REVISTA N° 13 | AÑO 2013 / 1
Resumen
Crisis en la pareja
Se plantea la posición del terapeuta como tercero que puede intermediar para aclarar los cambios, confusiones, malos entendidos y frustraciones que presentan las parejas en crisis, operando en el tejido vincular conyugal.
Se aborda el estado de ilusión inicial, los ideales que denotan las claves que obran para investir al “elegido”, las que se han recibido por transmisión genealógica familiar.
Se revisa la búsqueda de fusión, la confusión dada por la simbiosis, las recíprocas identificaciones proyectivas, el mutuo reclamo de la necesidad de cambios del otro, la desilusión que sobreviene al desarticularse el a-sujetamiento.
Se señala la posesividad y dominancia en el vínculo de alianza, el perfil del aparato psíquico familiar de cada partenaire, la significación de los contextos macro, microfamiliar y conyugal como el sociocultural.
Se reflexiona acerca de la necesidad de analizar la interfantasmatización que circula por la realidad psíquica transubjetiva familiar y la intersubjetividad, las identificaciones alienantes, el peso y equilibrio de la bisexualidad psíquica en relación con el complejo fraterno.
Se destaca la importancia de las vicisitudes del apego en el vínculo conyugal, la necesidad de recuperar la capacidad de asombro y la curiosidad ante lo nuevo en la pareja.
Se mencionan formas de violencia en la pareja que consulta y finalmente se expone el espacio terapéutico como espacio transicional e intermediario, acompañado de una breve ejemplificación clínica.
Palabras claves: tejido vincular conyugal, ilusión,fusión, confusión, desilusión, asujetamiento, aparato psíquico familiar, contextos, interfantasmatización, bisexualidad psíquica, complejo fraterno, apego, espacio terapéutico transicional e intermediario
Résumé
La crise dans le couple
L’on propose la position du thérapeute en tant que tiers qui peut fonctionner comme intermédiaire pour aider à comprendre les changements, les confusions, les malentendus et les frustrations que présentent les couples en crise, en opérant dans la trame de liens conjugale. L’on aborde l’état d’illusion initiale, les idéaux qui mettent en évidence les clés qui sont à l’œuvre pour investir l’ « élu », qui ont été reçues par transmission généalogique familiale. L’on révise la recherche de fusion, la confusion donnée par la symbiose, les identifications projectives réciproques, la revendication mutuelle de la nécessité de changement de l’autre, la désillusion qui survient lorsque se désarticule l’assujettissement. L’on signale la possessivité et la dominance dans le lien d’alliance, le profil de l’appareil psychique familial de chaque partenaire, le sens des contextes macro, microfamilial et conjugal ainsi que le socioculturel. L’on réfléchit sur le besoin d’analyser l’interfantasmatisation qui circule à travers la réalité psychique transsubjective familiale et l’intersubjectivité, les identifications aliénantes, le poids et l’équilibre de la bisexualité psychique vis-à-vis du complexe fraternel. L’on souligne l’importance des vicissitudes de l’attachement dans le lien conjugal, le besoin de récupérer la capacité de se surprendre et la curiosité face à ce qui est nouveau dans le couple. L’on mentionne des formes de violence dans le couple qui consulte et finalement l’on propose l’espace thérapeutique comme un espace transitionnel et intermédiaire, en l’accompagnant d’un un exemple clinique.
Mots-clés: trame de liens conjugale, illusion, fusion, confusion, désillusion, assujettissement, appareil psychique familial, contextes, interfantasmatisation, bisexualité psychique, complexe fraternel, attachement, espace thérapeutique transitionnel et intermédiaire
Summary
Crisis in the Couple
The author describes the therapist’s position as a third party that may intermediate in order to clarify changes, confusions, misunderstandings and frustrations presented by couples in crisis, which are operating in the interweave of the conjugal link.
The therapist discusses the initial state of illusion and the ideals that define codes that work towards cathectization of the “chosen one”, which have been received from the family’s genealogical transmission.
Another area for revision is the search for fusion, confusion generated by symbiosis, reciprocal projective identifications, mutual demands concerning the need for the other to change, and the disillusion felt when subjection is dismantled.
Possessiveness and domination in the alliance link are pointed out, as well as the profile of the family psychic apparatus of each partner and the significance of contexts: macro- and micro-familial and sociocultural.
There is reflection on the need to analyze the interfantasies that circulate throughout trans-subjective family psychic reality and intersubjectivity, alienating identifications, and the weight and balance of psychic bisexuality in relation to the fraternal complex.
The author emphasizes the importance of vicissitudes of attachment in the conjugal link and the need to recover the capacity for amazement and curiosity regarding what is new in the couple. She also mentions forms of violence in the consulting couple, and in conclusion, defines therapeutic space as a transitional and intermediate space. She provides a brief clinical example.
Keywords: conjugal link interweave, illusion,fusion, confusion, disillusion, subjection, family psychic apparatus, contexts, interfantasies, psychic bisexuality, fraternal complex, attachment, transitional and intermediate therapeutic space
ARTÍCULO
CRISIS EN LA PAREJA
IRMA MOROSINI
Este número está dedicado al tema Crisis en la pareja.
Tratar este tema se hace necesario ya que convoca a pensar entre todos los interesados, aquellas cuestiones que como terapeutas de familia y pareja, nos corresponde escuchar y asistir cotidianamente. Son interrogantes y planteos que surgen en nosotros como terapeutas, a partir de presenciar y en parte compartir los sufrimientos que circulan entre los partenaires que llegan a la consulta en busca de algún alivio y también de alguna “solución” posible que provenga de la mirada profesional.
