REVIEW N° 28 | YEAR 2023 / 1

Old age. Legacy. Transmission

Old age. Legacy. Transmission.

The lengthening of the human lifespan produces demographic ageing. In correlation, a fall in the value attributed to the elderly, with little space left in working life, in family discourse and in decision making. In work relations, experience is given little consideration, due to technical acceleration and the obsolescence of knowledge. The paradox is that after a lifetime of experience, one finds no application of it in one’s professional field because of the flux of change. Freud introduces the double existence of the subject. A devaluation of the subject’s former role as narrator takes place, and the metapsychology of this instinctual function is alluded to. Silences appear due to a feeling of futility, with depression, loneliness and sometimes apocalyptic thinking. The transmission of cultural legacies becomes difficult, so that economic values appear. In these circumstances, the subject’s oedipal process can be reactivated, making him imagine himself to be the object of death wishes. A clinical vignette is presented which describes a family situation without hospitalisation, and the restorative role that an accompanying person can play, if they are appropriate and instructed with professional guidance.

 Keywords: old age, legacy, transmission, cumulative cultural evolution, acceleration, obsolescence.


Vejez. Transmisión. Legados

Se plantea el desarrollo, de la duración de la vida humana, produciendo envejecimiento demográfico. En correlación, una caída en la valoración de los mayores, con poco lugar en la vida laboral, en el discurso familiar y en las decisiones. En las relaciones laborales la experiencia es poco considerada, a partir de la aceleración técnica y de la obsolescencia de saberes. Una paradoja es tal que después de toda una vida de experiencia, no encuentra aplicación en sus campos por el flujo de cambio. Freud introduce la doble existencia del sujeto. Se produce la devaluación de su antiguo rol de narrador, y se alude a la metapsicología de esta función de carácter pulsional. Aparecen silencios por un sentimiento de futilidad, con depresión, soledad y a veces pensar apocalíptico. La transmisión de legados culturales se dificulta, por lo que aparecen valores económicos. En estas condiciones se puede reactivar su propia trama edípica, en la que se imagina objeto de deseos de muerte. Finalmente, se presenta una viñeta clínica que describe una situación familiar sin internación, y el papel reparador que puede jugar una persona acompañante, adecuada por su carácter, e instruida por la guía profesional.

Palabras claves: vejez, legado, transmisión, evolución cultural acumulativa, aceleración, obsolescencia. 

 


Vieillesse. Héritage. Transmission 

L’allongement de la durée de la vie produit un vieillissement de la population générale. On observe corrélativement une dévalorisation des personnes âgées, qui sont peu présentes dans la vie professionnelle, dans le discours familial et dans les décisions. Dans les relations de travail, leur expérience est peu prise en compte, du fait de l’évolution accélérée des techniques et de l’obsolescence des connaissances. Le paradoxe est qu’en fin de vie professionnelle, cette expérience ne trouve pas à s’appliquer dans le domaine considéré en raison du flot des changements intervenus. Freud a introduit la double existence du sujet. Son rôle ancien de narrateur est dévalorisé et on pense au caractère pulsionnel de cette fonction sur le plan métapsychologique. Chez le professionnel âgé apparaissent des silences, liés à un sentiment d’inutilité, et accompagnés de dépression, de solitude et parfois de pensées apocalyptiques. La transmission des héritages culturels devient difficile, au moment où apparaissent des facteurs économiques. Dans ces conditions, la trame œdipienne du sujet peut se réactiver; elle donne lieu à des fantasmes où il s’imagine être l’objet de vœux de mort. Une vignette clinique décrit une situation familiale sans hospitalisation, et le rôle réparateur que peut jouer un accompagnant, dont le caractère est adapté et qui est lui-même aidé par une guidance professionnelle.

Mots-clés : vieillesse, héritage, transmission, évolution culturelle cumulative, accélération, obsolescence.


