad psíquica, y a promover un acceso más rápido a algunos contenidos latentes.

Resulta obvio que se podría seguir con la lista de los casos de aplicación posibles, pero a esta altura del artículo, es fundamental proponer algunos argumentos en relación a algunas técnicas específicas que utilizo en mi práctica clínica.

Qué tipo de objetos mediadores utilizar con cuáles parejas o familias: algunos comentarios a partir de las situaciones clínicas El genosociograma (A. Ancelin Schützenberger, 1993; 2007), el Dibujo de la Luna Doble (O. Greco, 1999) y el Fotolenguaje (C. Vacheret, 2000; 2002) son tres tipos diferentes de técnicas mediadoras que ofrecen varias posibilidades de utilización en diversos contextos psicoterapéuticos, logrando diferentes propósitos.

Empezando con el genosociograma, según la formulación de Ancelin Schützenberger (2007), “el papel del psicoterapeuta que trata con la psicogenealogía es en primer lugar reparativo-integrativo“. En el Centro de Consultas Familiares, este método, aparte de ser precioso para recolectar la anamnesis de las tres generaciones, es útil en mi experiencia en algunos casos particulares:

  • En la psicoterapia con los padres que han sufrido traumas dentro de la familia durante su niñez o adolescencia (violencia física o psicológica, abuso sexual, incesto, etc.). La elaboración de estas experiencias puede ayudarlos, especialmente el o los padres con un bebé recién nacido, para evitar las repeticiones de los mismos traumas en sus propios hijos.
  • En la psicoterapia de apoyo con las madres que sufren el síndrome de la depresión del posparto. Trabajar con la historia familiar a través de las generaciones promueve que hagan las paces con las representaciones de los ancestros maternos femeninos y con los objetos internalizados. También ayuda a resolver la ambivalencia y a movilizar hacia la reparación (que, como asevera S. Missonnier (2003), es muy importante en las “consultas terapéuticas perinatales”).
  • En la psicoterapia de pareja para las crisis personales o matrimoniales. El genosociograma facilita el trabajo con el llamado “grupo interno de la pareja o el drama inconciente de la pareja” (R. Losso, 2000; R. Losso, A. Packciarz Losso, 2010). Estos autores describen el tramo intersubjetivo de los deseos conscientes e inconscientes, las expectativas, ideales y fantasías que pertenecen a cada miembro de la pareja, a sus propios padres y a las generaciones anteriores. Todos estos entrelazamientos construyen la representación de la “familia interna”. En las crisis matrimoniales, se sabe, promover la conciencia de las representaciones compartidas inconscientemente, es fundamental para ayudar a la elaboración..
  • En cada situación en que, desde el comienzo, sentimos en la contratransferencia una inmensa angustia que no podemos relacionar con ningún contenido manifiesto que nos pertenece a nosotros ni al grupo familiar actual. Esta angustia puede responder a una transmisión transgeneracional inconciente que los pacientes re-vivencian, en que incluyen al psicoterapeuta como participante.

En mi opinión, debido a sus características, el genosociograma podría considerarse una “técnica preparatoria” tanto para los pacientes como para el terapeuta, cuando comienzan una psicoterapia psicoanalítica en sí. De hecho, el genosociograma desarrolla la habilidad de los pacientes de hacer conexiones, y pone a prueba la capacidad de utilizar el encuadre de una manera apropiada. Además, esta técnica le provee al psicoterapeuta con indicadores útiles sobre la capacidad de asociación libre de los pacientes y la actitud para aceptar las conexiones hechas por otras personas (los familiares o el terapeuta) y para abrazar los vínculos entre los afectos y los pensamientos, las situaciones del pasado y los problemas actuales, el intercambio interpersonal, los aspectos individuales y los legados transgeneracionales. Por la particularidad del genosociograma podríamos decir que crea un “espacio intermediario” entre la persona y los vínculos familiares, entre el ahora y el entonces, y muchas veces, en el caso de las migraciones o las mudanzas, también entre aquí y allá, un lugar diferente y un contexto de vida lejano que parece inalcanzable comparado a la situación actual.

