REVISTA N° 24 | AÑO 2021 / 1

Técnicas, recursos y espacio transicional como formas de mediación en el campo ampliado del Psicoanálisis

Técnicas, recursos y espacio transicional como formas de mediación en el campo ampliado del Psicoanálisis

En el presente trabajo el autor presenta el concepto de mediación en TFP, la utilización de recursos como objetos mediadores y la técnica como intervención, los diferencia y ubica al objeto mediador entre los objetos transicionales. Estos propician la interfantasmatización y el proceso mitopoyético del grupo. Menciona antecedentes, enumera varios de los recursos y formas de las técnicas y su utilidad específica en ciertos campos de aplicación. Lo producido sirve como testimonio que objetiva lo que sucede a nivel preconsciente e inconsciente, destacando la función del analista – terapeuta de familia – como recurso mediador.

Palabras clave: mediación en TFP, recursos y técnicas, interfantasmatización, proceso mitopoyético, testimonio.


Techniques, ressources et espace transitionnel comme formes de médiation dans le champ élargi de la psychanalyse

Dans cet article, l’auteur présente le concept de médiation dans la TFP, l’utilisation des ressources comme objets médiateurs et la technique comme intervention, les différencie et place l’objet médiateur parmi les objets transitionnels. Ceux-ci favorisent l’interfantasmatisation et le processus mythopoétique du groupe. L’auteur mentionne les antécédents, énumère plusieurs des ressources et des formes des techniques et leur utilité spécifique dans certains domaines d’application. Ce qui est produit sert de témoignage qui objective ce qui se passe au niveau préconscient et inconscient, mettant en évidence la fonction de l’analyste – thérapeute familial – comme ressource médiatrice.

Mots-clés: médiation dans les TFP, ressources et techniques, interfantasmatisation, processus mitopoïétique, témoignage.


Techniques, resources, and transitional space as forms of mediation in the expanded field of psychoanalysis 

In this paper the author presents the concept of mediation in PFT (Psychoanalytic Family Therapy); the use of resources as mediating objects and the technique as an intervention, differentiates them and places the mediating object alongside the transitional objects. These facilitate interphantasizing and the mythopoetic process of the group. The author mentions antecedents, lists several of the resources and forms of the techniques and their specific usefulness in certain fields of application. The article serves as a testimony objectifying what happens at a preconscious and unconscious level, highlighting the function of the analyst – the family therapist – as a mediating resource.

Keywords: mediation in PFT, resources and techniques, interphantasizing, mythopoetic process, testimony.


ARTÍCULO

Para el psicoanálisis clásico u ortodoxo la palabra es la vía regia para acceder y recibir los contenidos psíquicos de los pacientes. Esta vía regia continúa siendo en la actualidad un camino esencial, pero ese camino se ve complementado y enriquecido por otras contribuciones surgidas de necesidades y experiencias, las que inauguraron un recorrido que ha permitido ampliar el campo y forma de trabajo en psicoanálisis.

La palabra, a través de la que se interpreta, señala, expresa un análisis y sintetiza una situación tanto interna como externa, ya sea individual, grupal o comunitaria, se nutre de otras posibilidades que le aporta la mediación.

Entendemos por mediación la capacidad de intervenir en una situación problemática utilizando técnicas y recursos facilitadores. La función de mediar es intervenir para facilitar y permitir a través del trabajo de recortar (separar) una parte de la realidad para poder hacer el trabajo de ligadura con otros procesos que permitan comprender el sentido de un acto, hecho, emoción.

El objeto mediador (persona, objeto, actividad) en la medida que acompaña y facilita se comporta como ni totalmente interno ni totalmente externo sino como objeto transicional. Escribe Winnicott acerca de la experiencia cultural que en ella «el jugar tiene un lugar y un tiempo, no se encuentra adentro… tampoco está afuera… para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no solo pensar o desear, y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es hacer» (Winnicott, 1971, p. 64).

En el aparato psíquico el primer mediador es el yo quien articula entre las pulsiones y necesidades internas, las normas que se interiorizan y rigen acordes a principios éticos, culpa y castigo y la realidad del ambiente con sus exigencias de conductas adaptadas.

En los procesos terapéuticos se trata de aportar de un mayor equilibrio al yo en sufrimiento.

Trabajar con familias implica disponer de cierta ductilidad por parte del terapeuta ya que se trata de un grupo específico, con miembros de diversas edades, que conviven y que al cerrar la sesión regresan a un mismo espacio físico continuando con su cotidianeidad. Los vínculos que los unen tienen una carga afectiva y significados dados por los contratos que operan desde la fundación de cada grupo de familia. Trabajar en un mismo espacio terapéutico y tiempo cronológico, exige dotar a ese espacio de posibilidades que lo hagan funcional.

Así ese lugar – ambiente se transforma en un espacio transicional calificado, en donde han de suceder:

  • la escucha;
  • – la mirada;
  • – la acción;
  • – la gestualidad;
  • – la palabra;
  • – el juego; –   – la representación;  – – la creación.

Sucede en el espacio intrapsíquico y paralelamente en el espacio intersubjetivo que se construye entre todos, incluido el equipo terapéutico.

Mediante la propuesta de ciertos juegos e intercambios como facilitadores, se propicia la interfantasmatización (Morosini y Jaroslavsky, 2007) cruzada entre los miembros de la familia y/o la pareja por lo que se moviliza la actividad preconsciente. Este es un proceso mitopoyético del grupo cuya riqueza se le revela al terapeuta como un interesante material para trabajarlo con el grupo. Escribe Alberto Eiguer (2006) «…el fantasma de uno llama, induce, despierta aquel del otro- el cual no habría podido jamás salir de su estado inconsciente sin esta solicitud (Nicolò, 2005), creando primero una fomentación fantasmática seguida de una interfantasmatización; o si se trata además de otra cosa, digamos de la alteración del funcionamiento de las instancias psíquicas de los sujetos en vínculo y debido a sus recíprocas influencias…hemos adelantado la idea de que nuevas instancias de funcionamiento colectivas pero no individuales, entran en juego ni bien hay un grupo: self familiar, aparato psíquico familiar. Estos operadores están de ahora en más disponibles para el trabajo psíquico…» (revista online).

Algunos antecedentes del uso de objetos como recursos mediadores en psicoanálisis

 

Desde el psicoanálisis individual con niños tanto Anna Freud como Melanie Klein utilizaron dibujos como introductores de las fantasías del niño.

Anna Freud (1965) escribe «…uno u otro tipo de reacción delata algunos aspectos relacionados con el estado del narcisismo mensurado con la intensidad de su interés y su relación con el mundo de los objetos…» (p. 22).

Más adelante expresa: «…al ser objetos inanimados y por lo tanto sin reacciones permiten al niño…expresar la gama completa de su ambivalencia hacia ellos…» (p. 67).

Melanie Klein también ha utilizado al dibujo como forma de expresión del niño en el proceso terapéutico y le ha dado el valor como para ampliar su capacidad de comprenderlo.