ARTICLE

Introducción

“El miedo a la muerte se combate imaginando un futuro, aunque uno no esté. Si no te imaginas nada es porque no te importa si el mundo sigue o revienta, y eso es pensamiento apocalíptico. Por eso dejamos legados, porque sostienen nuestra imaginación”.

En los últimos años las expectativas de duración de la vida humana han aumentado en una extensión sin precedentes, dando lugar a un asombroso fenómeno demográfico que sin embargo tiene corta historia. Durante el siglo XIX, Freud fue contemporáneo de un irrepetible contexto de descubrimientos y asombros, cuando enfermedades que mataban a nuestros abuelos pasaron a la cronicidad o curaron.

Coincidiendo con una disminución de la natalidad, se produjo el envejecimiento social de nuestra época. Con el gran crecimiento cuantitativo de la población mundial, la pirámide poblacional se acható. Tras la crueldad de las guerras del siglo XX, y como una paradoja, Ban Ki Moon vaticinó más de 2 000 millones de adultos mayores para el año 2050 (Bodni, 2010).

Pero ninguna revolución es gratuita. En la Argentina se investigó la imagen de la vejez, a lo largo de casi un siglo, sobre los libros de lectura de la educación básica. Y se demostró que la presencia de personas ancianas en los textos, cuentos y poemas bajó de 66% en 1880, a 0% en 1997 (Oddone, 2005). En otra investigación, realizada en la Alta Gerencia de diversas empresas, se observó que la proximidad de la fecha de jubilación de una persona daba lugar a fenómenos de bulling cualquiera fuera su jerarquía.

El envejecimiento demográfico quedó más allá de la ética social, porque estas personas mayores ocupan lugar, ingresan en el desvalimiento consumiendo recursos que no producen, o son una carga crítica para familias en las que no juegan roles jerarquizados. Cierto es que la tecnología ha creado formas nuevas de producción, expulsando del trabajo a masas humanas que marchan paulatinamente hacia la urbanización forzada y la marginación. Y que la aceleración de los cambios ha llevado a la caída del valor de la experiencia, seleccionando jóvenes audaces que no temen enfrentarse a la robótica o simplemente a lo nuevo.

 La paradoja de la experiencia

Hace más de dos siglos Adam Smith estudió el valor de las cosas, y las dividió en un valor de uso, determinado por la necesidad o el deseo, y un valor de cambio, definido por las horas de trabajo invertidas en su producción.

El adulto mayor muchas veces ya no produce una mercancía ni vende un servicio. Lo único que puede ofrecer, su capacitación, adquiere el máximo valor de cambio en la vejez, porque a esa altura representa toda una vida. Pero al mismo tiempo, con la capacitación devaluada por la técnica, se produce la paradoja de que aquello que representa el máximo valor de cambio se traduce en un mínimo valor de uso.

Destronado el valor de la experiencia, muchas personas mayores fueron condenadas a crisis des- identificatorias tempranas cuando su empuje pulsional a la creatividad y el relato todavía podría ser eficaz. La psicopatología de la soledad y los fenómenos depresivos ocupa no poco lugar en los consultorios actuales, desborda los censos, y cuando el estado se ocupa del problema especula con las proyecciones de muerte para disminuir sus costos. Al tiempo que la medicina avanza en sus desarrollos, se produjo una caída en la valoración de los mayores, que se ha convertido en un tema de preocupación frecuente en la consulta individual y de familia (Bodni, 2012). En 1914 Freud desarrolla la concepción de la existencia doble, en “Introducción del Narcisismo. Una vida para sí y otra para el grupo y su continuidad. La extensa memoria cultural de la especie humana no cabe en el código comportamental, e impone usar un lenguaje para pasar el plus, de los más viejos a los más jóvenes. Nacemos receptores, pero pronto adquirimos los recursos del proceso secundario, y así aprendemos, ensayamos, comentamos y narramos, La función reproductiva pulsa por educar e identificar a los miembros del grupo, y crea las condiciones para la evolución cultural acumulativa.

