REVIEW N° 25 | YEAR 2021 / 2

The Filiation chaos: access to parenthood from the therapeutic third

The Filiation chaos: access to parenthood from the therapeutic third

Filiation implies the relationship of three generations with a family position to become a subject notsubjected. It involves a horizontal and transversal crossing of both trans and intergenerational axes through which the transmission circulates. Parental narcissism outlines the filiation link, contract and establishes the first identifying marks. I present a clinical material that questions us about what happens to the subjective identity of someone who does not find a position that subjects him/her, where the parental figures do not weave the support that guides and accompanies him/her, but rather blurred or absent functions both in the physical and in the word. Clinic about the effects of the acted anguish, the cry for the emptiness of identification without subjective recognition and the pain as a reference of real existence. New therapeutic devices. New forms of family.

 

Keywords: filiation, transmission, identifying marks, therapeutic intermediary spaces, repetition of the trauma, new families.


Le chaos filial. L’accès à la parentalité du point de vue d’un tiers thérapeutique

La filiation implique la relation de trois générations avec une position familiale afin de devenir un a-sujet. Elle place dans un entrelacement horizontal et transversal des axes trans et intergénérationnels par lesquels circule la transmission. Le narcissisme parental dessine les contours du contrat de lien filial et établit les premières marques d’identification. Je présente un matériel clinique qui nous interroge sur ce qui se passe avec l’identité subjective de quelqu’un qui ne trouve pas une position qui le soumet, où les figures parentales ne tissent pas le soutien qui guide et accompagne, mais des fonctions floues ou absentes tant dans le physique que dans la parole.

Clinique sur les effets de l’angoisse en action, la revendication du vide identificatoire sans reconnaissance subjective et la douleur comme donnée de l’existence réelle. Nouveaux dispositifs thérapeutiques. Nouvelles formes de famille.

Mots-clés: filiation, transmission, marques d’identification, espaces thérapeutiques intermédiaires, répétition du traumatisme, nouvelles familles.


Caos filiatorio. Acceder a una parentalidad desde la terceridad terapéutica

La filiación implica la relación de tres generaciones con una posición familiar para advenir como sujeto a-sujetado. Emplaza en un entrecruzamiento horizontal y transversal de ambos ejes trans e intergeneracionales por donde circula la transmisión. El narcisismo parental, perfila el contrato vincular filiatorio y establece las primeras marcas identificatorias. Presento un material clínico que nos interpela acerca de lo que sucede con la identidad subjetiva de alguien que no encuentra una posición que lo a-sujete, donde las figuras parentales no tejen el sostén que guíe y acompañe, sino funciones desdibujadas o ausentes tanto en lo físico como en la palabra.

Clínica sobre los efectos de la angustia en acto, el clamor por el vacío identificatorio sin reconocimiento subjetivo y el dolor como dato de existencia real. Nuevos dispositivos terapéuticos. Nuevas formas de familia.

Palabras claves: filiación, transmisión, marcas identificatorias, espacios intermediarios terapéuticos, repetición del traumatismo, nuevas familias.


ARTICLE

En tiempos de la hiper-modernidad (Lipovetsky, 1983) se constituyen nuevas formas de familias cuyos cambios resaltan los individualismos singulares de sus miembros y paralelamente se observan que disminuyen los espacios y la consolidación necesaria para la formación de una familia. En nuestro ejercicio profesional accedemos a ver formaciones, que intentando tomar la figura de familia, dan lugar a parecidos, pero no logran constituirla. Esto nos lleva a pensar nuevamente sobre el proceso de filiación, la formación de vínculos, la permanencia de presencias garantes del sostén no sólo en cuanto a las necesidades materiales sino en el soporte emocional.

Pensemos en conceptos centrales del psicoanálisis, como los de identificación y apuntalamiento para Freud. La identificación es un proceso inconsciente que liga a dos personas. Escribe Laplanche y Pontalis que se trata de un «Proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total o parcialmente, sobre el modelo de éste. La personalidad se constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones» (Laplanche y Pontalis, 1996, p. 184).