Por otra parte, ha sido Donald Winnicott quien crea un método para entrar mediante el juego a relacionarse de una manera fácil y espontánea con los niños el squiggle o garabato que van realizando entre ambos como modo de comunicación. Uno empieza, el otro sigue, y es a la búsqueda de un sentido. Mediante estas intervenciones mediadas por una actividad conjunta surge la idea de un espacio transicional compartido.

Escribe Winnicott «…partiendo de los dibujos del niño y de nuestros dibujos en común, podemos encontrar el medio de hacer nacer el caso a la vida. Es casi, como si mediante los dibujos el niño caminara a mi lado y participara, hasta cierto punto, en la descripción del caso…» (Bernard Pingaud, en Winnicott, 1978, p. 10).

Los recursos ante las dificultades

 

Escribe María Antonieta Pezo (2015) «…El uso de objetos mediadores en los grupos se muestra, cada vez más, como un recurso de trabajo necesario, cuando las condiciones que viven los sujetos en un grupo dificultan el acceso a la palabra o a lo simbólico, debido, fundamentalmente, a situaciones traumáticas. Éstas se definen como rupturas repentinas que producen cambios en el transcurso de la vida, y que son provocadas por acontecimientos internos o externos sentidos como un derrumbe o una catástrofe…» (revista online).

Asistimos como terapeutas al trabajo con familias con dificultades para expresar lo que sienten, las situaciones que atraviesan, ya sea por trastornos inhibitorios, por excesiva violencia o vergüenza. Como equipo terapéutico se requiere disponer de capacidad creativa para formular otras propuestas que no faciliten la repetición de lo mismo que los trae a la consulta.

En mi experiencia personal al trabajar con familias con niños, fui recorriendo el camino que los mismos niños me mostraban, al decir algo y dibujar otra cosa, o al no decir y paralelamente dibujar o modelar algo que hablaba por ellos. Sus silencios prolongados podían ser interpretados, pero más clara era la interpretación guiada por sus asociaciones, ya fueran dibujos, recortes o modelados.

Los niños se expresan con facilidad por medio del dibujo, por lo que no es difícil proponer y obtener de sus dibujos libres y otros con consignas determinadas, una producción que colabore con otra forma de narrar y con la capacidad – al seleccionar imágenes – de poder explorar y conocer sus contenidos inconscientes. Gradualmente introduje otras técnicas, como el modelado con arcilla u otro tipo de masa (además de la conocida plastilina y crealina), como también la masa que nosotros mismos fabricábamos con harina y agua. Posteriormente observé que ellos mismos incorporaban juguetes y otros objetos de diversos tamaños y texturas. Con estos elementos representaban lo que eran en sí o lo que imaginaban, favoreciendo tanto la expresión de sus emociones y el relato de situaciones vividas o fantaseadas, como también modos de articular los contactos entre ellos mismos. Los juguetes y materiales adquirieron importancia como facilitadores de la posible expresión e interlocución de los niños ya sea en tratamiento individual como grupal.

Fue interesante descubrir y comprobar que en casos de niños con patologías más complejas (psicosis, borderlines, autistas, TGD y aún en neurosis más estructuradas) el niño demandaba una implicancia corporal mayor por parte del terapeuta, demanda a la que había que responder. En esa época y como resultado de una búsqueda por ampliar mis conocimientos como los recursos técnicos, inicié mis estudios de Psicodrama.

El conocimiento de las técnicas

 

Si bien es necesaria la creatividad en el terapeuta, la misma tiene que basarse en una adecuada y prolija formación en el conocimiento de las técnicas que va a aplicar y de los recursos de los que va a disponer. Cada uno de ellos requiere conocer los alcances y el sentido, las indicaciones y contraindicaciones. No es correcto ante un paciente o un grupo ensayar una técnica sin el debido conocimiento. El terapeuta debe formarse teórica y prácticamente en el uso de los recursos y técnicas, utilizarlas, probar sus habilidades, atravesar la experiencia de lo que le promueve cada una, ejecutar sus propias creaciones, ser objeto de su propia utilización. Pero avancemos un poco más en el sentido importante que tiene la creatividad y que se pone de manifiesto en el tema que nos ocupa.

Dice André Green: «… La creatividad es un rasgo fundamental. Comprendamos que antes de ser el don de algunos, la creatividad es un hecho sin el cual no hay vida psíquica, sino tan sólo una supervivencia; no una existencia, sino un hábito que se mantiene con sus automatismos, indiferente tanto a la vida como a la muerte. A menudo esa creatividad es sofocada por la disociación…» (Green, en Winnicott, 1978, p. 21).

Los recursos como objetos mediadores y la técnica como intervención mediadora

En el quehacer terapéutico ya sea que trabajemos con pacientes individuales o en grupos, con familias o parejas, con niños, adolescentes o adultos, surgen cuestiones respecto a la forma en que llevamos a cabo esa compleja tarea.

Se trata de estar atentos para recibir, comprender y mediar a través de intervenciones pertinentes, en la búsqueda de abrir una situación estereotipada en lo repetitivo y dañino para el grupo, que merece la oferta de un cambio posible.

  

¿Los terapeutas somos mediadores?

 

Es evidente que mediamos cuando ofrecemos un espacio – tiempo de confianza y seguridad para poder decir, pensar, sentir, imaginar, sostener y mediamos cuando articulamos con recursos y técnicas la posibilidad de destrabar un conflicto. Una forma es entablar un juego.

Volvamos a Winnicott cuando señala «…La psicoterapia se sitúa en ese lugar donde se encabalgan dos áreas de juego: la del paciente y la del terapeuta. ¿Con quién nos encontramos en psicoterapia? Con dos personas que juegan juntas. El corolario será, por lo tanto, que allí donde el juego no es posible el trabajo del terapeuta tiende a llevar al paciente, de un estado en el que no es capaz de jugar, a un estado en el que sí es capaz de hacerlo…» (Winnicott, 1971, p. 55).

Buscamos recursos que nos ayuden a abrir el espectro de posibilidades y cuando encontramos herramientas útiles – a juzgar por los resultados que observamos en los pacientes – es que las adoptamos y en la medida en que las vamos utilizando, descubrimos nuevas perspectivas que ellas pueden aportarnos.

René Kaës (2002) enumera funciones propias del objeto mediador, entre ellas, señala que el objeto mediador establece un efecto de ligadura que permite transformar tanto el espacio intrapsíquico como el intersubjetivo ya que opera en ambos; permite zonas de pasaje, límites, articula formas más benignas que el contacto directo con el otro, y posibilita una secuencia tiempo – espacio diferente.  Estas cualidades facilitan la simbolización por medio de la capacidad asociativa. Un objeto o recurso mediador no cubre en sí mismo otra cosa diferente a ser lo que es, pero es la intencionalidad creativa de un niño, adolescente, adulto, grupo quienes tienen la posibilidad de transformarlo y comunicar algo propio a través de ese recurso. Es un medio para alcanzar un objetivo en un campo que tiene las condiciones contando con un encuadre y dentro de un dispositivo específico. En ese marco logra alcanzar su dimensión de objeto terapéutico en un despliegue transferencial.