Poco a poco los humanos nos convertimos en narradores, y en la vejez la narración nos permite integrar la memoria del grupo y sostener una ilusión de perduración en ella. Es una función que se incrementa cuando claudican otras destrezas. En épocas de corta expectativa de vida los narradores eran monumentos vivos idealizados, pero actualmente los abuelos clásicos comenzaron a ocupar demasiado lugar, y la relación entre las generaciones tomó otras formas. Poco a poco la valoración del envejecimiento entró en crisis, aun cuando el empuje pulsional a la creatividad y el relato todavía fuera manifiesto. Y las consecuencias actuales son la futilidad y la soledad.

Como es sabido la conciencia de la finitud primero fue resuelta con la magia y la religión. Pero cuando comenzaron a caer los dioses la ilusión quedó en tierra de nadie, y el eslabonamiento cultural adquirió su mayor valor. Como lo escribiera Freud, en una carta a la princesa Bonaparte: “…sólo puedo aspirar a ocupar un lugar en su amistoso recuerdo…esa es la única forma de inmortalidad que conozco”.

En cuanto a la aceleración de la vida, los cambios exigen un ritmo con respeto a los tiempos biológicos. Porque cuando se inventó el reloj la gente no dejó de mirar el cielo. Pero los actuales flujos de tecnología se han acelerado tanto que comenzamos a padecer también una obsolescencia de saberes aun en una misma generación; con influencia también sobre lo humanístico. Paul Virilio (1993) describió el motor como el objeto esencial del siglo XX y Zigmund Bauman (2000) incorporó la categoría de residuo social, en la que caben los refugiados de la aceleración.

En virtud de la velocidad los conocimientos y las destrezas son superados en un tiempo breve, y los legados cognitivos caen en una decadencia casi tan programada como las modas. Las industrias de fármacos, armas, automóviles, herramientas, y ahora de libros y formación universitaria, tratan de superar sus crisis económicas con la reprogramación de sus mercados. Las organizaciones de salud no tienen claro cómo ayudar a la cantidad de ancianos que no tienen forma de utilizar su sabiduría, ni a quién contar su historia, ni a quien legar sus recuerdos valiosos. La dignidad de la edad se deteriora y el valor de la experiencia caduca, dificultando el entrenamiento de sucesores. La crisis afecta a la escucha, produciendo un estancamiento libidinal en los relatores.

Estos nuevos silencios, llenos de ruido publicitario, enfrían la comunicación Intergeneracional afectando también la circulación entre pares. La imaginación de los terapeutas apunta a encaminar nuevos tratamientos en base a la revitalización y la intersubjetividad, pero siempre queda en deuda el problema de la soledad. Existen estadísticas elocuentes sobre el tema, producto de censos de distintos países. Mientras que el aislamiento social es un indicador medible, la soledad es un indicador subjetivo. En general lo encontramos definido como la falta de apoyo, con dificultades para escucharse. Poco a poco los vínculos se menoscaban por temor a la decepción. No es ocioso señalar aquí los fenómenos sociales de miedo apocalíptico, como los ataques a la memoria colectiva por epidemias.

Algunas ocurrencias conceptuales están apoyadas en notas de Freud sobre la existencia doble, la pulsión de conservación de la especie, la pulsión de comunicar, y las posiciones del semejante. El proceso patológico sugiere una orientación en relación con los fenómenos de estancamiento libidinal, de neurosis actual y de desubjetivación, manifiestos con procedimientos auto – calmantes como la fuga o las obsesiones numéricas. Numerosos conflictos de la vida sexual del adulto mayor pasan por una angustia tóxico pulsional que tiende al autoerotismo.

Salvarezza (2005) hace pocos años reunió con el término de “viejismo” los preconceptos con que se trataban adultos mayores. No podemos ignorar que los psicofármacos solucionaron problemas y que el trabajo de los psicoanalistas se amplió con su prescripción, pero hoy la química intenta copar todas las plazas sustituyendo la relación humana.