Sabemos que ellos nos permiten asomarnos a lo que van mostrando de la intimidad de su tejido vincular conyugal, mientras sepamos ser absolutamente respetuosos de aquello que evidencian, así como de lo que podamos vislumbrar y que está más allá de lo que comunican conscientemente.
La pareja que pide ayuda experimenta una crisis. Esta crisis puede ser reciente o de antigua data, pero que atraviesa en el momento en que se presenta a la consulta, una ruptura de ciertas condiciones básicas que hacen al vínculo, como ser: la tolerancia disminuida y la confianza lastimada, expresando esto por un alto nivel de irritabilidad, de reproches, con fantasías, y en ciertos casos con acciones concretas, de daño hacia el otro.
Algo en lo actual de lo que relatan y muestran, ha logrado romper con el supuesto equilibrio anterior y acuden ante el compartido reclamo de cambio.
Un principio de la búsqueda de ese cambio es el pedido de consulta, recurrir a un tercero profesional que pueda mediar para aclarar confusiones, discriminar entre las partes enmarañadas, traducir aclarando posibles malos entendidos y esencialmente con una expectativa puesta en el afuera de ellos mismos.
Esa expectativa que recae en la figura del terapeuta y su equipo, le hace saber a éstos acerca de la necesidad de establecer desde el inicio pautas posibles para poder escucharse y que puedan así circular entre todos aquellos señalamientos que los ayuden a comprender qué les pasa, lo cual, llegados a este punto pareciera que ya no quieren ni pueden hacer por sí mismos.
A veces se trata de algo puntual que ha sucedido entre ellos: una infidelidad, algún gesto sentido como una traición al pacto tácito de lealtad; pero otras veces no hay un suceso que se pueda detectar fácilmente como la causa, porque se trata de un tejido vincular que se ha venido desgarrando sutilmente a través del tiempo, lo que no ha sido advertido con suficiente anterioridad durante el proceso de su desgarro.
Constitución de una Pareja
Generalmente antes de conocerse, cada uno de los futuros partenaires sostiene expectativas alimentadas por fantasías y abonadas por un estado de ilusión con respecto al encuentro con otro. Estas expectativas están teñidas de ciertos ideales gestados en contenidos recibidos por transmisión genealógica familiar. Palabras, gestos, episodios, escenarios internalizados, valoraciones, identificación de lo propio y lo extraño; son las claves que, apropiadas durante el proceso de formación del psiquismo e instituidas en cada identidad subjetiva e intersubjetiva, dan cuenta de las herramientas propias de cada posición en el mundo.
Esto constituye el mundo de la “ilusión” que envuelve el encuentro con quien se siente y piensa es el elegido, y desde esa base efectúa el recorte que cada uno hace del otro, perfila cómo lo inviste y cómo lo posiciona tanto en el contexto interno de la realidad psíquica como en el entorno de la realidad exterior.
Para expresarlo metafóricamente: cuando en el espacio del “entre dos” circulan ciertos hilos que corresponden a la trama vincular de cada uno de los posibles partenaires, estos hilos pareciera que se atraen en ciertas semejanzas y entretejen con los hilos parecidos del otro. Así se animan a proseguir con ese entramado, ampliando ese tejido y dando lugar a un nuevo tejido propio, acreedor de un nuevo espacio, en el que la pareja anhela asemejarse hasta fusionarse, ser uno, “la media naranja” que completa la entera, simbolizada por ejemplo, en la media medalla que muchos novios se regalan, portando cada uno su mitad.
El ideal de fusión, iluminado por la añoranza narcisística de la fusión con la figura de la madre proveedora, continente, siempre llena, dispuesta, garantizadora de vida; es generador de la confusión que acompaña y determina la fusión de la simbiosis de la pareja. La pareja cree que conoce plenamente al otro, es su espejo, pero desconoce que en ese espejo hay más de lo propio proyectado con lo cual ha investido a su partenaire, quien a su vez no sólo ha hecho lo mismo sino que ambos desconocen recíprocamente tanto su propia operación como la del otro. Esta es la fuente donde abreva tanto malentendido, el que va a ir emergiendo progresivamente, a medida que la ilusión inicial deje espacio a un conocimiento más real, y lo de cada uno permita que aparezca en el escenario de la convivencia, despejando contenidos existentes desde un principio pero ignorados. Cuántas parejas expresan con dolor el sentimiento de sorpresa y disgusto manifestando en la consulta: “cómo cambiaste, vos no eras así; la persona con la que me casé, no era así”, y anhelando -otra de las grandes causas de dificultades- procurar que con el tratamiento el partenaire de la pareja, vuelva a cambiar como cada uno creía que era el otro antes de la crisis.
Si bien la vida con sus circunstancias a medida que transcurre, convoca cambios determinados por la edad, por la evolución de la familia, por el peso y distribución de las responsabilidades, por los esquemas rígidos que a veces imperan en esa distribución, las exigencias de lo cotidiano imponen un ritmo constante.
Ese ritmo crea formas, tiempos, estilo, prácticas de una rutina que ambos comparten, que se establecen de manera gradual y que al pertenecer a la esfera de lo vivido en el espacio del “entre dos”, se experimentan como marcas propias del entorno familiar y conyugal que ellos mismos constituyen
Sin embargo, el malentendido que expongo más arriba no se refiere a estos cambios del proceso de la convivencia. Este malentendido tiene que ver con la desilusión y el animarse a mirar lo que realmente es propio del otro por historia.