Recursos mediadores y técnicas de mediación

 En este punto considero necesario explicitar que hay una distinción entre recursos mediadores y técnicas de mediación.

Los recursos son los objetos materiales que utilizamos para llevar a cabo ciertas actividades destinadas a facilitar que aflore un material psíquico.

Las técnicas son las formas cómo trabajamos con esos recursos, cómo los implementamos y que requiere de conocimientos precisos tanto sobre la aplicación y todo lo que ella implica, sino también sobre los tiempos adecuados, las consignas, los límites, su encuadre, sus alcances, clímax, conveniencias e inconveniencias, indicaciones y contraindicaciones.

Como psicoterapeutas al intervenir utilizando recursos ya probados, con una consigna suficientemente abierta y cuidada, observamos que surgen ansiedades y asociaciones, las que sostenidas e interpeladas en la terapia ayudan a provocar el posible inicio de los difíciles cambios psíquicos.

Recursos terapéuticos. Su utilidad

 Los recursos son elementos mediadores que nos resultan útiles para cumplir mejor un objetivo. Deben ser utilizados con un conocimiento basado en la formación teórica y práctica en cada uno de ellos. Enumeraré algunos de estos sin pretender nombrarlos a todos ya que cualquier objeto bien utilizado puede ser un recurso terapéutico.

  • Títeres;
  • juguetes;
  • juegos con agua, plumas, almohadillas, sogas, pañuelos, papeles…;
  • disfraces y máscaras;
  • espejo;
  • instrumentos musicales y cajitas de música;
  • collage;
  • dibujos, plastilina, arcilla, masas para modelados y elementos para esculpir;
  • escritura;
  • pizarrón y tizas;
  • bolsa elástica;
  • fotos; – filmación.

Dejo aparte la mención del Psicodrama porque requiere de una formación específica y es una especialidad dentro de la profesión. Al psicodrama me referiré luego.

 Los títeres

 El títere permite tratar temas sin la exposición directa de quien lo expresa. Es el títere quien habla y el terapeuta también actúa y responde a través del títere. Hay un útil desdoblamiento cuando esto se hace necesario.

En los grupos de niños y con adolescentes, ellos construyen sus propios títeres, eligiendo y personificando a sus personajes. El personaje elegido comunica contenidos internos y el cómo lo van preparando, los rasgos que intentan destacar, la voz que luego van a plasmar para ese títere, el modelado de sus partes y hasta su vestuario, todo aporta un sentido que permite observar aspectos internos y vivencias de sus relaciones, los mecanismos de identificación, y permite dar figurabilidad a sus conflictos.

La preparación de los títeres se realiza en el consultorio que funciona en esos tiempos como taller. Cada títere es su propia obra.

Los títeres pueden ser de tela, con una media, con cartón y papeles, sostenidos por palitos largos de brochettes, con calabazas de mates, pintados por ellos. Todo esto exige una guía en cuanto a la facilitación de materiales y presencia para que puedan definir su personaje.

El tiempo de trabajo en taller alrededor de una mesa baja o directamente sentados sobre la mullida alfombra, es un tiempo interesante en el cual los chicos hablan de sus personajes, intercambian historias, se estimulan unos a otros y se ayudan acorde a sus habilidades. La sesión se desarrolla centrados en la tarea de la construcción de un personaje sobre el que han pensado, elegido, a veces hasta escrito previamente una historia, la que después con las sucesivas dramatizaciones generalmente se modifica. Esos personajes interactuarán entre sí.

Entre las elecciones del personaje muchos optan por representar a uno de los miembros de su familia, otras se personifican a sí mismos. En cada personificación revelan su imagen interna. En dolorosas situaciones de duelo y abandonos, eligieron los títeres para representar a sus muertos y dar lugar a un entierro al que nunca habían asistido, pudieron llorar y despedirse, optando por dejarlos guardados en cajas que ellos mismos trajeron para tal propósito, eligiendo que fuera cierto lugar del consultorio, el espacio para su buen resguardo. Con esos títeres no se trabajó nunca más.

El títere también puede representar algo abstracto, algo a lo que temen y a lo que llegan a personificar como la oscuridad, la soledad, el miedo, la violencia, el descontrol…

Cuando comencé a trabajar con familias, los títeres colaboraron en despejar situaciones difíciles de plantear, generalmente referidas a escenas de violencia doméstica y de contenido erótico. Con los adolescentes, disponer de este recurso evitó ciertos contactos entre ellos y facilitó que la temática pudiera ser planteada y trabajada sin una exposición corporal personal. El títere favorece el cuidado necesario a aplicar en ciertos temas que los afecta y posiciona como más vulnerables.

En el caso de pacientes terminales cuando se puede, la construcción del títere ayuda a expresar el propio dolor y ofrece la oportunidad de despedirse diciendo lo que se necesita decir, pero a través del títere. Hay niños que en esta situación pudieron despedirse de su familia y en algunos casos me pidieron que fuera quien guardara ese títere conmigo.

En la preparación de esta técnica hay que capacitarse aprendiendo a manejarlos desde el lugar del terapeuta para transmitir por medio del movimiento un sentido que muestre – a pesar de la cara rígida del títere – una emoción. No es lo mismo un títere avergonzado, que un títere enojado o un seductor. Para el terapeuta que quiere trabajar con ellos es necesario aprender la técnica de construir y después el manejo del títere como recurso.

En los grupos de familia y con parejas la representación suele comenzar como un mero juego, pero en el curso de la dramatización, en la emoción de una historia aparece una trama enlazada a la problemática a tratar que acorta los tiempos en su manifestación, por lo que el uso del títere suele acelerar la aparición del nudo del conflicto y lo expone con claridad.

Juguetes

 Los juguetes son más utilizados por los niños, pero también en todo proceso terapéutico en donde hay niños, por ejemplo, en terapias vinculares de un padre o madre con un hijo.

Escribe Rosa Jaitin (2010) «…El hermano constituye el primer juguete, que sucede a la madre en su capacidad de estar allí, presente, en espera. A diferencia de ella, el hermano moviliza un aspecto particular del grupo interno: obliga a diferenciar lo real de lo imaginario. La pulsión de dominio puede concebirse como un movimiento que empuja a “la utilización del objeto”. Y este juego de apropiación transforma y diferencia al objeto interno y al objeto externo en un mismo movimiento en espiral…» (pp. 117-118).

El juguete es todo objeto con el que se puede para entablar un juego y cumple su función de objeto que intermedia en una situación facilitando que surjan ciertos contenidos. Pueden ser peluches, pero también pueden ser autitos, muñecos, y reitero cualquier elemento facilitador, y sirve para aligerar un clima en la medida en que ofrece la posibilidad de entretener y decir a través de él. Puede suceder que un padre no pueda jugar con su hijo y aunque el hijo elija un juguete y lo instale entre ellos instándolo a jugar, el padre se evada en explicaciones verbales que reflejen su mecanismo de huida de la situación. En esos casos la integración del terapeuta a cargo o del auxiliar ayuda a que se entable el juego y aporta una posibilidad a ambos. Luego se podrá trabajar con la dificultad lúdica del padre. A veces los padres pueden decirle al juguete lo que no se animan a decir a un hijo.