 El plasma germinal

Es en 1914, en “Introducción del narcisismo”, cuando Freud hace su primera referencia al plasma germinal, la teoría de August Weismann (1893): «… podría tratarse de una energía psíquica indiferente, que únicamente por el acto de la investidura de objeto se convirtiese en libido… pero … esta división conceptual responde al distingo popular tan corriente entre hambre y amor. En segundo lugar, consideraciones biológicas abogan en su favor. El individuo lleva realmente una existencia doble, en cuanto es fin para sí mismo y eslabón dentro de una cadena de la cual es tributario contra su voluntad o, al menos, sin que medie esta. Él tiene a la sexualidad por uno de sus propósitos, mientras que otra consideración lo muestra como mero apéndice de su ‘plasma germinal’, a cuya disposición pone sus fuerzas a cambio de un premio de placer; es el portador mortal de una sustancia –quizás– inmortal, como un mayorazgo no es sino el derecho habiente temporario de una institución que lo sobrevive» (p. 76).

Respecto de las proposiciones conceptuales de estas citas, Freud toma en realidad tres dimensiones metafóricas: primero, el individuo como fin para sí mismo, segundo, como eslabón generacional en sentido biológico y tercero como transmisor del mayorazgo. Este último como ejemplo del conjunto de categorías culturales, institucionales y patrimoniales que constituyen los legados transmitidos activamente por cada generación.

En cuanto al concepto de existencia implicada para sí, no es otro que el narcisismo, que Freud está introduciendo en su teoría general. Respecto del plasma germinal, hoy sabemos que el biólogo estaba descubriendo el genoma; aunque todavía ignoraba que éste consistía en un código de instrucciones. Así denominó August Weismann a su hallazgo de una sustancia residente en los núcleos celulares, que consideró inmortal, porque se transmite de una a otra generación con la función de transportar los caracteres correspondientes a cada especie viva. La lectura produjo en Freud una fuerte impresión que quedó en evidencia sobre todo en “Más allá del Principio del

Placer” (Freud, 1920)

Resulta difícil explicar por qué López Ballesteros omite la metáfora del mayorazgo en su traducción del texto de Freud. Porque en las herencias los patrimonios perpetuaban el poder con un peso más fácilmente comprensible para los lectores. Esta institución permitía un vínculo indisoluble entre los títulos, las tierras y otros bienes de una familia, de tal modo que en cada generación el conjunto no fuera dividido. Así, un único heredero universal aseguraba la continuidad de las familias.

Hasta la publicación de August Weisman no existía ninguna teoría científica acerca de la transmisión biológica. Este enfoque no situaba al envejecimiento al final de la vida, sino al comienzo de un futuro imaginario. El adulto mayor encuentra apoyo como transmisor del proyecto identificatorio que alguien transmitirá a las generaciones venideras. Sabe que pronto ha de estar ausente del futuro, y quiere sostener alguna fantasía de “engendramiento… de algo que habrá de ocurrir por su intervención anticipatoria.

Cuando Freud explica el mecanismo de la desmentida, abordando el fetichismo, señala una doble función defensiva, como instrumento del completamiento narcisista para negar la castración, y como soporte de una fantasía de inmortalidad. La pretensión omnipotente de transmitirlo todo será patente de una transmisión narcisista; y su meta será entonces perpetuarse a partir de tratar al otro como un doble. Con el doble se despliegan afirmaciones de certeza, y se pretenden saberes absolutos.

Esta forma fue tratada por Piera Aulagnier (1975) que hablaba del “deseo de alienar”. Por el contrario, si el otro recibe el trato de semejante, no permitirá sostener una ilusión de inmortalidad, pero sostendrá la permanencia de muchas identificaciones. No todas, pero las suficientes para el sentimiento de dejar un registro. Al contrario de la omnisciente seguridad del tipo narcisista, este caso tiende a interrogarse, a resignificar su historia desde un balance y a transmitir su experiencia como un conjunto de saberes que los sucesores pueden cuestionar y recrear.