Desgraciadamente, en términos del tiempo que insume, esta técnica es definitivamente costosa, especialmente en las psicoterapias de pareja o de familia. En realidad, hace falta una primera fase para tomar el genosociograma, que requiere por lo menos una o dos sesiones individuales, para empezar a crear las conexiones entre los signos y los significados. Subsiguientemente, compartimos gradualmente las psicogenealogías individuales dentro de la pareja o la familia. Un hecho que hemos representado concretamente sobre el papel: las personas, los lugares, las profesiones, las fechas, los eventos significativos de la vida personal y familiar, ayuda a visualizar el “collage” consciente e inconciente de su modo de relacionarse. Para lograr este propósito, utilizamos la asociación libre de los pacientes y las reconstrucciones y la asociación libre del psicoterapeuta. La consecuencia es que en el genosociograma, más que en otras técnicas mediadoras, la posición y las habilidades del psicoterapeuta para hacer conexiones son fundamentales para formular hipótesis y, como dice la autora (Ancelin Schützenberger, 1993), “hacer preguntas que abren y hablan”, “tirando del hilo rojo de la asociación libre del paciente”.

Finalmente, en mi experiencia clínica, he notado que el genosociograma no siempre garantiza la posibilidad de un resultado positivo, debido a las limitaciones tanto de los pacientes como del psicoterapeuta. De hecho, los primeros podrían tener dificultades para entender y aceptar las conexiones hechas por el terapeuta entre la historia familiar y los síntomas o dificultades actuales. Por otro lado, el terapeuta podría tener algunas dificultades (sobre todo si, como en mi caso, se encuentra con estas técnicas complicadas y delicadas en los primeros años de su experiencia) para elegir los “signos correctos” para activar una elaboración apropiada en el momento específico que la persona está atravesando.

Es diferente el caso del Dibujo de la Luna Doble, un método que inventó en Italia O. Greco (1999), aplicable tanto a los adultos como a los niños, para trabajar sobre “la definición de los límites y la pertenencia familiar”. Esta técnica utiliza una representación compartida especial de los vínculos y las relaciones, particularmente en las familias de crianza, las adopciones, las familias re-constituidas, los divorcios, etc., cuando han ocurrido cambios irreversibles de largo plazo en la familia original. En mi práctica clínica lo aplico con los adultos que están en psicoterapia de pareja, especialmente en las siguientes situaciones:

  • En una fase específica del ciclo de vida familiar (por ejemplo, una crisis de la pareja después de la decisión de uno de los miembros de “tomar distancia” o de “irse” de la familia por medio de una traición matrimonial o cualquier tipo de decepción; durante la redefinición necesaria de los límites de la pareja después del nacimiento de un bebé o la entrada en la adolescencia de los niños)
  • En una fase específica de la psicoterapia: por ejemplo, el Dibujo de la Luna Doble se puede utilizar al comienzo o en la consulta preliminar para ayudar a los pacientes a tomar conciencia de su propia posición simbólica en el “espacio relacional” con respecto a todas las personas afectivamente importantes de sus vidas. Cuando la terapia se acerca a la conclusión, la re-aplicación de esta técnica y la comparación de los dos dibujos de cada miembro de la pareja promueve una evaluación final de la ruta terapéutica y los cambios logrados.
  • En cada situación de ruptura o de forzamiento de los límites de lo que se llama el ”hábitat familiar interna” (Eiguer, 1983), la causa de diferentes traumas posibles (por ejemplo, la pérdida repentina e imprevisible de la casa, temporaria o definitivamente, por problemas económicos o desastres naturales; la necesidad de volver a convivir con la familia de origen del marido o la esposa debido a la muerte o enfermedad de algún pariente cercano, etc.). Estos problemas se vinculan con otro tema del autor citado: “la consolidación del cuerpo familiar”. Cuando el mundo psíquico familiar se basa casi exclusivamente en el “hábitat externo” (la casa en sí, el medioambiente de vida), la pérdida material también se vuelve catastrófica para las relaciones de pareja o de familia. En estas situaciones es muy importante guiar a la pareja en la reparación simbólica de los “límites familiares”, tan dañados por tales eventos. Compartir en la terapia algunas representaciones mentales, algunos significados de lo que es “ser una pareja o una familia”, por medio de un dibujo gráfico, sencillo y descriptivo, podría proveerles una ayuda preciosa.

Comparado con el genosociograma, esta técnica presenta algunas ventajas por su sencillez, aplicabilidad fácil y rápida y consignas comprensibles que cualquiera puede seguir, incluso las personas con dificultades lingüísticas o con una expresión verbal pobre. Además, en las situaciones conflictivas de pareja, cuando las palabras se vuelven repetitivas, llenas de ira estancada y venganza, necesitamos un modo alternativo para movilizar las capacidades reflexivas e imaginativas.

En el prefacio del libro de Ondina Greco, Vittorio Cigoli (1999) afirma que la particularidad de este método es “la valorización del acting simbólico, como base y matriz para las atribuciones de significado”. […] Lo que se produce no es nada que se pueda pensar de antemano; es en cambio algo que ocurre y emerge de la acción”.