René Kaës nos explica que en el proceso de constituir una trama común y como parte de la intersubjetividad misma, cada sujeto queda “a-sujetado” al otro, y fundamentalmente “al deseo del otro” que condiciona el propio deseo y mientras ese proceso sea sostenido entre dos, la ilusión se mantiene. La ilusión cae cuando la realidad psíquica compartida se desdibuja por aquellos gestos, actos y palabras que pueden arrasar con el idealizado “nosotros”.
La posesividad – dominancia en el vínculo
Los partenaires sostienen un vínculo de alianza el que, se supone, los asujeta a los deseos y necesidades inherentes a la trama inconsciente del otro, proceso que se cumple generalmente en reciprocidad para que se mantenga en el tiempo.
Como bien los expresa Kaës: “Los sujetos de estos conjuntos están doblemente asujetados, como sujetos del inconsciente y como sujetos del conjunto”.
Como miembros de una familia (micro-familia y familia ampliada) cada uno de los conyugues ha recibido por transmisión transgeneracional, formas de sujetarse los unos con y entre los otros, con mecanismos que acentúan contenidos destinados a ser reprimidos, pactos de lealtad, sucesos a ser negados y/o desmentidos respecto a ciertos aspectos de la realidad; formas que van diseñando un mapa que recorre las prohibiciones y los permisos, las obligaciones y las conveniencias.
Este proceso imprime en el psiquismo de cada niño que ingresa a la familia, una realidad intersubjetiva propia del conjunto al que pertenece y al que debe responder para pertenecer y que constituye: el Aparato Psíquico Familiar.
Pero a su vez cada sujeto busca una cierta diferenciación del conjunto y enarbola banderas de recorte propio y autónomo, las que siempre no obstante- guardan un trasfondo inherente al grupo matriz. Lo individual que hace a la subjetividad singular, marca la relación que se entreteje con el otro en tanto partenaire con un sello distintivo de posesividad, la que es más evidente en algunas parejas que en otras. Esta posesividad, establece circuitos de dominancia que tanto forman parte del período de obnubilación del enamoramiento, como el de lucha por el predominio, que caracteriza las movilizaciones en búsqueda de diferenciación y autonomía.
Es importante considerar este aspecto al momento de recibir a la pareja en consulta ya que, si estas respectivas tendencias al dominio del otro como pertenencia y forma de sojuzgamiento pueden circunscribirse en áreas, tal vez en un principio del tratamiento -hasta que logren comprender las ventajas de una más clara discriminación entre ellos-, pueda trabajar el terapeuta sobre la percepción y aceptación de esas áreas, como para que cada uno pueda sentir que no pierde demasiado ni es aplastado por lo “demasiado diferente” del otro.
En ese mundo de experiencias que la pareja comparte se define un estilo que la va a caracterizar, una forma de ser en el conjunto, expuesta por modos de hablar, de qué se habla con los demás, qué es lo que se silencia u omite hasta entre ellos mismos, los gestos y actitudes que asumen, lo que hace a la armonía – disputa, con sus botones rojos pasibles de ser apretados por cada uno de ellos.
En el acmé de las crisis, estas formas creadas por consenso explícito e implícito, se rompen y aparecen ambos como denunciantes de esta ruptura. En el interjuego de dominancia de uno por el otro, lo que al principio fue entrega idealizada y satisfacción por la vulnerabilidad, en y con el otro, cada uno llevado por el deseo y la ternura recíproca; y estos sentimientos se transforman bifurcándose de tal modo que pareciera que no estuvieron ni están en la realidad psíquica y en el entorno visible de ninguno de los dos.
Contextos a tener en cuenta
No hay una historia de pareja parecida a otra (a pesar de ciertos procesos que subyacen en común a este tipo de vínculo) y esto genera las dificultades con las que los terapeutas nos encontramos ante cada consulta, porque lo que ha resultado de un modo para una no lo es para otra. Esto nos lleva a la especificidad de cada vínculo y la necesidad de comprenderlo en un contexto mayor que implica el abordaje de tres contextos que se entrelazan y que destacan los grupos de referencia y pertenencia de ambos:
- El contexto macrofamiliar: Es esencial conocer los recorridos de la transmisión transgeneracional correspondiente a la genealogía de cada uno de los partenaires, con la consecuente investidura y posición de él y de ella en el árbol genealógico familiar.
- El contexto conyugal y microfamiliar: Lo que ellos se transmiten entre ellos y para con sus hijos, creando la propia historia vincular.
- El contexto socio-cultural al que pertenecen y cuyas normas comparten, adoptan y transmiten.
Estos espacios internos, tienen cada uno sus vicisitudes, recovecos, sentimientos, imágenes, y fundamentalmente son diferentes para cada uno, – aunque a veces algunos partenaires, que valorizan particularmente la similitud entre ellos, procuran mostrarlos como semejantes –, son narrados por sus protagonistas con matices que suelen sorprender al otro partenaire cuando uno lo expone y el otro lo escucha en sesión.
Esta es una variable casi constante que opera en el contexto de la terapia de pareja y que requiere que el terapeuta tenga una atención suficientemente flexible y advertida acerca de estas manifestaciones las que ante el relato de uno, surja el reproche del otro quien pareció no haberse enterado de que su compañero sentía esto o aquello.