Más adelante explica que para Freud más que un mecanismo psíquico es una «operación en virtud de la cual se constituye en sujeto humano… la identificación no es una simple imitación sino una apropiación basada en la presunción de una etiología común» (Laplanche y Pontalis, 1996, p. 185).

Respecto al concepto de apuntalamiento (Anlehgnung), Freud no menciona específicamente este término, sino que se deduce a través de lo que él señala que tanto las pulsiones sexuales como las de autoconservación se apoyan en funciones vitales que le aportan fuente, dirección y objeto, perfilando la elección de objeto amoroso. Esto muestra el proceso de complementariedad entre apuntalador y apuntalado en cuanto a la cualidad de la vida pulsional y la actividad representacional y simbólica. Freud describe el proceso en «Una Teoría Sexual» (1905) (Hallazgo de Objeto y Metamorfosis de la pubertad).

René Kaës (1992) extiende este concepto no solo desde la realidad corporal sino como parte de la realidad cultural y social, pilares que apuntalan el desarrollo y estructuración del psiquismo.

Los puntales son las figuras que – durante el período de crecimiento y desarrollo psicofísico-social del niño – lo sostienen afectivamente con su presencia nutriente, la confianza centrada en la palabra creíble, el afecto que asegura el sentirse aceptado y querido. Sobre esa base el niño puede crear, crecer, transcribir y transformar.  Otros conceptos que son esenciales a este proceso en la modelación del psiquismo es el que detalla Donald Winnicott respecto a las funciones maternas y a la capacidad de mediar en la facilitación para que el niño pueda crear con su imaginación tanto un espacio, como objetos y fenómenos con los cuales transitar etapas y procesos de cambios. El niño se acompaña con ellos, enfrenta sus momentos de soledad, apacigua sus miedos y calma su ansiedad.

Escribe Winnicott «…Los objetos y fenómenos transicionales pertenecen al reino de la ilusión… base de iniciación de la experiencia… posibilitada por la capacidad especial de la madre de adaptarse a las necesidades de su hijo… y forjarse la ilusión de que lo que él cree existe en la realidad. La zona intermedia de experiencia, no discutida respecto de su pertenencia a una realidad interna o exterior (compartida), constituye la mayor parte de la experiencia del bebé y se conserva a lo largo de la vida en las intensas experiencias que corresponden a las artes y la religión, a la vida imaginativa y a la labor científica creadora…» (Winnicott, 1971, p. 32). Piera Aulagnier señala la importancia de la historización en la constitución del yo, ese yo al que especifica las condiciones que requiere para advenir y por el que delinea el proyecto identificatorio donde los organizadores esenciales del espacio familiar que son el discurso y el deseo de la pareja paterna. Escribe P. Aulagnier:

«…el anhelo que se expresa en los enunciados del discurso, mediante los cuales el Yo materno da un sentido a su relación identificatoria y libidinal con el niño, ocupa un lugar determinado» (Aulagnier, 1975, p. 122-123) y es la madre quien desde su lugar y función de portavoz expresa un discurso y a la vez expone un orden con sus límites, sus leyes, posibles significados que modela desde su propia psique.

Lo señalado hasta aquí nos permite avanzar en el tema de los vínculos primarios (Jaroslavsky y Morosini, 2006) entre los sujetos y lo esencial del proceso filiatorio. La filiación implica la relación de por lo menos tres generaciones sucesivas, reconocidas como tales, que definen una posición en el conjunto familiar y hacen posible el advenir como sujeto a-sujetado, emplazando a cada miembro en un entrecruzamiento de los ejes trans e intergeneracionales, por donde circula la transmisión.

Ser el eslabón de una cadena -como señala Freud al escribir: «…El individuo vive realmente una doble existencia, como fin en sí mismo y como eslabón de un encadenamiento al cual sirve independientemente de su voluntad, si no contra ella…» (Freud, 1914, p. 1099), lo posiciona como parte de una familia, en donde circula por el vínculo filiatorio el narcisismo parental en el que las partes basan el contrato narcisista y las primeras y esenciales marcas identificatorias.