Juegos con agua, plumas, almohadillas, sogas, pañuelos, papeles…

 En mi experiencia he utilizado los juegos con agua en casos de niños con dificultades para hablar, con trastornos sensoriomotores, a quienes el agua ayudó a intensificar registros, movimientos, sensaciones. Trabajar en el baño con agua en la bañadera y por ejemplo una lanchita a motor que se desplaza y tira viento, puede provocar registros de movimientos, empuje, temperatura, sonido, placer. Lo mismo sucede con soplar plumas o inflar y soplar globos, es el movimiento de algo que se sostiene en el aire y se mueve despacio. Las almohadillas confeccionadas con telas y rellenas de arroz que sirven para arrojarse entre ellos, sin el riesgo de lastimarse o el muñeco de plástico grandecito, a la misma altura de la mirada de un niño de hasta 6 años, con su base de arena para que quede estable en el piso, y al que se le puede decir sin que responda, o se lo puede mover o arrojar algo como descarga de impulso necesaria, son acciones que luego se trabajarán con la palabra.

Con las sogas se marca un espacio, un límite, un territorio; los pañuelos son ligaduras entre unos y otros, son vendas, y ocultan, destapan o forman parte de un disfraz.

Disfraces y máscaras

 La posibilidad de disfrazarse y personificar roles diferentes ofrece al trabajo terapéutico una herramienta valiosa. Disponer en el consultorio de un baúl con sombreros, armazones de anteojos, carteras, telas, prendas y disfraces, resulta útil para que los niños puedan personificar otros papeles y les resulten más creíbles en el juego que planifiquen.

El uso de máscaras también es un recurso valioso. Las máscaras son elecciones de cada uno. Cubren parte de la cara tipo antifaz o toda la cara y pueden realizarlas con diversos materiales (papeles, cartones, telas aptas para ser pintadas) pero cuando hay resistencia a la fabricación ofrezco algunas máscaras ya realizadas en tela o cuero que cubren plenamente el rostro. Generalmente cuando descubren las posibilidades que presta la máscara luego deciden realizar la propia. Cuando resulta difícil plantear algún problema personal, pero urge comunicarlo, la máscara al ocultar el rostro transmite la energía que permite ser otro por un rato, ayuda a que lo temido se pueda enunciar y una vez dicho, se puede seguir trabajando con o sin la máscara, dependiendo de cada situación y cada paciente.

La confección de máscaras, como los títeres y como el modelado, son tareas propias de un espacio de taller que se crea por un tiempo con esa finalidad y que se realiza en el mismo espacio terapéutico. Las sesiones se desarrollan del mismo modo ya que se da la interacción en el grupo y acontecen los fenómenos propios del mismo como interfantasmatizaciones y alianzas, y los procesos que hacen a la realidad psíquica del grupo.

Lo terapéutico, sucede en ese espacio compartido del grupo, mediante las asociaciones referidas cada realización, con las fisonomías que va tomando cada producción y con lo que nos sucede a nosotros como equipo con ese material.

El espejo

 Otro recurso interesante es contar con un espejo grande. La necesidad de mirar el propio rostro, la figura o bien mirar al otro a través del espejo.

En una ocasión trabajando con una caja de música observé que diversos niños se interesaban además de la música, en el espejo que estaba adherido en la contratapa de la cajita. Surgían observaciones interesantes sobre sí mismos y sobre los rostros que miraban reflejados en el espejo. Allí decidí dotar al consultorio de un espejo grande.

En muchos casos pude observar cómo el niño se paraba frente al espejo y asociaba ideas que hablaban de él, de su cuerpo, de su fisonomía, de sus parecidos o diferencias familiares, como por ejemplo en casos de hijos adoptivos con dificultades e ignorancia consciente de su filiación. Cómo ante el espejo emergían sus dudas y conflictos con su imagen corporal.

Con estos niños, el espejo ayudó a “espejar y ver” para instrumentar un saber de lo ya sabido y poder preparar el tema para hablarlo en familia. Algunas veces se trató de padres adoptantes reticentes a enfrentar esta verdad y con dificultad para reconocer el derecho de sus hijos a saber acerca de su real identidad. Escuchar acerca de las dudas que les generaba su propia imagen colaboró a que el tema pudiera ser planteado por ellos en un marco continente.

También el espejo fue muy útil para trabajar la diferenciación con gemelos que confundían sus propios registros corporales como si fueran los de su hermano, señalando su sensación, en el cuerpo del otro y de manera indistinta. En el dibujo se graficaban uno adentro del otro y en el espejo señalaban indistintamente un cuerpo u otro como si se tratase de lo mismo, experimentando ambos, idénticas sensaciones. Se logró construir una diferencia con ayuda del espejo, de las filmaciones, de los títeres y de la bolsa elástica, pero en este caso la bolsa fue confeccionada especialmente con tul para que, mediante la transparencia de la tela, pudieran observar su propio nacimiento en tiempos diferentes y a través del espejo.  En esas sesiones en que se representó el nacimiento de ambos y que era una solicitud repetitiva de ambos el reproducir este “juego”, iban mostrando la necesidad de registrar el desprendimiento de la madre y el hecho de haber sido dos en la panza de mamá, la terapeuta era quien los ayudaba a salir de la bolsa – vientre materno. Cuando posteriormente en sesión familiar la madre vio la filmación de este “alumbramiento”, comentó que fue “exactamente así” como había sucedido, en tiempos, movimientos y quién había nacido primero y quién después. Con los títeres se representó durante cierto tiempo este evento del nacer, el que necesitaban repetir para asumir un verdadero nacimiento hacia una identidad propia y distintiva, hacia una subjetividad que iba a intentar – en cada uno de ellos – recorrer caminos propios. Al ver la madre y el padre este material y registrarlo como necesidad de los niños en cuanto a ser ayudados en la diferenciación, se logró que la familia pudiera llamarlos a cada uno por su nombre de pila y abandonar el nombre único amalgamado con el que toda la familia los llamaba.

Instrumentos musicales y cajitas de música

 Hay familias en quienes la música es un integrante más. Tocan un instrumento, estudian música, se acompañan de música, hablan de temas musicales e intérpretes, cantan, se dicen cosas con música, inventan letras y música de canciones. Como es una herramienta habitual y les sirve, suelo disponer de instrumentos sencillos como quena, flauta dulce, maracas, castañuelas, triágulo, tocs – tocs, tambor, bombo chico, y hasta incorporé más recientemente guitarra y un teclado.

En los grupos de adolescentes es un recurso maravilloso en términos de creatividad y de expresión de sus estados de ánimo. Los chicos se entienden en cuanto a lo que están expresando y son comprendidos por los demás.