 

Además, esta técnica tiene  una doble polarización: por un lado, cuando se introduce en las psicoterapias de pareja o de familia, les ofrece a los pacientes la posibilidad de enfocarse mejor, de un modo muy inmediato (se puede decir que les hace visualizar literalmente, por medio de una representación espacial de los vínculos, las exclusiones, las inclusiones, etc.), los términos de los conflictos. Por otro lado, el Dibujo de la Luna Doble le permite al terapeuta verificar sus hipótesis sobre las relaciones familiares, por lo cual resulta un instrumento de conocimiento (de hecho, Cigoli menciona que un terapeuta es también un “investigador” del funcionamiento familiar).

La posición que ocupa el psicoterapeuta no es en abstinencia y no es interpretativa de las líneas gráficas, sino que, considerando la acción simbólica, su rol es apoyar la asociación y el pensamiento. De este modo, el terapeuta se coloca en una posición externa con respecto a la acción producida por los pacientes.

Esto no ocurre en otra técnica mediadora, el fotolenguaje (C. Vacheret, 2000), en la que el psicoterapeuta participa activamente de la acción al elegir una foto, al igual que todos los pacientes. Así, el analista les transmite a los pacientes que no es peligroso involucrarse en la acción, y sugiere la posibilidad de identificarse con la capacidad de juego del terapeuta y su actitud de hacer asociaciones y vínculos entre las imágenes, los sentimientos suscitados por las imágenes y los pensamientos.

Es mi opinión que la posibilidad de que el psicoterapeuta elija una foto y exponga sus comentarios personales al respecto, constituye una manera estructurada y original de relacionarse con nuestros pacientes de un modo diferente. En un trabajo anterior (La Rosa, 2006), titulado “Acting and Thinking across the groups” [Actuar y pensar a través de los grupos], observe que “las acciones del psicoterapeuta que desarrollan el funcionamiento del paciente también incluyen el uso de la persona del terapeuta como fuente de apoyo emocional”. [El analista] “trabaja como modelo identificatorio que guía a los pacientes y les ayuda a estructurarse por medio de varias funciones del terapeuta mismo”. En el caso del fotolenguaje, la intervención del psicoterapeuta, al elegir y presentar sus propios vínculos asociativos personales, estimulados por las fotos, es una acción muy bien dirigida. Esta acción requiere un “pensamiento ad hoc”, y presupone una forma de “pensamiento que se convierte en acting”, pero que al mismo tiempo establece la elaboración, el holding y el handling que tienen sentido y significados emocionales. Desde este punto de vista, estamos a kilómetros de distancia de la idea original del psicoanálisis, a saber, que “el acting se considera siempre un acting out y es totalmente anti-terapéutico”.

Desgraciadamente, en términos del tiempo que insume, el fotolenguaje, al igual que el genosociograma, es  costoso, en este caso porque requiere un tiempo suplementario antes de cada sesión psicoterapéutica. Según Claudine Vacheret (2000; 2002),  el fotolenguaje se basa en “dos ejes mediadores”: por un lado la colección de fotos seleccionada por el psicoterapeuta, y por el otro lado, “la pregunta” construida para el grupo, para cada sesión en cada fase particular de la terapia.

El hecho de que el analista piense en los pacientes, como grupo y también como cada miembro singular del grupo, es muy importante para este método: dedicar un tiempo, estructurado como un “tiempo diferente”, para pensar en las personas antes de la consulta en sí; se parece al concepto de “maternal rêverie” [“ensoñación materna”] (Bion, 1962), que la mente del psicoterapeuta, en una analogía con una madre y su bebé, debería poder ofrecer a sus pacientes, si lo necesitan. Sin embargo, elegir adecuadamente las preguntas y los materiales requiere un tiempo para pensar que no es tan fácil recortar del ritmo veloz de una organización de servicio público.

Tomando en cuenta este inconveniente, si yo quería utilizar este método, era necesario hacer un arreglo metodológico de la técnica original, introduciendo algunas variantes que resultan funcionales en el encuadre del servicio público de psicoterapias familiares. Ante todo, no organizo psicoterapias de grupo basadas exclusivamente en el fotolenguaje, como lo propone la autora en su método, sino solo ocasionalmente, en situaciones particulares durante la terapia. Tomo como indicación su idea de utilizar las fotos, las preguntas acerca de las fotos y la confrontación final en el grupo: “qué encuentra de similar o diferente en las fotos elegidas por los demás miembros, sin expresar ninguna interpretación ni juicio acerca de los sentimientos y las asociaciones de los demás” (Creo que este último aspecto es muy útil para trabajar simultáneamente sobre la actitud de empatía de los pacientes y sobre la capacidad de tolerar que alguien exprese puntos de vista diferentes de los míos sobre algo que afecta a los pacientes en lo personal).