Estar condicionados en reciprocidad a ser cada uno una pertenencia conocida del otro, y partiendo de un contrato inicial de asujetamiento (que cuenta con la particularidad del avenimiento de la elección consciente, con su contrapartida inconsciente respecto al deseo no conocido del otro), puede generar situaciones complejas y dolorosas, inclusive algunas con un perfil perverso.
De la ilusión inicial a las sucesivas desilusiones
El relato de cada partenaire en la consulta suele contener diferencias sustanciales, tanto en aquello que los unió como en lo que los fue separando. La queja es compartida pero el contenido difiere. También el registro y valoración de cuáles y cómo fueron los momentos fundantes de la ilusión, varía de uno a otro.
Esto nos lleva a comprender, que lo que otrora constituyó la novela amorosa de la historia compartida, a fuerza de tanto compartir se fue partiendo en pedazos hasta quedar bastante fragmentada. La novela empieza a revelar aspectos discordantes que la alejan de la inicial visión romántica del “somos el uno para el otro” y emerge la necesidad de lo que Freud señaló en su tiempo acerca de recuperar la fidelidad a sí mismo.
Lo interesante del trabajo en psicoanálisis de pareja es poder acceder al relato de la novela, atravesar la historización construida por ambos, desmitificar los contenidos que los rigidizaron en un círculo vicioso sin salida visible y poder colaborar con ellos a rescatar lo que aún puede haber de relevante en el vínculo. Escuchar en aquello que los trajo a la consulta, para advertir cuánto deseo de reencuentro hay todavía, cuál es el peso que lo que han vivido y edificado juntos y si esto para ellos les otorga validez a su historia singular como pareja. Este es el trabajo que nos sitúa frente a posibles salidas: la reparación o la separación, y dentro de esta última, si esa separación ha de ser transitoria o definitiva, intentando – de ser posible – suceda en los mejores términos.
En el relato acerca de sus comienzos como pareja: qué los atrajo, cómo fueron presentando ante el otro: sus gustos, intereses, historia y forma de vida, prioridades, límites, valores, y como de ello, cada uno formó una imagen a la que completó, acorde con sus propios intereses e historia,- intentando calzar cada uno en el otro casi al modo del zapatito de “cenicienta”. Seguramente ambos olvidaron o desconocían que al igual que en aquella historia fantástica, también aquí había un pasado no tan reluciente como en la parte linda del cuento.
Esta parte linda del encuentro con el ser a quien investir de parte de lo propio y el “descubrimiento” felizmente sorprendido, de que el otro calzaba en el modelo anticipado, permite reencontrar algo de la idealización del vínculo primario y hasta evocar lo admirado y lo rechazado de la pareja de los propios padres y los circuitos recorridos para emularlos o diferenciarse de ellos.
Con el relato compartido y escuchado en la sesión de terapia de pareja, ésta vuelve a acceder a los momentos que dieron lugar a la ilusión acerca del mundo íntimo, exclusivo, los entusiasmos generados por tener con quien poder partir, anclar, compartir todo, superar las vergüenzas, desnudar hasta el último rincón de sí, entregar y tomar, circulando el deseo por el otro, dando curso a las fantasías sexuales, armonizando la ternura, aminorando deudas y culpas históricas, contando con ese afecto que pareciera va a compensar de y por todo.
Cuando ese tiempo feliz se vio empañado por sucesivos desencuentros frustrantes de las expectativas, emergió un otro distinto, aquél que daba algo diferente a lo esperado, alguien que reclama lo que no corresponde y así entre ambos han montado un escenario de enfrentamiento y distancia. Lo difícil resulta comprender que ni uno ni otro escenario son ciertos plenamente, así la desilusión se asoma en cada uno logrando desarticularlos como pareja.
Ese es un buen momento para que la pareja se plantee y acuerde acudir a la consulta, ya que aún lo recorrido no es tan profuso como para que todos los nudos que sostenían la ilusión se hayan desanudado.
Hay parejas que tienen más clara las diferencias entre ellos, lo que asegura mayor perdurabilidad del vínculo logrado. En cambio las que se esfuerzan por sostener un vínculo simbiótico, caracterizado en significativas renuncias en reciprocidad, hacen peligrar o bien el vínculo conyugal o bien la evolución de sus propias subjetividades.
Idealizar al otro, entregarle hasta el propio proyecto de realización personal, y que el otro lo acepte y no estimule que los proyectos de ambos son posibles – aún cuando exija un esfuerzo mayor de ambas partes-, equivale a un edificio que se erige necesitando contar con la constante presencia de tutores, los que no pueden sacarse por riesgo de des-apuntalamiento.
En estos casos el puntal o tutor es el esfuerzo del que sostiene con su renuncia personal y su silencio por ello. Cuando habla expresa que se trata de una decisión auto elegida, a veces ignora que es autoimpuesta. Todos los que asisten a esta realidad, callan acerca de lo que ven.
En la clínica de pareja, la presencia del terapeuta como un tercero que escucha, mira, comparte, se hace depositario de una necesaria confianza que gradualmente le permite asistir para ayudar a esa pareja a redescubrirse si aún perdura el deseo de lograrlo.
En algunos casos un lugar diferente de tercero es ocupado por la figura del “amante” de uno de ellos o bien de ambos, buscada y posicionada desde la propia pareja para suscitar celos, evidenciar el grado de interés que aún subsiste en el otro, que ellos necesitan recuperar, logrando “perdonarse” al volver a descubrir el ímpetu de la pasión que creían perdida. De todos modos este “modus operandi” revela un juego riesgoso que pone en el tapete mecanismos conyugales que deben ser revisados analizando la necesidad que uno o ambos tiene de instalar al tercero, aparente salvador pero también y fundamentalmente verdugo. Ese tercero solo pone en acto necesidades conflictivas de ellos mismos.