Hay familias que se comunican por y con la música. Cada uno elige el instrumento que prefiere y que lo siente más afín a sí mismo y se expresa con el sonido, el ritmo, el manejo de las pausas. Luego le agrega palabras que pueden ser cantadas o simplemente dichas.

A veces se puede recurrir a la mediación de instrumentos cuando el enojo entre ellos es muy grande, los gritos los desbordan y no pueden entenderse, poder proseguir con lo que quieren decirse coloca la pelea en otro lugar. Es una pelea que puede sostenerse por el objetivo de una transformación posible. Luego se regresará a la palabra que siempre es la que se impone, pero los recursos la ayudaron en la graduación de intensidades, ya que hablar no siempre equivale a comunicarse.  Las cajitas de música además de servir en el trabajo con niños pequeños, con problemas en el apego y dificultades sensoriales, traen a los más grandes ciertos recuerdos que movilizan lo emocional su aparición e invitan a ser revisitados.

El Collage

 Otro recurso técnico interesante por su sencillez y beneficios: es el collage.

El collage es una técnica que no requiere más materiales que una hoja grande de papel para dibujo, revistas comunes y variadas, algún tipo de pegamento, tijera y lápices para escribir si lo desean. Se puede utilizar tanto en grupos, en parejas, familias o individualmente.

El paciente construye su collage con una intención consciente, intenta comunicar algo y luego, una vez realizado el trabajo al asociar sus ideas en relación con las imágenes que seleccionó perceptualmente para referirse a algún tema, se encuentra con algo diferente, algo que no puede explicar bien, que generalmente comunica que lo sintió así pero no sabe definir porqué. Allí comienza un segundo trabajo de análisis con emociones como la sorpresa, la remoción de recuerdos que creía olvidados, la emergencia de contenidos que pensaba sepultados.

La consigna con la que se trabaja varía acorde a los pacientes, las problemáticas, las dificultades de expresión. Puede ser la presentación de sí mismo contado a través de imágenes, los momentos cruciales de su vida, sus temores, sueños, una representación onírica…

Lo significativo es que mediante el collage se accede a temáticas que antes no se habían podido decir, a emociones guardadas que afloraron al soslayar la palabra, a generarse cambios a partir de hacer eclosión sentimientos como sucesos de vida silenciados. En otros casos fue el inicio de un camino que llevó de una técnica a otra hasta acceder a lo que estaba sepultado.

Esto último sucedió en tratamientos psicoanalíticos con familias y con varias generaciones presentes, en que, en el material de los más chicos se aludía a situaciones secretas y lacradas por los mayores (abuelos), de lo que los padres (generación intermedia) no tenían noticia, en términos de transmisión transgeneracional. Hay niños que en el collage mostraron a través de imágenes aspectos omitidos de escenas de violencia doméstica parental.

En los trabajos grupales esta técnica adquiere un matiz muy interesante ya que la producción conjunta se manifiesta con otras perspectivas que la producción individual, en ella se puede observar la acción del inconsciente como grupo interno originario. Escribe René Kaës (2007) «…Para circunscribirme al dominio de la vida psíquica, reservo la noción de “grupo psíquico originario” para dar cuenta de la ligazón originaria de los objetos en una estructura y en formas que constituyen el inconsciente. El inconsciente estructurado como grupo, se recombina permanentemente en sus figuras, en su energía,en sus formaciones y en sus efectos…» (p. 129).

Respecto a la representación onírica también es posible darle figurabilidad por medio del dibujo, la pintura, el modelado (útil en el caso de ciertas imágenes persecutorias), y en la representación dramática en el espacio del escenario.

En situaciones familiares silenciadas e impedidas de tratamiento, emergían en el contenido onírico de algún hijo que mostraba en sus pesadillas situaciones análogas a las vividas por sus padres o por algún ancestro, sin que el paciente tenga conocimiento real de los hechos. Estas situaciones se pudieron trabajar en el espacio dramático, aludiendo a las analogías. En algunos casos se representó psicodramáticamente y en otros fue por medio de títeres, collages, esculturas o escritos.

Dibujos, plastilina, arcilla, masas para modelados y elementos para esculpir

El dibujo es un modo natural de expresión del niño, dibuja lo que ve, siente e imagina proyectando estados internos y vivencias y experiencias de relación con otros.

Serge Tisseron (1993) explica «…El dibujo del niño contiene un reflejo de esta evolución. Por un lado, los esquemas organizan las estructuras globales de la figuración del mismo modo que organizan las de la fantasía. Los esquemas de envoltura…constituyen al dibujo como continente de imágenes, al tiempo que garantizan que el sujeto mismo pueda contener sus fantasías; mientras que los esquemas de transformación presiden la puesta en escena de las múltiples transformaciones presentes en toda figuración…» (p. 94).

Por medio del dibujo el niño expresa parte de una escena visual, construye ciertas imágenes y desarrolla fantasías y es con ellas con las que podemos trabajar en análisis.

El dibujo de la casa, la disposición de los ambientes, los espacios de intimidad y aquellos que se comparten aparecen relacionados con ciertas proyecciones.

Alberto Eiguer (1999) alude a la hipótesis de una proyección de la imagen del cuerpo en el hábitat, y agrega «…se trata de una analogía, de una metáfora, o sobre todo de un modelo de funcionamiento donde lo humano reproduce lo que vive en el interior de sí mismo en conjunción con la representación de su cuerpo y aquel de la psique familiar…» (pp. 44-45).

El modelado con arcilla, plastilina o masa se presta para hacer figuras, crear un escenario pequeño, y expresar su mundo interno, fantasías y necesidades.

El modelado también puede ser una forma útil de trabajar con las imágenes persecutorias, la enfermedad y la muerte. Un paciente que no podía narrar acerca de la pérdida traumática de su hermano logró representar sus imágenes con el modelado con crealina, trabajos que después pintó y muy a posteriori pudo hablar. Otro paciente cuya novia se suicidó con una sobredosis de droga y a la que él consideraba no haberla podido rescatar, eligió modelar con alambre imágenes monstruosas que ella le contaba que veía en sus crisis. Hizo trabajos de valor artístico, pero lo que intento transmitir aquí es que gracias a poder exteriorizar y dar corporeidad a esas figuras, pudo hablar luego de ellas y despedirse de esa novia tiempo después, procesando que no era un resultado de su incapacidad para contener, sino que la situación lo desbordaba por su repetición y solo un equipo con una internación y tratamiento específico habría podido sostener a quien recurrió a la ingesta descontrolada de drogas cada vez más nocivas como modo de autoeliminación.

 Escritura

 Del mismo modo la escritura es un recurso necesario para expresar lo que se siente y piensa. En duelos y ante situaciones de enfermedad propia o de seres queridos es un invalorable recurso. Conocemos el valor del diario íntimo donde se vuelcan vivencias, el genograma o árbol familiar donde se dibuja y escribe la secuencia familiar, la línea de vida, la autobiografía, el relato escrito de algún tema y en los niños la invención de cuentos que escriben y luego se utilizan para asociar y posiblemente dramatizar.