Considero que el hecho de que sólo en una sesión especial dedicada al fotolenguaje se involucre el coordinador del grupo en forma directa y se exprese por medio de la acción simbólica, podría funcionar también como un momento importante de holding y de restitución afectiva de los procesos intrapsíquicos y de la dinámica del grupo familiar (precisamente, “la rêverie maternal” mencionada arriba) en el hic et nunc de la psicoterapia.

Además, como las colecciones de fotos originales patentadas por C. Vacheret no están disponibles en Italia, construí, a través del tiempo y del uso, mis propias colecciones de fotos, clasificadas por temáticas, conjuntos y escenarios. Me refiero a este método como el

“fotolinguaggio” (“fotolenguaje”), para distinguirlo del photolangage© original, inventado por la autora citada, y lo aplico en los siguientes casos:

  • En la psicoterapia de grupo, de pareja o de familia, cuando se requiere un objeto mediador para promover el pasaje desde la “presentación de cosa” (relacionada con el inconciente y el pensamiento del proceso primario) a la “presentación de palabra” (vinculada con el sistema consciente-preconciente desde la perspectiva de la primera tópica Freudiana y el pensamiento del proceso secundario) (Laplanche, Pontalis, 1967).
  • En algunos momentos particulares de la terapia: por ejemplo, en la fase inicial y/o final, antes o después de la separación por las vacaciones, etc.
  • En ocasión de diferentes tipos de dificultades o de impasses terapéuticos que podrían determinar una interrupción del tratamiento o el abandono por uno o más componentes del grupo familiar.
  • Cuando es necesario re-descubrir el placer en las relaciones del grupo familiar y/o de la pareja y también en la alianza terapéutica, con el propósito de aumentar la confianza de los pacientes en su posibilidad de disfrutar del encuadre psicoterapéutico y de lograr resultados positivos.
  • Con las dificultades típicas en la pareja o la familia debidas a las características individuales o a los patrones relacionales, tales como:
    • Problemas severos de comunicación intrasubjetiva y/o intersubjetiva.
    • Dificultades masivas para compartir los sentimientos y los pensamientos íntimos con la familia o la pareja.
    • El uso constante del lenguaje de un modo defensivo (la racionalización, la intelectualización, la huída fóbica, el control obsesivo, la inhibición, etc.) o de un modo muy moralizador con el efecto final de juzgarse mutuamente.
    • La falta de empatía o la imposibilidad de ponerse en el lugar del otro.
    • Dificultades para aceptar que otras personas puedan tener un punto de vista completamente diferente del nuestro y que el del otro podría ser tan correcto como el nuestro. o Etc…

Después de haber indicado en forma general las situaciones indicadas para utilizar los diferentes tipos de objetos mediadores, quisiera pasar ahora a explicarlas mejor a través de un caso clínico en que he aplicado mi técnica personal de fotolenguaje.

Un caso clínico (fotolenguaje)

En noviembre de 2011, la familia D.F. vino a consultar aI Centro de Consultas donde trabajo, con el pedido de una  psicoterapia familiar por indicación del Servicio Público de Salud Mental, que estaba apoyando a la hija F. (de 29 años de edad) con una asistencia farmacológica. Ésta estaba también asistiendo a una psicoterapia psicoanalítica una vez por semana con un colega que trabaja en forma privada. Los síntomas consistían en ataques de pánico (que empezaron en febrero de 2011), algunos comportamientos compulsivos que la colocaban frecuentemente en situaciones difíciles o peligrosas, y fobias de diferentes tipos de animales agresivos (cocodrilos, tiburones, etc.). Después de vivir sola algunos años, volvió recientemente para vivir con los padres (R. de 61 y S. de 56 años de edad) debido a problemas económicos. La hermana, V., 14 meses mayor que F., se casó en agosto de 2011 y se fue  con su marido a vivir a otra localidad donde había asistido a la universidad,  que estaba a muchos kilómetros de Padua. El conflicto familiar era masivo, pero nunca incluía actings agresivos. Los contrastes eran entre los padres y la hija y también dentro de la pareja matrimonial. Después de la fase de consulta preliminar, propuse una psicoterapia una vez cada quince días, obviamente sin V. por la distancia.