Analizando la interfantasmatización en la pareja
La realidad psíquica de cada uno en la pareja, acarrea su propio cargamento devenido de la realidad psíquica transubjetiva familiar. Por allí transitan los fantasmas, los secretos, los mandatos, los pactos, los contratos, tanto en cuanto a la parte que se ha dicho o entredicho, como en la parte que se ha silenciado pero denotado, como en la que se ha definitivamente encriptado hasta que alguien la exhuma por acción de los síntomas de una enfermedad física o una psicosis.
Comprender cuáles son los fantasmas que circulan en el nivel intrapsiquico y que operan en lo intersubjetivo del vínculo familiar, demanda por parte del terapeuta de pareja, una lectura cruzada con su equipo de las vicisitudes de la transferencia con cada miembro de la pareja, con el vínculo que suscitan ambos, la contratransferencia de cada terapeuta y el relato de la inter-transferencia dentro del mismo equipo. Esta profusa tarea, busca objetivar esos escurridizos fantasmas con el fin de sacarlos a la luz para lograr desarticular las identificaciones alienantes.
Qué es lo que cada uno teme, qué desea, que es lo que los otros han deseado para él y para ella, cómo llegaron hasta el aquí y ahora como portadores de esa carga de imposiciones, reforzadas por transmisión y auto-instalación.
Los terapeutas se preguntan y formulan (cuando el escenario planteado por la pareja lo hace posible) acerca de ¿cuáles son los secretos que cada uno transporta, algunos de ellos a sabiendas y por propia decisión, y otros –los de la historia transgeneracional- sin saberlo?; ¿de qué se trata aquello que está y no se conoce, pero que tanto pesa?; ¿cuáles son las fallas en las funciones de la pareja que marcan faltantes al momento de ser cada uno como es?
Estos procesos que están en la base de los desencuentros como pareja, son los que dictaminan quién de ambos crece más, quién accede a mejores logros, quién parte de una base más sólida, quién cuenta con mejores modelos, dosis de amor y reconocimiento, quién aporta más a la pareja, quién pone mayor esfuerzo…situaciones éstas que marcan relieves, diseñando un verdadero mapa orográfico que marca niveles disímiles los que acarrean sufrimiento.
Bisexualidad psíquica y complejo fraterno
La bisexualidad psíquica también interviene en este interjuego fantasmático. Para el terapeuta es imprescindible comprender cómo lo femenino de él se articula con lo masculino de ella y viceversa, y aún dentro del propio panorama subjetivo acceder a descubrir el grado de aceptación de ambas partes en sí mismo. Cuando estas rivalizan o bien son reprimidas aportan un plus de dificultad para encontrar el camino que conduzca a reconocerlas como necesarias y a armonizarlas.
En la transmisión e implante de esta bisexualidad psíquica juega un importante papel organizador el complejo fraterno que opera en el espacio intrapsiquico e intrasubjetivo de cada partenaire. Ya sea los que tienen hermanos como el caso del hijo único, para quien si bien no hay hermanos, en ese faltante hay un exceso de carga dado por la unicidad y el peso parental otorgado a ello. Allí hay improntas que devienen del complejo fraterno de cada uno de los respectivos padres, con sus transmisiones transubjetivas y el cúmulo de experiencias transmitidas, con sus singulares registros.
Con los hermanos se establece el primer espacio psíquico de un “entre” y un “nosotros”. Este espacio interno e intersubjetivo se desplaza por lo intergeneracional del vínculo. Este vínculo posicionado en un mismo plano horizontal informa acerca de los significados que para la familia tienen las diferencias de géneros, de las implicancias de haber nacido con tal o cuál sexo y de las expectativas que proponen y a veces imponen determinadas conductas y que pretenden encarrilar otros tantos sentimientos.
Cada rescate de subjetividad en el conjunto de la fratria, requiere de un verdadero trabajo psíquico para eludir la fusión y la confusión, sin dejar de pertenecer y buscando a la vez fortalecer esa alianza nutriente. En el vínculo entre hermanos se recrean parte de las experiencias del apego temprano con las características que éste haya tenido. Estas vicisitudes se presentan nuevamente en la instalación del vínculo conyugal, tiempo en que se reeditan algunas formas de ese apego, lo que se pone en evidencia en las formas en que la pareja se reclama, se exige, se toma y desprende y en las réplicas que despliega para con los hijos.
En la clínica de parejas se presentan situaciones donde hay una necesidad muy evidente de establecer la fijeza de lo masculino como diferente y hasta opuesto de lo femenino. Suele verse que al trabajar con estas cualidades, a veces jugadas como en constante enfrentamiento, emergen datos acallados acerca de la condición homosexual de un pariente muy cercano, padre o hermano, que acarrea una conflictiva de antigua data en la historia familiar la que ha permanecido en una zona oscura. Estas cuestiones traen dificultades en la expresión de sentimientos que pueden ser puestos en el lado de “lo femenino” como la ternura, la protección y cuidado; actitudes de atención solícita y hábitos como el orden, la prolijidad. Parte de estos rasgos de conducta están implantados desde lo que se comunica en el apego temprano de la madre con su hijo y las diferencias en la fratria.