Es probable que estas ideas tornen más complejo el problema del envejecimiento, porque tienden a precisar más su diferencia al compararlo con los otros ciclos de la vida. En la evolución psicosexual, las etapas se desarrollan paso a paso, preparando la gran eclosión adolescente que sigue a la latencia. En la juventud, las relaciones de amor tienden a producir proyectos de futuro compartido, al servicio de la pulsión de vida; el deseo impulsa comportamientos de cortejo que tienden a la selección de pareja. En los amores de otoño se pueden compartir muchas cosas, pero casi nunca los recuerdos familiares ni el patrimonio, que se han construido como identificaciones de transporte generacional, específicas por excelencia para los sucesores elegidos – investidos – por cada uno. Es que se trata de los productos culturales destinados a ser la inscripción del paso de cada uno por la vida, y constituyen una firma que no suele enajenarse ni para vencer la soledad.

En la monografía “La afasia” de 1891, – excluida de las obras completas –, Freud ya presenta algunas claves para el futuro psicoanálisis. La obra tenía referencias acerca de una afasia funcional, centrada en la transmisión. que más adelante llevaría a reemplazar el concepto de “lesión” por el de “conflicto”. Para P. Legendre (1985): «el fondo mismo de la transmisión en la humanidad, puesto en evidencia por las culturas más diversamente estilizadas es el acto de transmitir……una transmisión no se funda en un contenido, sino ante todo en el acto de transmitir» (p. 127). Así como en las primeras etapas de la vida la erogeneidad está esencialmente vinculada a la receptividad y a la construcción del sujeto singular, posteriormente toma el comando la transmisión. Este impulso organiza la erogeneidad en función de investir una escucha, que será más tarde la sucesión del sujeto, y con este proyecto, dentro de la estructura de los ideales, se produce una escisión entre la autoconservación de la vida y la perduración, representada por la supervivencia del grupo. El ser humano mayor es un sujeto histórico para otro, más joven, ante quien juega su ingreso a un registro de perdurabilidad. La cultura que lo sucede distribuye los lugares y las insignias antes de despedirlo. En cada sujeto se representan conjugados espacios intersubjetivos en los que circulan las tradiciones, los ideales, las prohibiciones, los enunciados identificatorios, los proyectos.

Este carácter pulsional de la transmisión generacional ha sido trabajado por Kaës (1995) y Aulagnier (1975) dando lugar a otros aspectos del problema. Los regalos a los sucesores transmiten un proyecto identificatorio que se traduce en la necesidad consciente de investir un sucesor, (un hijo, un discípulo, una institución, un mensajero) con la transmisión de un legado como destino pulsional.

Esta concepción permite explicar muchos comportamientos, inclusive de sacrificio heroico para la supervivencia del grupo. Freud (1920) nunca ocultó su entusiasmo por Darwin y por la hipótesis del plasma germinal. Escribía: «El individuo… es el portador mortal de una sustancia – quizás – inmortal, como un mayorazgo no es sino el derecho habiente temporario de una institución que lo sobrevive» (p. 44).

El ejemplo del mayorazgo remite a la responsabilidad por conservar la cultura además de un cuerpo institucional, lo que constituye una exigencia de trabajo para el psiquismo adulto. El impulso a historiar y encontrar un sucesor se constituye evolutivamente, a partir de una psique que en sus momentos iniciales fue puramente receptividad y aprendizaje. La selección natural darwiniana, como competencia, está comprometida con este potencial de transferir la cultura adquirida a la generación subsiguiente.

El descubrimiento del complejo de Edipo implicó para Freud el problema teórico de su resolución. Para contrarrestar económicamente la intensidad del deseo la fuerza opuesta en conflicto debía ser por lo menos de una potencia equivalente, si no mayor, en un balance energético como el que presenta el complejo de castración. La teoría remite a la brutal amenaza que recae sobre el genital masculino, accesible para un papel simbólico de perfección narcisista. Entonces la resolución del Edipo es por sobre todo una concesión a esta amenaza dirigida al núcleo narcisista de la identidad, una decisión por el “ser” renunciando al “tener”. El fantasma universal de la castración se apoya con magnitud en su valor simbólico, como una posesión cuya pérdida implicaría un cambio insoportable de categoría diferencial ¿pero qué lugar teórico ocupaba una mutilación en la capacidad de procrear?