En la etapa adolescente es un recurso especialmente frecuente.

Julia Kristeva (1991) escribe sobre la novela en el adolescente «…En este sentido, la actividad imaginaria y más aún la escritura imaginaria…da al sujeto una posibilidad de elaborar un discurso que no sea “vacío” pero que él vive como un discurso auténtico… desmentida de la pérdida, triunfo del Yo por el fetiche del texto, la escritura se vuelve un complemento fálico esencial, si no falo por excelencia…» (p. 68).

En grupos de familias en terapia, asisten los hijos, pero cuando alguno de ellos no participa verbalmente, pero sigue la secuencia y por su gestualidad se denota que no acuerda con lo que se dice, se le puede ofrecer que haga su participación por escrito, reservando un tiempo para poder leer sus anotaciones si él o ella lo autoriza. De no hacerlo se respeta y las anotaciones van y vienen con él o quedan en depósito en el consultorio según lo decida. Aun cuando no se conozca el contenido y no se tenga acceso a trabajar con ello en forma verbal, de por sí la posibilidad de escribirlo sirve para que ese miembro de la familia halle su modo de expresión y quede registrado. La familia sabe que él tiene algo que decir que puede no ser coincidente con lo dicho en sesión. Esa información no lo deja en un espacio de ignorancia, sino que es él quien articula ese poder decir o mostrar. Generalmente con un trabajo cauteloso y paciente se llega a establecer un vínculo transferencial confiable que hace posible la apertura de esos textos y el trabajo con ellos.

Utilizada tanto como prueba diagnóstica como recurso terapéutico la escritura de la biografía es algo realmente motivante, sobre todo para los adolescentes, pero también en la etapa adulta. En la narración de la propia historia de vida aparecen recuerdos que sobresalen por sobre otros y esta narración puede variar si se la escribe en diferentes momentos de la vida. El cambio tiene que ver con la relevancia que adquieren los recuerdos según el filtro que otorga la experiencia.

En el posterior relato de lo narrado suelen aparecer ciertos co – relatos o acotaciones acerca de ciertas experiencias que enriquecen y aclaran los hechos y el recuerdo que se guarde. Alguna pregunta bien formulada u oportuna por parte del terapeuta puede traer a la memoria otros materiales que pueden ser importantes en cuanto a las vivencias pero que requerían de la pregunta como estímulo para salir a la luz.  En los pacientes con dificultades para recordar ayudan las fotos. Dividir la vida por etapas también ayuda a la emergencia de recuerdos, por ejemplo, cada cinco años. Son lapsos de tiempo que van ubicando al narrador en diversos escenarios que lo ayudan a recordar.

A veces se recuerda el hecho, pero no la emoción que produjo el hecho, ni las consecuencias de tal o cual acto. Otras veces recuerdan más el premio o el castigo que el hecho en sí.

Lo interesante en la narración de la historia es que no se limita a la vida de quien narra, sino que involucra a los demás con quiénes convive o convivió, a las historias de los otros, a los lugares geográficos y las casas habitadas, a los viajes, las distancias, las personas que se fueron, los colegios donde se estudió, los compañeros y amigos. En el relato se desgrana una trama y esa trama alude a dos memorias. La memoria explícita y la memoria implícita.

Anna Maria Nicoló (2019) menciona estas dos memorias y el trabajo que el analista tiene por delante, ella escribe: «… La tarea del analista, confrontada a dos tipos de memoria, es entonces difícil. Con la memoria explícita, reconstruirá y construirá lo que haya olvidado, lo que adquirirá un sentido en función justamente del analista y sus intervenciones. Con la memoria implícita, la tarea del analista será más compleja puesto que este género de memoria, constituida por las representaciones preverbales y pre-simbólicas, continúa funcionando incluso en el adulto; según varios autores, nosotros podemos reencontrarlas en la transferencia y en los sueños, y yo creo también en la narración autobiográfica que los miembros de la familia construyen y reconstruyen juntos en el setting familiar…» (pp. 4-5).

Pizarrón y tizas

 Para los niños es conveniente disponer de un pizarrón grande para que puedan graficar a la vista de todos. Ellos suelen dejarme mensajes escritos allí, dibujos al cierre de las sesiones al modo de regalos.

En sesiones con grupos familiares mientras los padres hablan sus temas, suele suceder que los niños dibujan en el pizarrón y parece que no participan, parecen desconectados y los padres suelen animarse a plantear algo pensando que los niños están en su mundo de dibujos. Sin embargo, yo suelo mirar por el espejo que está ubicado especialmente frente al pizarrón, el contenido de lo que dibujan y la mayoría de las veces está directamente relacionado con lo que los padres expresan y sus sentimientos al respecto. Dicen más los dibujos de los chicos que las palabras de los padres o en todos casos los completan.

Cuando puedo intervenir y relaciono un tema con el otro, se abre la compuerta a ese otro nivel de análisis más profundo acerca de lo que se siente en esa familia, por donde pasan las dificultades y cómo orientar una posible salida de lo que los encierra.

Bolsa elástica

 Se trata de una bolsa grande de un material flexible que sirve para ciertos juegos y para trabajar con ciertas problemáticas. Temas que tienen que ver con compartir espacios, situaciones de apego y dificultades con la distancia y la proximidad física, temas como el ocultamiento, la oscuridad. Es un recurso de aplicación muy específica en mi experiencia. Ya narré más arriba la experiencia repetitiva del nacimiento de mellizos o gemelos, pero en uno de los casos fue preciso armar una bolsa en tela transparente porque ellos necesitaban ver además de vivenciar y el reflejo en el espejo se los permitía.

Fotos

 Trabajar con las fotos familiares puede ser un recurso para reencontrar e interpretar recuerdos. A veces los pacientes expresan que no recuerdan su infancia y cuando pueden encontrarse con sus propias fotos en el contexto terapéutico, los recuerdos comienzan a hilvanarse. Si se trata de un grupo familiar, pueden los menores escuchar ciertas explicaciones y relatos que no se cuentan en las casas. Otro paciente pequeño pudo acceder a datos de su historia y desanudar situaciones sintomáticas por medio de las asociaciones que surgieron a partir de las fotos. Algunos pacientes que me trajeron sus fotos, luego de trabajar con ellas al ofrecérselas para que las retiren, me pidieron que se las guarde. Manifestaron que algún día me llamarían para retirarlas, pero han llamado para saludar o incluso me han traído hijos a consulta y/o tratamiento, pero los álbumes de fotos aún están allí. Pienso que deben asociar la situación como con una caja fuerte que guarda un tesoro hasta que se reclame, pero que está mejor a distancia cuando los recuerdos duelen.

La filmación

 Cuando se filma alguna escena o se fotografía – previa autorización expresa de la familia – es para que quede registrada la trama, el decir y hacer en la dramatización. El objetivo buscado es que entre todos se pueda volver a mirar lo sucedido para revisar y acceder a un darse cuenta. Darse cuenta de lo hecho, dicho, gestos, coincidencias y oposiciones. Puede que esto suceda a continuación de lo realizado o bien que se postergue para otro momento en que la emoción de lo dramático los domine menos y se pueda pensar y comprender con mayor claridad.