La importancia del apego en el vínculo conyugal
El apego materno filial y también el que siente y transmite el padre al hijo diseñan formas que permanecen toda la vida. Asistimos a ver parejas con modelos muy diverso de apego. La ternura puede estar absolutamente corrida de lugar y por ejemplo vemos que un miembro de la pareja expresa una solicitud significativa para con los animales, pero no así con los niños. Esto sorprende y disgusta al otro, quien interpretó que el amor por los animales de su mujer derivaría y crecería ante la llegada de un hijo de ambos. Al comprobar que no es así, surge un verdadero planteo y discusiones entre ellos. Trabajando el tema aparecen escenas referidas a las vivencias dolorosas y “olvidadas” del apego temprano, desplazamientos de la ternura, aprendizajes de formas equivalentes con compleja traducción y mandatos -algunos explícitos y otros implícitos- acerca del peso de estos sentimientos.
La pareja puede por celos tironear de los hijos, disputando por evidenciar un apego mayor que el otro con el hijo. Esto los enfrenta, los desune como pareja, el hijo no es colocado en el lugar del fruto del amor compartido sino en el de trofeo personal. Ahí el hijo es llevado a ser el que tiene que compensar a cada uno de ellos por lo faltante en el vínculo, lo que a su vez deviene de lo faltante en sus propias historias familiares transgeneracionales.
Preferir tener hijos varones o que todas las hijas sean mujeres, también tiene que ver con esa historia en la que las vivencias dolorosas marcaron estas supuestas “elecciones”. Por ejemplo una pareja a la que atendí, la mujer al contar en sesión de la noticia de que estaba embarazada, enseguida manifestó que anhelaba tener “sólo hijas mujeres” y lo expresaba vivamente ante la sorpresa y el disgusto de su esposo quien deseaba un varón por la famosa continuación del apellido.
Lo que aparecía como confrontación en ellos y que el esposo entendía como rechazo personal a él como varón, trabajado a la luz de la historia transgeneracional surgió un dato interesante acerca de ella como única hija mujer y hermana de varones adorados y privilegiados en el apego por su madre. Ellos como varones tendrían las mejores opciones en el mundo social por ser tales. Todas las oportunidades de estudio, trabajo, herencia, actitudes, afectos, tiempo, su madre se las había dispensado a ellos con la anuencia del padre, por lo que ella temía que si nacían hijos varones, los rechazara como le había pasado con sus hermanos a los que no veía desde hacía mucho tiempo hasta la actualidad.
En los casos en que uno de los conyugues da muestras de apego inseguro, intenta retener al otro por temor a perderlo. Todo factor exterior es sentido como amenaza, hasta los propios hijos, recreando el modelo más de una relación materno – filial que conyugal. Cuando el conyugue también comparte este modelo hay un cierto equilibrio entre ambas necesidades afectivas compensatorias, no así cuando el otro tiene un modelo de apego seguro y una buena y armónica base del complejo fraterno.
La capacidad de asombro
Al escucharse en sus relatos como pareja, si pueden reconocer que aquello que cada uno no sabe del otro puede resultar una parte interesante que los estimula a mirarse, escucharse, buscar nuevas formas de contacto; esto colabora en poner a trabajar la sensorialidad y el pensamiento de ambos, quienes van a procesar e incorporar los nuevos datos.
Hay parejas que no pueden ni aceptan que el otro descubra nuevos intereses, “pero si vos no hacías eso”, “a vos antes no te gustaba ¿por qué tiene que gustarte ahora?” Y puede suceder que sí le agradaba pero evitó hacerlo para no disgustar al otro, lo que implica un tácito sometimiento a la imagen construida. Ambos buscan mantener intacta una forma pre-moldeada y que se conserve tal como si el tiempo no transcurriera. El tiempo y las experiencias nos modifican, por lo que es imposible pretender que cada uno permanezca “congelado” en el tiempo.
Reconocer los propios cambios ayuda a disponerse a ver y aceptar los cambios en el otro. Luego será trabajo del psiquismo entender qué lugar ocupan esos cambios, porqué y para qué están allí, qué situaciones y sentimientos convocan en la pareja, respetando que hay zonas de intimidad propias que quedan vedadas a la curiosidad del otro.
Sobre estas posibilidades de mutuas invasiones también trabaja el terapeuta y que son los disparadores de buena parte de las crisis que sufre la pareja y los llevan a solicitar ayuda y a esperar que en el espacio terapéutico se reencuentren con sus ilusiones de los primeros tiempos.
La búsqueda de recuperar esa ilusión se acompaña de una cierta negación de los cambios experimentados y las marcas dejadas por lo vivido; esto desencadena con frecuencia fuertes sentimientos de frustración los que pueden generar en muchos casos conductas violentas entre los miembros de la pareja.
La pareja no tolera que los cambios se instalen desplazando aquella idealización de otro tiempo “vos antes no eras así”…, ¿a que “antes” se refiere, al antes de la vida de ellos o al antes que cada uno diseñó con sus identificaciones proyectivas sobre el otro?.
Comprender esto lleva tiempo y trabajo, disposición para reconocer y desanudar las partes implicadas de cada uno en el otro, voluntad e interés por adentrarse en el propio entramado psíquico y ver desde allí las características que se repiten en el vínculo conyugal.
Las formas de violencia en la pareja que consulta
En muchas parejas, los actos violentos son la manera que encuentra uno de los miembros de ella para manifestar su enojo por la ruptura de la ilusión de fusión, de pertenencia, por la búsqueda de uno de salirse de la esfera de dominancia.