Freud acepta este simbolismo a partir de una idea de Ferenczi. Admite que el pene debe su investidura narcisista extraordinariamente alta a su significación orgánica para la supervivencia de la especie. Freud señala con énfasis que el ello no puede tener noticia alguna de la muerte; pero debemos agregar que tampoco puede tenerla de una intrascendencia del plasma germinal. Desde la teoría del inconsciente filogenético no hay lugar alguno para registrar regresos de la muerte, pero tampoco retoños de una esterilidad. Habla de esta castración como “fracasos al triunfar” en su análisis de Macbeth y luego de Rosmerholm, la protagonista de Ibsen también sin sucesión.

Así como la herencia humana no puede reducirse al campo biológico, la teoría de la castración tampoco. La réplica humana terminada es culta, y esta cualidad deviene solo tras una transmisión estructurante extensa, también comandada por la energía pulsional. La amenaza de castración se expresa entonces como amenaza de olvido y de intrascendencia generacional, como imposibilidad de transmisión de los emblemas identificatorios (Bodni, 2016).

La estructuración de la subjetividad presenta un doble origen. Nos estamos encontrando con un sujeto que es siempre fin para sí mismo, y además eslabón de una cadena generacional. Se convirtió hace mucho tiempo en derecho habiente de un mayorazgo, real o simbólico, aceptó como padre su función de transmitir los emblemas identificatorios, y cuando hay poco tiempo el deseo de transmitir se convierte en impostergable.

 Contrato narcisista y desidentificación

Piera Aulagnier (1975) designa como contrato narcisista un conjunto de leyes que regulan la trama sociocultural. El conjunto, o alguien que lo pueda representar, ofrece el soporte necesario para que la libido narcisista de un sujeto que se va a despedir nutra la libido narcisista de un sujeto que ingresa. Aunque el emisor todavía existe mientras circula su cultura, el grupo reconoce una transición a cursar. El sujeto ahora sabe que va a desaparecer, pero acepta la finitud porque su voz permanece. «en la catectización del modelo ideal se nota la presencia primitiva de un “deseo de inmortalidad” ante el cual esta catectización se ofrece como sustituto. … El sujeto puede representarse así este tiempo venidero, en el que sabe que ya no tendrá cabida, como continuación de sí mismo y de su obra, gracias a la ilusión de que una nueva voz volverá a dar vida a la mismidad de su propio discurso, que de esta manera podría escapar al irreversible veredicto del tiempo» (ibid.., p. 35).

La libido narcisista del que va a morir comienza a transportarse a sus sustitutos.  Pero si nadie acepta ese rol, la teoría nos remitirá a la toxicidad de una neurosis actual. El destino de estas identificaciones, escuchadas por una persona joven y amiga, apuntarán a recrear en el paciente un rol de narrador. Y esto le permitirá además sostener la función de imaginar algún futuro, imprescindible en cualquier fenómeno transicional. También reaparece el fantasma del parricidio, porque si una vez como hijo fue deseante de una muerte, en la vejez teme a los que desean su silencio. Necesita imaginar un encuentro amigable con las nuevas generaciones que guardarán su memoria.

La trasmisión de legados funciona como una defensa frente a la muerte. Recordemos que Winnicott (1971) desarrolló gran parte de su teoría estudiando como los bebes podía aceptar las demoras o las ausencias de su madre, destacando el papel que jugaban algunos objetos inanimados, con los que el niño establecía una relación especial. Años después tratamos de señalar la importancia de los legados generacionales, en los que se apoya esta función defensiva de la vejez. Al decir de Rousillon (1995), se destaca la necesidad de un supuesto aparato de imaginar. En este sentido Bion (1965) distinguía entre la transmisión de objetos transformables y no transformables, El relato trófico siempre deberá ser un legado transformable. Pero en el acompañamiento de la vejez, creemos necesario distinguir entre la escucha de identificaciones sanas abiertas a la transformación creadora, y otras, de construcción narcisista, de aceptación más difícil.