Kaës, en su libro Un singular plural, luego de un largo desarrollo para explicar el proceso de subjetivación y las condiciones inherentes a la intersubjetividad, escribe el siguiente concepto: «He dado el nombre de “intersubjetividad” a la estructura dinámica del espacio psíquico entre dos o varios sujetos. Este espacio común, conjunto, compartido y diferenciado comprende procesos, formaciones y una experiencia específicos, a través de los cuales cada sujeto se constituye, en una parte que concierne a su propio inconsciente. En este espacio, en ciertas condiciones – principalmente la del desprendimiento de las alianzas que lo mantienen sujetado a los efectos del inconsciente, pero también que lo estructuran –, un proceso de subjetivación hace posible devenir Yo, un Yo que piensa su lugar de sujeto en el seno de un Nosotros…» (Kaës, 2007, p. 281).

Pero podemos preguntarnos qué sucede en la constitución psíquica de la posición subjetiva cuando las condiciones de crianza, de presencia, de palabra, son otras; cuando el contrato narcisista adolece de fisuras que entorpecen el trazado de una historia libidinal, con pobreza y vacíos en las identificaciones. Veremos cómo – acompañado por una buena dotación de inteligencia – el Yo puede ir en busca de una solidez que añora, aunque en parte la desconoce y recordando a Proust en la Recherche du temps perdu se inicia – como en la viñeta clínica que voy a presentar – una búsqueda que es más la necesidad de un reencuentro consigo misma, a partir de ciertos registros retenidos en su memoria y su consciencia.

Presento a continuación un breve material clínico que nos lleva a preguntarnos acerca de: ¿qué sucede con la identidad subjetiva de alguien que no encuentra una posición que lo a-sujete?; donde la parentalidad no es sostenida desde una elección responsable, tomando decisiones en soledad para llevar adelante proyectos singulares que no incluyen, pero sí afectan a los otros, donde la figura de padre es ausencia, vacío, inexistencia, negatividad.

Viñeta clínica

Recibí una llamada telefónica de una adolescente que me solicitaba tener encuentros terapéuticos vía Skype. Parecía una jovencita temerosa que buscaba controlar así cierta distancia protectora. Su cautela me advirtió – como si fuera un mensaje –, que debía sostener esa distancia para que ella adquiera calma y logre cierta confianza. Intuí situaciones intrusivas donde sus deseos y necesidades no habrían sido considerados.

Por su acento era extranjera y en un principio no aceptó concurrir al consultorio. Acepté su propuesta para comenzar a entender. En esos encuentros surgieron datos. Me dijo que era la hija única de una madre que no residía en este país del que se fue hace muchos años. Su madre la gestó por decisión unilateral, no compartida con su pareja. Esa pareja era otra mujer profesional como ella, ambas destacadas en el campo de las ciencias exactas.

Su padre, fue un donante voluntario de esperma, quien no ejerció la función paterna ni le dio su apellido y a quien la adolescente (a quien llamaremos Natalie) conoció en un único encuentro, organizado a pedido de ella y concretado antes de viajar a la Argentina. Natalie logró conocer a su genitor debido a su tenaz insistencia ante la madre.

Este donante era un colega de su madre, el cual accedió en donar su material biológico por haber sido ayudado por ella en una investigación de su área profesional. Ambos intercambiaron favores como una transacción planificada al igual que otros experimentos de laboratorio. La decisión de acceder por esta forma al posible embarazo fue de la madre y ella eligió este dador por razones de confianza, por su inteligencia y aparente buena salud.

Si bien hay escena primaria, está desprovista de vínculo amoroso. Para el hombre es un intercambio de favores, un trámite por otro, pago de deuda. La responsabilidad en la posible gestación de una vida y la prosecución de un linaje, no están en el campo de consciencia.