Desde el inicio, me impresionaba el uso del lenguaje verbal en esta familia, centrado en los problemas económicos, lleno de reivindicaciones y acusaciones, muy detallado sobre la incapacidad de la hija de hacer algo, en comparación con la hermana mayor, V. Las palabras se utilizaban constantemente de un modo moralizante y racionalizante desde los padres hacia la hija, con quejas en relación a su incapacidad e inmadurez. Pero F. también estaba reprochando a sus padres por sus incomprensiones matrimoniales e incoherencias. En la contratransferencia lo encontraba muy irritante y a veces incluso aburrido.

En los primeros dos meses de psicoterapia, logramos definir las “deudas y créditos” de cada miembro de la familia, no sólo en el sentido material, sino en una forma más simbólica y significativa, en términos de las expectativas/demandas y necesidades/deseos mutuos. Cada uno sentía que tenía “crédito en vez de débito”, y consideraba los pedidos de los demás como excesivos, intolerables, profundamente caracterizados por la oralidad (“demandas chupadoras o “devoradoras”) Estos sentimientos no eran sólo de los padres hacia la hija y viceversa, sino también entre la pareja matrimonial. Desde el comienzo, emergió que también la madre, durante los primeros años del matrimonio y cuando las dos hijas todavía eran chiquitas, había sufrido de ataques de pánico, porque el marido estaba siempre de viaje por su trabajo y ella se sentía muy sola todo el día en una casa muy aislada adonde la nueva familia se mudó, definitivamente muy lejos del pueblo donde había nacido.

En general, las dificultades de comunicación en esta familia parecían evocar una estructura neurótica. En este tipo de estructura, afirma A. Eiguer (2001), “dos culturas, la de los adultos y la del adolescente, entran en conflicto.” Los desacuerdos sobre algunos puntos son típicos: las reglas de convivencia, los ritmos de vida, las visitas, las diversiones, etc. Parecía que F. estaba encerrada en una adolescencia tardía sin fin, con una dependencia oral infantil de sus padres, expresada con pedidos urgentes que, si no se satisfacían, se convertían en una necesidad de robarles sus cosas preciosas (el dulce hecho en casa por la madre, las herramientas del padre, etc.). Los padres, sinceramente trastornados y preocupados por F., no sabían qué hacer para ayudarla a “salir de ahí”. En todas las sesiones psicoterapéuticas, no había momentos de silencio, las palabras se utilizaban como armas filosas para convencerse los unos a los otros cognitivamente y para causar un cambio de comportamiento. Yo sentía que nadaba en un mar de verbosidad que no ayudaba para nada el acceso real a las emociones compartidas y a la intersubjetividad. Las pocas claves intersubjetivas que S., la madre, ofrecía a menudo, eran siempre banalizados en términos de un buen sentido común por R., el padre. Era como si toda la familia prefiriera quedarse en un “nivel superficial” sin profundizar mucho, tal vez por “el miedo de ver lo que había debajo de eso”. A veces yo tenía dificultades para ofrecer alguna restitución útil acerca de las interacciones familiares, que tendiera a abrir algunos procesos asociativos y  más espontáneos. Los pacientes y la psicoterapeuta estaban de alguna manera hipnotizados por el uso masivo de la racionalización en el lenguaje.

A los cinco meses, emergieron algunas referencias al “miedo del agua profunda y de lo que puede esconderse debajo, con la incapacidad de nadar ahí adentro porque está tan oscuro”. Mentalmente, relacioné repentinamente esta verbalización con las dificultades de esta familia para pagar el proceso analítico, aunque no hice ninguna interpretación acerca de la resistencia hacia la terapia. Antes de las dos sesiones siguientes, S. me llamó para cancelar, aduciendo algunos problemas laborales. Hasta ese momento, venían todos a la sesión y llegaban puntualmente. En una ocasión, S. me preguntó si podría venir eventualmente a solas; dijo que F. había dicho que “no quería venir más porque la terapia era más útil para los padres por sus problemas matrimoniales”  S. también informó que R., el marido, desde su punto de vista, al principio acordó continuar como una terapia de pareja, pero “al final se negó a venir si F. no venía más, ya que la razón por la psicoterapia, para él, era sólo para ayudar a la hija a sentirse mejor”. Le contesté que era importante que vinieran los tres, “porque si querían terminarlo, era fundamental que lo decidieran juntos e hicieran un acuerdo sobre cómo y quién continuaría, eventualmente… En ese momento ya había pasado un mes desde la última sesión, y me preguntaba cómo salir del impasse terapéutico. Entonces pensé en la posibilidad de dedicar una sesión al fotolenguaje, con el propósito de movilizar la capacidad asociativa en esta familia, que me parecía potencialmente bien desarrollada, pero que evitaba defensivamente en las interacciones.