Otros aportes

El pensar apocalíptico ingresa a las categorías clínicas a través de una ponencia de Mortimer Ostow, Congreso de IPA (1985) que se refería a un “Apocalipsis Nazi” y fue investigado posteriormente como un síntoma compartido por un ataque del Superyó, en masas con un fuerte masoquismo moral, muy   proclives a dejarse guiar por “salvadores”. A diferencia de la vivencia de fin de mundo, ésta es una profecía acerca de un caos por advenir. El Apocalipsis se presenta cómo la caída Imaginaria de toda una cultura, como el resquebrajamiento de un sistema social que ya no podrá replicarse en las generaciones. Sin salvación, puede producirse una entrega de las decisiones a cualquier liderazgo psicótico (Maldavsky, 1991).

Desde que se describió la pandemia, muchos pacientes comenzaron a padecer miedo. Invadidos por lo numérico de las estadísticas. Con la intersubjetividad dificultosa y mediatizada, se hizo consciente un fenómeno ideativo relacionado con la incertidumbre, un preconsciente “agorero”, que presentía una amenaza de corte en la cadena generacional. Con el temor al caos se presentó este fenómeno, de pensar apocalíptico, como la amenaza de un próximo final de la estabilidad que conocían.

En 1970, Richard Dawkins publicó El gen Egoista, proponía que, así como se transmiten los “genes”, la evolución cultural acumulativa se debía a la transmisión de unidades que propuso llamar “memes” por homofonía. Los menes competirían en la lucha por su vida de la misma manera que los genes, buscando un hospedaje exitoso para producir sus réplicas y retransmitirlas. Los ejemplos del autor fueron ideas, melodías, teorías científicas, creencias, modas y, sobre todo, el lenguaje y las destrezas. Todos sus ejemplos obligaban a darle jerarquía a la capacidad de narrar, son los mismos elementos que ilustran la teoría del legado generacional, que aquí se investiga en función del psicoanálisis de adultos mayores.

Esta idea proponía unidades de información cultural, almacenadas en un anfitrión y transmitidas a otro. Los elementos culturales capaces de difundirse lo harían y otros sucumbirían al olvido; decía que al igual que los genes, los memes son sobrevivientes en la lucha por la vida. Podían formar conjuntos de memorias, y al acercarse el final de la vida de su huésped buscaban un receptor – decía un replicador – capaz de escuchar y retransmitir. Sin embargo, la exitosa teoría de Dawkins pasa por alto los innumerables recursos de la economía y de la política para diseñar los memes elegidos.

Una viñeta clínica: Gerónimo

Gerónimo tenía 87 años. Su asistencia comenzó cuando un psiquiatra fue convocado para entrevistarlo en su casa. Una columna descalcificada con una fractura vertebral le producía dolor y grandes dificultades para la marcha. No obstante, rehusaba usar silla de ruedas, y a pesar de la recomendación de salir no lo hacía. Sus familiares decían que había exigido ser llevado siempre por alguno de sus nietos o de sus hijos.

Un día relató un sueño: “Tuve un accidente y no podía reaccionar… y los que estaban ahí pensaban que estaba muerto, pero yo escuchaba …. y no podía hacer nada… a mí me pasaba algo horrible en ese sueño… … después conseguí despertarme, pero salir de eso fue horrible…”. Después de relatarlo dijo: – “a veces pienso que molesto, que ya es hora, …temo que se apuren a declararme muerto antes de tiempo…” Gerónimo recibió al profesional en un pequeño estudio con libros y cantidad de papeles, y comentó entonces que eran clases de muchos años. Era muy respetado, y hasta una edad avanzada había realizado tareas de consulta. Hace poco había pensado donar su extensa biblioteca.