Hay familias que mientras transcurren una segunda etapa de su proceso terapéutico, por ejemplo, al solicitar concurrir algunos años después del primer proceso, piden al cabo de un tiempo de trabajo el poder volver a ver cierto material anterior que recuerdan perfectamente. Se trabaja la pertinencia y el sentido de esa revisitación de su historia y si el mismo apunta a objetivos que pueden ser positivos se prepara el material para esa revisión conjunta.

Son muy útiles estos procedimientos a la hora de comprender los actings, o el sentido de ciertos síntomas corporales. El cuerpo puesto en acción revela realidades de cada paciente y de cada familia. En ciertos casos hemos tenido la oportunidad con colegas que atendían a un adolescente en tanto integrante de un grupo de edad similar y cotejar sus filmaciones, con las filmaciones mías efectuadas en sesiones con el grupo familiar, y parecía tratarse de dos chicos distintos. En verdad son dos realidades diferentes dadas por la diversidad de los contextos. Esto nos habla también de las posibilidades enormes que cada persona tiene en función del ámbito en el que está y de lo que se propicia en cada uno.

La realidad de la familia es mucho más compleja por los entrecruzamientos que circulan en ese campo, con investiduras que gozan y padecen de una carga libidinal mayor, con mandatos que marcan y dejan huellas perceptibles o imperceptibles, pero cuyo vestigio se comporta como pisada sobre arena húmeda.

En las familias que tienen un miembro con una enfermedad orgánica, se observa que algo del cuerpo familiar parece invalidado y el psiquismo acompaña con zonas veladas. Ese cuerpo compartido, con sus sentimientos de congoja, lástima, rebeldía, furia, envidia, reproches y sus fantasías vengativas, de desprendimiento, de muerte, necesitan hallar un espacio que reúna las condiciones para poder aflorar sin que cada uno se persiga con los pensamientos y actitudes del otro.

Contener al cuerpo familiar hace posible nuevas articulaciones. Esto no significa que siempre el miembro enfermo cure, pero sí que la familia pueda contenerse entre sí en una red más efectiva y menos dolorosa de lo que les toca vivir.

Cada uno podrá liberarse de los lazos que ahogan, ya sea el miembro enfermo puesto rígidamente en un lugar sin posibilidad de explorar otros espacios, y los hijos sanos, puestos en estricta solidaridad con el enfermo lo cual también decreta una cierta forma anticipada de sus propias muertes.

Cuando se puede hablar, muchas temáticas resultan más fáciles, pero aun así hay espacios a los que pareciera que la sola palabra no llega y pudiendo expresar por medio del hacer, de la imagen, de la escenificación, del modelado, del juego surge un plus del sentir y comprender que ilustra no sólo lo intrasubjetivo sino la intersubjetividad operante en la familia.

Estos recursos y técnicas son como las llaves de la caja de Pandora que bien usadas abren contenedores los que lejos de desparramar “pestes” colaboran para encontrar caminos de procesamiento y cuando se puede, producen notables progresos en términos de mejoría y reparación.

Hay posibles fallas en las funciones que asumen los miembros de una familia por lo que surge la necesidad de atender al cumplimiento de intermediaciones necesarias, facilitando el acceso a ciertos contenidos y procurando activar algunas funciones del preconsciente, las que, con el auxilio de las técnicas de intermediación terapéutica permiten una mejoría de los garantes metapsíquicos.

Lo producido como testimonio que objetiva

 La producción del collage, del dibujo, del modelado, de la escritura, de las fotos y filmaciones de una representación dramática, del juego, de la escenificación con títeres, y/o con máscaras, quedan como producciones que pueden ser vueltas a mirar, revisar, poner en común con quiénes ellos decidan o volver a ver estando solos.

Lo producido adquiere estatus de testimonio, queda allí plasmado, muestra algo que se hace evidente, y esa evidencia aporta una objetividad innegable en cuanto a su contenido, sentido y significado. Lo realizado, aunque remita a algo del pasado, como producción está ahí, en nuestro presente inmediato y por ende lo actualiza. Por otra parte, es algo a lo que tienen acceso todos. Todos los pueden ver, escuchar las asociaciones, opinar, sentir. Se puede hablar, escribir, dramatizar acerca de ellos. Es otra forma de acceder y trabajar con las escenas internas. Es un lenguaje que deviene de la imagen.

Cuando el collage es una producción grupal, con una misma consigna, aparecen aspectos propios del grupo que son asumidos por diversos miembros. Del mismo modo sucede en una familia. Esto es interesante y habla de cómo funcionan tácitamente entre ellos, qué parte de la realidad capta y transmite o calla cada uno, quién denuncia, quién silencia, quién deforma como modo de denegación, cómo se establecen y sostienen ciertos pactos, cómo se cumple el interjuego entre las alianzas inconscientes. Lo producido entre todos o bien delante de todos, es mucho más que el collage realizado, es un mensaje transmitido, es una realidad sentida y pensada acerca de algo pensable o impensable, e indecible. Es una evidencia del Aparato Psíquico Familiar o el Vincular de un Grupo.

El trabajo del Aparato Psíquico Familiar (Ruffiot, 1980) permite presentar a través de estas producciones plásticas, gráficas, escénicas y hasta musicales, a una familia como cuerpo, con sus partes más armonizadas y otras menos integradas, pero que pueden construir una nueva narrativa, co-construida entre todos.

El Psicodrama

 El dispositivo de trabajo psicodramático ofrece posibilidades que permite hacer ambos niveles de análisis: psicodrama en grupo y de grupo.

Es esencial conservar un espacio posible para comprender, una cierta distancia “operativa” para escuchar, mirar e ir articulando los recursos para trabajar con la escena planteada. El terapeuta auxiliar o los compañeros de grupo intervienen interactuando con el protagonista. Apelar a la figura del “Yo auxiliar” en escena permite esa distancia necesaria para mirar, pensar, indicar, entrando y saliendo de la situación escénica, configurando lo que constituye una distancia óptima. El terapeuta atiende lo que sucede en la escenificación y en todo el grupo, los comentarios, bromas, y en las elaboraciones que surgen hacia el final de cada sesión.

Al cierre de las sesiones hay un tiempo entre grupo y grupo destinado al trabajo interno entre los terapeutas para procesar la contratransferencia y la intertransferencia. Cada terapeuta revisa sus propios sentimientos y los expone al otro y el análisis de lo sucedido en sesión, de las posiciones de ambos en la relación. Pueden surgir coincidencias y disidencias. Es preciso procesarlas.