La presión que se ejerce para mantener las cosas en el estado inicial, las que pareciera figuraban así en el contrato inicial, al menos mentalmente para uno de ellos, al vislumbrar el intento de modificación de este estado “ideal” de cosas, puede reaccionar golpeando a quien quiere zafarse. Generalmente es el hombre quien asume esta posición para con la mujer, pero también hay casos en que la situación se presenta invertida.
Muchas veces el hombre se instala en el golpeador no sólo por poder hacerlo sino por el placer que ello le suscita ya que siente inmediatamente que él tiene el poder de la acción, es el que pone freno al otro, ostenta el lugar de ejercer la humillación y la vergüenza sobre ese otro, quien experimenta rabia pero también y en gran medida culpa. Esa culpa –que es histórica – es la que frena a la mujer a desasirse y le lleva tiempo y trabajo comprender sus fuentes.
A veces surge el acto de arrepentimiento en el golpeador pero esto sólo describe un circuito donde no media un proceso reflexivo sino un “hasta la próxima oportunidad”.
También es necesario mencionar las otras formas de violencia, las más frecuentes estadísticamente y ejercidas por ambos géneros, que son las que someten el vínculo al abuso psicológico. Este abuso está presente en el abuso físico, pero puede estar sin presencia de golpes. Es el abuso por palabras, gestos, actitudes, miradas que denigran al otro, lo critican, lo deprecian y desprecian.
En estas formas de abuso, las que generalmente aprovechan la presencia de un tercero como testigo, – ya que esa presencia otorga mayor realidad a la injuria narcisística del otro-, también tiene que ver con una réplica de transmisiones de las posiciones de género, posicionamientos de la bisexualidad, ambigüedades con las que hostigar en el otro aquello intolerable en uno mismo.
Cuando uno de los miembros de la pareja es un perverso, vamos observando en el trabajo terapéutico que no valida nada de la historia conyugal. No hay catectización del otro ni siquiera en el tiempo de la supuesta elección. No hay vestigios de ilusión. Hay necesidad de destruir pero sin registro de ganancia o de pérdida. El otro sostiene y completa también por algo. Cada uno como en la canción del “Antón pirulero”* atiende a su juego y lo sostiene por algún acallado motivo que sin elegirlo, lo prefiere a otros escenarios que piensa y siente lo invalidarían más. Ese es su fantasma.
*Antón Pirulero: Canción-juego infantil donde cada uno simula tocar un instrumento intercambiando con quien conduce.
El espacio terapéutico como espacio transicional e intermediario
Para trabajar con los conflictos y sufrimientos que trae la familia y la pareja, pienso que es necesario hacer del espacio terapéutico un espacio transicional (D. Winnicott) e intermediario (A. Eiguer A.) donde la continencia y las posibilidades que el mismo ofrece generen las oportunidades para los relatos, la expresión de sentimientos, las escenificaciones de la historia, las vivencias y sus registros, intentando desde el equipo terapéutico acceder a una discriminación entre ellos, dando espacio a las fantasías secundarias y facilitando comprender aquello que opere en la pareja por transmisión transgeneracional familiar.
La propuesta, planteada en el inicio del contrato de trabajo, incluye la importancia de intentar, trabajando en equipo, comprender lo que ha permanecido oculto pero actuante desde la memoria colectiva parental y familiar.
Para ello se plantean técnicas y recursos útiles como: escenificaciones psicodramáticas (trabajo con imágenes estáticas y dinámicas), juegos, dibujos, representaciones plásticas como modelados y collages, uso de máscaras para representaciones más complejas y uso también de títeres para el abordaje de temas que tienen que ver con el sexo y la violencia. También se utiliza cuando se considera necesario y previa aceptación de la pareja, la posibilidad de filmar la sesión con el objetivo que ellos mismos puedan verse y reconocerse, tal como es visto por el ojo del otro.
Estos recursos nos han permitido un despeje más claro de la cadena asociativa vincular, que la pareja pueda comprender de qué se trata y efectuar ciertos y necesarios procesos que los ayuden a ligar sus emociones y a entender su sentido en sí y en el partenaire.
La función del terapeuta como psicoanalista de pareja procura ser en todo momento continente, y los recursos al hacer más objetivo lo que se intenta mostrar, permite una forma de interpretación, que por su estilo resulta eficaz para dejar clara la desmentida y que es generalmente bien aceptada por la pareja. El encuadre de trabajo plantea sesiones semanales con una frecuencia de una semanal, en el principio de la terapia y que luego pueden espaciarse a dos sesiones en el mes, con una duración de hora y media.
Hay parejas con las que resulta muy difícil trabajar y que luego de un breve período de concurrencia, terminan con la decisión, por parte de uno o ambos miembros de la pareja, por la interrupción del proceso. No son dos personas que asisten pidiendo ayuda para entender y operar sobre lo que les pasa, sino que uno es el “enfermo” y el otro el que “lo soporta”. Al insistir en que la lectura se centrará en los lugares que ambos establecen y sostienen desaparece la voluntad de tratamiento y se van. Cuando en cambio la pareja acepta trabajar sobre el terreno de lo vincular sin excesivos preconceptos se acceden a modificaciones en el vínculo que al persistir en el tiempo nos llevan a pensar que se trata de reales cambios psíquicos.