Se realizaron algunas entrevistas vinculares: tres hijos, dos nueras, cuatro nietos… Uno de los hijos pensó en Acompañamiento Terapéutico, y sugirió hablar con la hija de una amiga, estudiante avanzada de Psicología. Para la entrevista fue invitada a compartir un almuerzo, con el abuelo y su familia. El clima de comensalidad fue ideado por el terapeuta, quién tampoco pretendió una formación especial de Acompañante. Gerónimo sería ayudado a vestirse por una antigua empleada de la familia y saldría de paseo, por las tardes, a tomar el té en una confitería cercana a su casa, acompañado por la joven, y a la mesa podría acercarse cualquiera del grupo. Eso les daba la facilidad de un pase, apurado o no, sin desparecer del horizonte como decía el abuelo cuando los dejaba de ver por mucho tiempo.

La joven acompañante recibió algunas consignas simples. Le preguntaría al abuelo por temas de su época, a partir de leer con él el diario del día, y Gerónimo no tardó en convertirse en su relator, lo que ella corroboró diciendo que se había enriquecido mucho. Falleció hace poco, dos años después de comenzar las salidas y hasta el final sus comentarios incluyeron vivencias compartidas en el lugar, como algunos partidos de futbol que vió desde su mesa contagiando entusiasmo a su acompañante, a la que, además, trató de iniciar en el cine clásico.

A partir de esta viñeta clínica, se intentan pues sustentar la hipótesis metapsicológica es que el efecto legatario de una escucha es una defensa eficaz frente a la angustia de muerte. Y que en cambio las descargas pulsionales fallidas inducen silencios tóxicos en quienes envejecen sin ser escuchados, lo que también se produce cuando se los somete a estímulos anodinos, como suele ocurrir en los establecimientos que la familia quería evitar.

Conclusiones

La literatura clínica es clara y abundante en cuanto a la descripción de tipos de vejez. Muchos autores han desarrollado clasificaciones, y han trabajado el duelo por las pérdidas, la declinación de funciones, la pérdida de intereses, las retracciones narcisistas. Desde la interdisciplina se encuentran aportes de la gerontología y de la psicología social, con estadísticas que demuestran la importancia de los problemas planteados.

La propuesta clínica es darle mayor lugar al impulso a la transmisión (Bodni, 1997; Debray, 1998). Y en ese sentido la situación familiar frecuentemente exigirá aguzar la creatividad. Aceptar al sucesor como semejante es un paso decisivo en la ganancia de serenidad que procurará el tratamiento. A cambio de la renuncia a producir un doble, el adulto mayor podrá percibir signos más sanos de su trascendencia en el conjunto de la especie.

Ningún enunciado podrá transportar la totalidad de los emblemas identificatorios. Aceptados los límites de la transmisión, el discurso se presentará en fragmentos que darán cuenta de una selección de lo posible. Pero aun así el conjunto demostrará al viejo que no puede transmitir todo. En este sentido, podemos asistir en tal momento a una reactivación de las fantasías parricidas del propio pasado edípico del anciano, vueltas contra sí mismo, y convertidas en un patético discurso sacrificial. Tenerlo en cuenta ayudará a una elaboración del amor de la familia.

Este abordaje se facilita contando con una teoría de la transmisión cultural que dé cuenta de la función narrativa, y de su frustración, permitiendo un refinamiento de la escucha y un uso más eficaz de los dispositivos psicoanalíticos. Podrá comprender que está dejando sus recuerdos en una memoria amiga. Hablará del sentido de su tiempo, y de no haber vivido en vano. Lo ayudaremos a des- idealizar al sucesor imaginario (Bodni, 2013), hasta que pueda reconocer que hay algo suyo en el gran Otro de las generaciones.


Vejez. Transmisión. Legados
Osvaldo Bodni
https://doi.org/10.69093/AIPCF.2023.28.06


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International Review for  Couple and Family Psychoanalysis

IACFP

ISSN 2105-1038