Elegí alrededor de veinte fotos con diferentes temas, algunas relacionadas con el agua, el mar profundo o poco profundo, oscuro o transparente, y las criaturas que viven ahí. Había también otros paisajes, en la montaña o en el bosque, algunas artesanías u objetos de la vida diaria, y algunas obras de arte desconocidas. La pregunta constaba de dos partes: “¿Qué le gustó más, qué le hizo sentirse satisfecho con su psicoterapia y qué le disgustó o le hizo sentirse insatisfecho con su psicoterapia? Cuéntelo con la ayuda de dos fotos, una para expresar lo que le gusta y la otra para expresar lo que le disgusta”. De esta manera me propuse trabajar con los dos polos antagónicos, para promover el acceso a la ambivalencia. Intenté estimular la conciencia de las resistencias con el propósito de llegar a un acuerdo sobre la terminación de la terapia familiar o la continuación en un encuadre diferente (por ejemplo, la psicoterapia de pareja o individual).

S., visiblemente emocionada por la nueva tarea, levantó “Mar centelleante” para expresar lo más le gustaba de la terapia familiar y “Títeres Sicilianos” y “Laberinto” para representar lo le hacía sentirse insatisfecha. Dijo: “el agua oscura me asusta porque no se ve el fondo, pero está también la luz… y la luz me da esperanza”. Refiriéndose a las otras dos imágenes, agregó: “Me siento como un títere siciliano… con alguien que lo maneja. Para mí es una imagen terrible…! También el Laberinto es muy perturbador, porque no se puede salir… uno intenta de todo, pero siempre se termina contra una pared… También con mi hija F. siento que no puedo salir de los problemas… para ella todo es blanco o negro, me provoca para ver si la quiero realmente o no… tengo que demostrarlo con mi comportamiento y fallo cada vez!… (…) Si uno es madre, se desea tener hijos e hijas felices. Sé que quiero tener todo y ya mismo, pero no funciona así… No es así que se sale del laberinto, tengo que aprender a esperar un poco… y después de todo, hay esperanza!”

La confrontación en la familia de “qué encuentra de similar o diferente en las fotos elegidas por los demás miembros, sin expresar ninguna interpretación ni juicio acerca de los sentimientos y asociaciones de los demás” comenzó bastante pronto, ya que F. eligió las mismas fotos que la madre para explicar lo que no le gustaba: “Laberinto” y “Títeres Sicilianos”. Las verbalizaciones de F. no diferían mucho de las de su madre: “no se puede salir de acá si estás adentro, o estás adentro o estás afuera… Como mi madre, soy una persona que piensa tener todo ya mismo, pero estoy consciente de que no puede ser así…!”. “Aquí, me siento siempre en alerta, como los títeres sicilianos, bajo un fuego cruzado, como si estuviera constantemente en guerra. Me siento sola cuando discutimos, tienen esa cosa que yo llamo “solidaridad matrimonial” entre ellos, y me encuentro sola…” Para los aspectos positivos, eligió “Amor en Creta”, que estimuló la curiosidad y el interés de ambos padres: estaban asombrados y dijeron que no habían visto esa foto. F. dijo: “Esta foto me da serenidad, me imagino mi familia futura así, con alguna estabilidad en el futuro.” Su verbalización sonaba ambigua, ya que no quedaba claro si estaba hablando de su propia futura pareja con alguien o de la pareja de los padres. R. y S. también percibieron esta ambigüedad, y le pidieron algunas aclaraciones. Les contestó así: “para mí, simboliza la estabilidad, la serenidad en el futuro de mi familia actual… quiero decir, con Uds. ¿Cuántas otras familias tengo yo?!” Los padres concordaron entre ellos al dar una interpretación totalmente diferente de la foto, en términos de sentimientos dolorosos y tristeza. S. dijo: “hay ternura y amor en la pareja, pero también sufrimiento… realmente un cuadro muy lindo! Tanto el hombre como la mujer tienen expresiones tristes y sufridas”. Por su lado, R. agregó: “para mí es una foto trágica…la mujer, pero también el hombre, parecen soportar un gran dolor interno… es una unión basada en el dolor, el sufrimiento…”.