Breve ejemplificación clínica
Se trata de una pareja joven que lleva cinco años de casados. El pedido de consulta lo concreta telefónicamente la esposa refiriendo que el esposo ha sido derivado por el servicio de alergia del hospital adonde concurren. Al presentarse llegan juntos y puntuales, ambos lucen físicamente muy bien en sus respectivas figuras, casi hasta se podría decir que parecen “modelos” de TV., elegantes, muy bien vestidos, con cierto refinamiento en su modo de conducirse.
Ante la pregunta de la terapeuta acerca del motivo de consulta aparecen dos textos diferentes. Ambos se superponen al hablar y continúan hablando, ninguno se detiene al escuchar que el otro empezó a exponer lo que cree son las razones para estar frente a la terapeuta. Este primer dato resuena como discordante entre lo que empieza a aparecer en la dinámica de la pareja y la primera impresión acerca de la estampa.
Se los invita a que cada uno tome su tiempo para presentar el motivo ya que habrá tiempo para ambos. Decide hablar él y expone que a ellos no les pasa nada, sólo que él se ha brotado “nuevamente” con un sarpullido y que el médico lo envía a esta consulta. Ella dice que no es sólo eso y que ella cree que los dos ya no se llevan como antes y que esto puede ser lo que lo irrite a él. Pautada esta diferencia de mirada y disposición de parte de ambos y desde el principio del trabajo, se abren interrogantes ante los que sobresale el “nuevamente”. Se indaga sobre este síntoma que parece recurrente. Efectivamente él a quien llamaremos Pablo “se brota” cuando las cosas no son como las desea.
Vamos trabajando con esta imagen de “niño – joven – hombre caprichoso”, que se ocupa de llenar todos los espacios de relatos, escenas, tiempos, conjeturas, lo que hace como si fuera un juego, donde se cabalga entre la manifiesta queja y un latente gran disfrute por ese lugar elegido y defendido.
Ante esta forma de él, ella a quien llamaremos Karen, adopta otra forma de respuesta – juego que consiste en salir a cada cruce para enfrentarlo con razonamientos, los que si bien son lúcidos, vamos comprendiendo que nada tienen que ver con los argumentos de base. Llegados a este punto, la terapeuta decide cambiar ese escenario que pareciera manejan bien por conocido y llevarlos a la ficción. Se les pide que piensen en un personaje que los motive, cada uno lo creará con total libertad para luego actuarlo en el contexto dramático; pero cuando cada uno presente el suyo no será visto por su conyugue. Luego entre ambos y ya jugando la escena conjunta, irán descubriendo quiénes son.
Ambos acatan muy divertidos la consigna. La parte divertida pasa por diferentes situaciones para cada uno de ellos, pero eso forma parte de nuestras hipótesis como equipo terapéutico. Este es otro de los recursos técnicos que apuntan a objetivos teóricos: obtener un material genuino a través del humor.
Él termina rápidamente de construir su personaje y lo presenta como “el principito rebelde”. Ella lo presenta en segundo lugar y dice que será un bicho, “la abeja reina”. Como es de imaginar sorprende a los terapeutas las coincidencias en las aparentes disidencias, ya que aún pudiendo suponer alguna correspondencia, las imágenes vertidas por ambos acortan el tiempo de nuestras búsquedas.
La representación resulta francamente cómica, ya que ambos se encuentran con algo distinto de lo que esperaban, ambos se sorprenden y se molestan. Él no puede actuar su queja con un bicho que lo molesta más a él que él a ella. Él la puede aplastar pero ella se las ingenia para que no lo haga, ella lo irrita. Ella en su revoloteo siempre está más allá, bastante inalcanzable, cuenta con un séquito pero a su vez no es mucho lo que puede hacer con este personaje protestón.
Es interesante analizar -al cerrar la representación- lo que fueron sintiendo cada uno ya que ambos compartían sin saberlo, la impotencia, por no llegar al otro, la queja infructuosa e irritante dirigida y generada en otros contextos. Ella quien quiere ser madre desde el momento de casarse, no logra el embarazo y verbaliza comprender que el lugar elegido en la ficción le revelan otras cuestiones propias a revisar y que él no puede participar con ella ya que sus intereses están posicionados aún en el chico que fue. Él aún insiste en proseguir una crónica carrera universitaria interminable y vive sostenido económicamente por su mujer.
No puedo extenderme mucho más en los pormenores de lo que fue este tratamiento durante sus cuatro años de duración. Pero sintetizando fueron aflorando, con tiempo y a medida que el espacio terapéutico se hacía más confiable, complejas y dolorosas situaciones familiares que nos permitieron comprender el reclamo de él. Este reclamo giraba en torno a una antigua problemática con el apego, con una madre retentiva, usadora y descalificante; y con un padre ajeno hasta el presente, a la presencia de su hijo. Las hermanas mujeres (él, único varón de la fratria) todas vinculadas con parejas lesbianas. Ninguna mujer que no fuera elegida por la madre tenía cabida en el entorno familiar, la que era de fuerte presencia y constitución de clan.
Karen por su parte provenía de una familia aristocrática, exitosa, con alto nivel social, económico y cultural, muy selectivos de sus entornos, donde ella ostentaba dos títulos universitarios, un alto puesto gerencial en una empresa multinacional y participaba del directorio en una importante empresa de la propia familia. Para esta familia ser madre era un imperativo, aunque luego la crianza fuera delegada en asistentes y nurses. Cuando ambos comprendieron qué batallas personales peleaban en el escenario de la pareja, pudieron reconocerse en esas luchas, identificar el sentido de la misma e intentar sostenerla, él para crecer y asegurarse y ella para correrse de esa perfección irreal.-
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