El psicodrama es un camino de acceso que permite encarar las dificultades en los procesos de simbolización. Se abren dos contenidos y dos continentes significativos. Uno es el que corresponde a la escenificación que se dramatiza y que va variando en su especificidad acorde con las líneas que van apareciendo y con las que el terapeuta encara para dar figurabilidad a un contenido que no queda claro (Botella y Botella, 2003). Se interpreta a través de lo que se escenifica. Se muestra por medio de las variables que el terapeuta introduce. Pero a su vez hay otro contenido a atender que es lo que sucede entre los miembros del grupo. Allí hay otro tipo de acción que se da en los lugares que cada uno de los integrantes ocupa, sus posiciones, sus textos, su dinámica. Lo grupal es un nivel de algo que surge allí, en el espacio del entre, en lo intersubjetivo de quienes lo componen. Lo inconsciente se manifiesta en la acción.

Escribe Kaës y Missenard (1999) en la Introducción del libro El psicodrama psicoanalítico de grupo «…Porque si en la cura, como lo destaca J. B. Pontalis, la recomendación implícita que se hace al paciente es: “Recuerda y asocia”, en el psicodrama de grupo deviene: “Actúa y habla”. Y la acción en el juego abre la puerta a nuevas dimensiones del discurso y a lo que a veces revelan del otro las intervenciones del analista y de quienes lo rodean» (p. 19).

El grupo habla, intercambian unos con otros, asocian sus deseos inconscientes y actúan tanto en el nivel grupal como en el nivel escénico. En el escenario representan un guion, despliegan una trama, exponen un conflicto, presentan sentimientos, pero a medida que la escena se va plasmando aparecen otras variables, otros contenidos, lo inconsciente se manifiesta, aflora lo que he llamado la segunda escena que es la está encubierta, que contiene lo que no ha sido dicho, la que convoca otro nivel de vivencias y recuerdos. En el libro Clínica de la Terapéutica Familiar cito «… Así hay aspectos en el proceso de identificación que resultan agobiantes y que son los que se observan en los escenarios al desplegar la “segunda escena” (Freud, 1913-17; 1932) la no planificada, donde operan las fantasías de identificación inconsciente…» (Morosini, 2020, p. 129).  En este nivel se conjugan dos situaciones y aún muchas más.

Esas situaciones tienen que ver con lo que sucede en el mundo intrapsíquico del protagonista, pero va mucho más allá, porque también emergen fantasías que pertenecen al grupo como totalidad.

El ejercicio responsable del psicodrama como práctica psicoterapéutica requiere una vasta y constante formación profesional tanto teórica como práctica, la humildad de una supervisión constante y la consolidación de un equipo terapéutico.  El terapeuta auxiliar es quien – ya sea porque es elegido por el protagonista para que lo acompañe en una escena, o porque es designado por el terapeuta principal para que desempeñe un rol determinado en esa escena – ausculta de un modo específico y siente desde ese otro lugar escénico lo que le está pasando al protagonista. Si ese terapeuta “interpreta” algo diferente de lo que le indica el terapeuta que coordina la sesión, deberá respetar y atenerse a lo que la situación le marca desde su experiencia en psicopatología clínica, en psicoanálisis y en psicodrama. En el momento posterior, una vez cerrada la dramatización, escuchados los comentarios de los miembros del grupo, analizado el desenlace y ante las consecuencias evidentes de lo sucedido, en un cuarto momento posterior al cierre de la sesión y partida de los integrantes del grupo, el equipo terapéutico trabajará sobre lo sucedido. Es conveniente contar con una supervisión externa del trabajo psicoterapéutico al menos durante el tiempo de la integración de un equipo de terapeutas y hasta que ellos mismos conozcan sus cualidades y puedan hablarlas con libertad y respeto.

El analista, terapeuta de familia como recurso mediador

 La persona del analista como psicoterapeuta y las personas que integran el equipo requieren de una necesaria, sólida y constante formación profesional, de una supervisión responsable de sus decisiones, de sus criterios, del intercambio fructífero con sus colegas, su propio análisis individual y grupal, su producción teórico-clínica, su permanente actualización.

Ser terapeuta implica reunir ciertas cualidades como la capacidad de escucha, amplitud para recibir los problemas de las diversas patologías y/o idiosincrasias. La capacidad empática es esencial y sostener una conexión fluida con las diversas edades, con posibilidades creativas y lúdicas.

El terapeuta de grupo y más específicamente del grupo familiar para desempeñarse como adecuado mediador en tanto hace posible las intervenciones, comprende las situaciones desde cada ángulo y articula las formas de interpretación y/o los señalamientos, tiene que conocer su equipo y cada familia con la que va a trabajar.  Dispondrá del tiempo que precise para conocer a la familia en las entrevistas previas al inicio del trabajo con todo el grupo de familia de modo que al iniciar la tarea analítica cuente con los recursos necesarios para llevar a cabo su tarea con eficiencia.

La persona del terapeuta es un recurso mediador que como tal tiene peso en la evolución del proceso. El adecuado conocimiento teórico, la frecuencia de su práctica clínica y la experiencia en el uso de las técnicas y recursos facilitarán situaciones que posibiliten el encuentro entre la familia desde un mayor entendimiento y en un clima afectivo cálido, no agraviante. Puede haber dolor, puede haber sufrimiento, de hecho, son asistentes cuya característica es su constante presencia en los grupos de familia, pero el terapeuta instalará el respeto y el cuidado como presencia constante también.

La transferencia en los grupos familiares es múltiple e interjuega con la contratransferencia que también es múltiple ya que opera en cada terapeuta para con cada miembro y en el conjunto del grupo. Ambas a su vez intervienen en la intertransferencia que sostienen entre los terapeutas que remite a las vivencias propias de cada uno y en lo íntimo del equipo que asiste a la familia. Las proyecciones se entrecruzan para con uno u otro de los terapeutas, y las interfantasmatizaciones se juegan también en esa área de la realidad fáctica y psíquica.

 

Síntesis de la importancia de la mediación en el quehacer terapéutico en psicoanálisis

 A medida que avanzamos en la práctica y en la reflexión teórica de nuestras propias observaciones clínicas, llegamos a la comprobación que los procesos que se desarrollan a partir de la utilización de recursos mediadores y sus técnicas de aplicación resultan facilitadores para la emergencia de lo acallado, oculto, por contar con otra capacidad de estímulo desde la selectividad perceptual. Esta posibilidad abre interrogantes interesantes para explorar el funcionamiento del psiquismo. La imagen tiene un poder efectivo que va más allá de la palabra, es más arcaica y lleva a áreas previas a la articulación de los fonemas, porque donde la representación de cosa es previa a la representación de palabra.

Es el terreno de los sensoriomotor lo que se estimula por esta vía y por ende conserva la riqueza de los primeros logros y registros del ser humano en su evolución. Hay que apelar a ellos y convocarlos por su riqueza. Son un camino directo a fases del psiquismo inicial.

Desde ese reencuentro con lo primario surge la posibilidad de ir transformando una realidad interna, intermedia y externa, a medida que se asocia, se liga, se transforma, se opera transicionalmente con los contenidos psíquicos en la búsqueda de un objetivo de mejoría y de superar lo traumático por medio de situaciones no traumáticas. Las mediaciones hacen esto posible.


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Revista Internacional de Psicoanálisis de Familia y Pareja

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ISSN 2105-1038