Luego, R. primero comentó las fotos elegidas por su mujer y su hija: “el mar está iluminado, me da una sensación de tranquilidad, es un mar calmo, positive y sereno, sólo un poco rizado…puedo entender que si no se ve el fondo, puede simbolizar el miedo de lo desconocido… (…) El Laberinto significa la confusión, mientras los Títeres me recuerdan ser manipulado”. Finalmente, presentó sus fotos: “Madona de la Huerta” para los aspectos positivos, y “Después del Caos” para los negativos. Dijo: “La madre que protege al hijo y lo acompaña representa a la familia… Para mí, como hombre, significa proteger a la esposa y los hijos. La otra me pareció una imagen realmente perturbadora, una especie de túnel donde no me gustaría entrar… pero ahora, mirándolo mejor, puedo ver una salida… (…) no es tan perturbador, se lo puede pasar a través.” S. y F. concordaron al creer que la primera imagen era una estatua religiosa, lo cual provocó el asombro de R., que no había considerado esa posibilidad para nada. S. dijo: “para mí ésta es la Madona, la madre por excelencia… Quisiera ser como ella, que dio todo por su hijo!… (…) No sé qué pensar de la otra; lo lamento!”  Al contrario, F. prefirió no comentar sobre la primera imagen, ya que declaró: “Estoy pasando por un momento particular en relación a la religión” (…) “Aquella otra en cambio me da una sensación de refugio y de envoltura.”

En la fase final, les pedí que compartieran los sentimientos y consideraciones sobre “cómo marchaba esta actividad conjunta”, “cómo tomaban el hecho de que otros miembros de la familia hicieran comentarios diferentes u opuestos con respecto a sus propias fotos”. Por primera vez en la psicoterapia emergieron algunas verbalizaciones que abrieron la posibilidad de un diálogo: el pensamiento divergente se puede tolerar y puede coexistir en una especie de actitud empática naciente. Es decir, por primera vez, no prevalecía la necesidad de uniformar todas las convicciones personales en la familia. En ese momento, decidí insertar mi propia elección de fotos al pensar en la terapia con esta familia: “Bahía de Ojo de Pájaro” y “Tortuga”. Les dije lo siguiente:”Me gusta la pequeña bahía atractiva, vista desde arriba, por las posibilidades que contiene: el agua cristalina, un lindo mar donde nadar, protegido de los vientos, los árboles en la playa para encontrar una sombra contra el sol, etc… La tortuga es lo que se puede encontrar en esta agua si uno puede tirarse al agua, y no es ni negativa ni desagradable en sí misma, ¡es todo lo contrario! Pero la tortuga me hace sentirme insatisfecha, porque no se puede encontrarse con ella si uno no se tira al agua… Así que, cambiando el orden de las dos fotos, la Tortuga, un animal curioso y vivaz, podría representar algo lindo y agradable, la sorpresa… todo lo interesante que podemos descubrir en el agua y también en la terapia. A diferencia de la bahía, porque sólo se lo puede ver desde lejos, y esto podría ser el aspecto menos agradable… no sabemos exactamente cómo llegar ahí”  (“el camino podría no ser fácil de seguir,” agregó R.). Y proseguí: “Así que podemos decidir conjuntamente si nos quedamos en la superficie y paramos en este punto de la terapia, que está bien de todos modos, y que no iremos a mirar qué hay debajo del agua…. Podemos decidir no profundizar algunos aspectos, por ejemplo, quién es el titiritero de estos títeres, qué es lo que los hace moverse…”.

En voz baja, casi imperceptiblemente, S. dijo: “mi titiritera es F.!”. Y F. contestó, en una voz tan baja como la de S.: “¡Lo sabía yo! ¡Ella se siente manipulada por mí si le pido algo!” Luego, la familia guardó silencio por un ratito, y ésta fue la primera vez que lo pudieron tolerar. En un ambiente asociativa, R., muy emocionado, recordó con palabras hondamente sentidas, a su propia madre a quien amaba mucho. Narró cómo lo lamentaba si ella estaba triste o perturbada a causa de él, por algo que había hecho o le había dicho. Verbalizó claramente su deseo de que sus hijas V. y F. se comportaran hacia sus padres del mismo modo como lo hacía él cuando era joven. En este momento, S. intervino para decir lo emocionalmente “pesado” que ha sido para ella el deseo de R., profundamente presente desde que las hijas eran pequeñas: “una perfección inalcanzable que me hacía sentirme frustrada toda la vida, siendo comparada continuamente con la esposa de su hermano sobre la manera en que ella estaba criando a sus hijas…”. Entonces, F. reaccionó activamente a la proyección de su padre: “Me gustaría que no me comparen a otras personas, y me desagrada totalmente venir acá para ver cómo mis padres subrayan mis errores… por otro lado, siempre me siento bombardeada, en un estado de alerta… como el títere siciliano!”. Como dice Eiguer (2001), en las familias con un funcionamiento neurótico “el apego edípico del progenitor hacia su propio progenitor (…) sigue vivo” y determina “en el joven un rechazo de la pasividad” y “una necesidad de auto-afirmación”.

Como restitución, concluí con lo siguiente: “tal vez en este período, toda la familia se pregunta qué tipo de ayuda pueden recibir en la terapia y si es posible quedarse ahí, a pesar de las dificultades y los temores, cada uno a su manera, diferente de los modos de los demás. ¿La psicoterapia será un lugar que puedo sentir como el mío como persona y como familia, o no?” Al final de la sesión, la familia decidió sin ninguna duda continuar con la psicoterapia.

Es probable que el uso del objeto mediador haya ayudado mentalmente a “vivir en el espacio” de la psicoterapia familiar de un modo más espontáneo, superando la fase de impasse que determinó la interrupción temporaria del análisis. Estimulando una verbalización menos fría y racionalizante en comparación con la modalidad habitual de comunicación, el objeto mediador iluminó el legado simbólico del grupo familiar, desde una “narrativa manifiesta” hasta una “narrativa latente” (según la famosa definición de Ancelin Schützenberger, 1993). Todos los ricos materiales que emergieron en esta sesión (que no es el caso profundizar en este artículo por cuestiones de la extensión total) se convirtieron en los meses siguientes en el objeto de elaboración y de intercambios intra/intersubjetivos. S. dijo que “ha sido como superar un impedimento” y “después de esa sesión, el ambiente en casa ha cambiado definitivamente”. La familia concordó sobre la necesidad de invitar a la hija mayor, V., a la terapia. Ésta participó activamente en algunas de las sesiones, haciendo el largo viaje desde su domicilio actual. Durante los meses siguientes, emergió más conciencia de las expectativas y la intolerancia mutuas, que determinó una reconformación de la idealización y en consecuencia una mejoría de las relaciones en la familia. Actualmente, después de un año y medio, F. ha reducido paulatinamente la terapia farmacológica por indicación del psiquiatra, y está cerca de suspenderlo completamente. Después de despejar algunas de las razones por la angustia, y haciendo algunas vinculaciones acerca de las pulsiones agresivas y destructivas que circulan en la familia, están ahora trabajando sobre la tolerancia y la gratitud de uno hacia el otro. Todos están de acuerdo que en este punto de la terapia, todo el mundo está tratando de ponerse en el lugar del otro, aceptando que pueden existir diferentes modos de ser, algo que era absolutamente inconcebible al comienzo de la psicoterapia.

Conclusiones

El uso de los diferentes objetos mediadores indudablemente ha representado un desafío técnico, una especie de puesta a prueba de las capacidades personales y profesionales de la psicoterapeuta para conservar el encuadre psicoanalítico, aun con la introducción de nuevos elementos. De hecho, estos elementos que suscitan una habilidad simbólica-creativa fundamental, podrían ser potencialmente desestructurantes. En mi opinión, no sería posible aplicar los objetos mediadores de un modo realmente efectivo, ayudando el trabajo de conexión del preconciente, sin un marco psicoanalítico sólido y al mismo tiempo flexible. Contando con este marco de referencia, es conveniente calibrarlo psicodinámicamente, situación por situación, para introducir el objeto mediador de un modo sensato y significativo.

En su libro clásico, “Un diván para la familia” A. Eiguer (1983),  escribe una página conmovedora sobre la relación entre la teoría y la técnica, de la que quisiera citar algunas líneas ahora, al llegar a la conclusión de este trabajo.

“Una técnica sin una base conceptual está destinada inexorablemente a fracasar (…) Frente al desafío permanente que surge de las familias, la confianza del psicoterapeuta con respecto a la confiabilidad de su propio método es muy importante. Por esta razón, la teoría tiene una función doble. Actúa de un modo permanente dentro del terapeuta como instrumento reflexivo hacia la familia. Permite referir lo particular a lo universal: esta familia con La Familia. Así, la teorización a menudo establece un espacio de juego intermedio entre el terapeuta y su objeto de estudio, un espacio que le encantará utilizar con placer”. [La traducción al inglés y el subrayado son de la autora.]

Por lo tanto, podemos considerar la teoría como un espacio de juego intermedio, así como lo es también una técnica mediadora. Por último, después de todo, ¿no es posible concluir que el objeto mediador del psicoterapeuta más efectivo sigue siendo siempre la teoría?

Traducción del inglés Susan Rogers


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[1] Elena La Rosa, Psicóloga y Psicoterapeuta, Consultorio de familias, ULSS 16, Padua, Italia.

Revista Internacional de Psicoanálisis de Familia y Pareja

AIPPF

ISSN 2105-1038