La madre busca un reproductor con quien completar un requisito faltante en su vida. No se trata de un deseo de hijo ni de maternidad. Es su narcisismo que la lleva unilateralmente a buscar este objetivo. En estos actos hay presencia de la negatividad y un trabajo del negativo. El padre está en condición de ausencia signada desde la decisión primera y la pro – creación se actúa como una desmentida.

 Breves datos de la historia de la madre de Natalie

La madre (Rose) emigró de la Argentina con el propósito de cursar la universidad en el extranjero. Dejó aquí a su propia madre, profesional del ámbito psi, separada de su padre hacía tiempo. Rose se formó científicamente en el extranjero destacándose en su área. Nunca regresó a la Argentina.  

Una pregunta inicial que me formulé fue ¿por qué Natalie me contactó? Me dijo que su situación era insoportable. Decide venir a Bs As. y su madre lo aceptó, aunque estaba en pleno curso escolar. Aceptó también que conozca al genitor ante la insistente demanda de Natalie y al momento de partir le entregó algunos datos con los que podría contactarse conmigo, ya que fui su terapeuta cuando ella tenía la edad de Natalie.  

Ante esa información y su apellido recordé nuestro tiempo de trabajo en un vínculo terapéutico que fue bueno, pero en el que Rose buscaba ocultar su inclinación hacia una identidad de género distinta. Se forzaba por no reconocerlo, generando una zona oscura de silencio. Ella misma no aceptaba esta realidad y ese fue uno de los motivos por los que decidió partir.

Natalie me relata sus repetitivas crisis emocionales ante las que no encontraba respuestas contenedoras ni satisfactorias de su madre, por lo que decidió dejar de vivir con ella y la pareja de esta, con quien casi no cruzaba palabras por la ignorancia de esta adulta para con Natalie. Esta mujer no cumplía ningún rol, no había vínculo, ni trato y así fue desde que ella nació. No la reconocía como fruto de la pareja, ya que ella no aceptó la decisión de la madre de la que tampoco fue informada con antelación.

Natalie estaba llena de preguntas y el silencio era su única respuesta. Así decidió irse. Fue un intento de búsqueda de solución. Viajó sola y por primera vez a Bs As para reencontrarse con su abuela, que es la única persona a quien reconoce como familia y en ese tiempo me buscó. La abuela me conocía ya que fue ella – quien a través de otra colega psicoanalista – me trajo a su hija adolescente a la consulta.  La presencia concreta y afectuosa de esta abuela inauguró la palabra y el sentido de familia a quien se aferró y en quien encontraría las respuestas que buscaba. No obstante, le señalé a Natalie que la madre había tenido un acto amoroso al darle una señal de ayuda posible, con una buena transferencia hacia quien fuera su terapeuta en su propia adolescencia. Abrió una confiablidad posible y me planteé hasta qué punto Natalie pudo proyectar en mí esa misma mirada.

Durante el primer tiempo del trabajo terapéutico me encontré con una jovencita enojada, que hacía reclamos, que se ahogaba en su propia angustia, siendo esa su forma de pedir ayuda. Me llevó un tiempo sugerirle trabajar presencialmente. Finalmente aceptó y pudimos encontrarnos cara a cara en el consultorio.

Natalie era linda pero su gestualidad de ceño fruncido, con brazos heridos por cortaduras nlas que gradualmente supe que eran auto infligidas, las que le habían dejado marcas queloideas en la piel y reacciones alérgicas autoprovocadas también. Ella ocultaba sus marcas como si tuviera cierto pudor por su sufrimiento y cuando se le veían y ante mis preguntas, pudo hablar de su necesidad imperiosa de sentir dolor.  

Me preguntaba – desde su angustia –, quién era ella, ya que se sentía como una hija planificada para cubrir un ítem faltante de la madre; ítem (esa fue su palabra), no deseo; con un padre que no lo era. Natalie afirma que quiso conocerlo por curiosidad y para que él tuviera ese registro, pero que el encuentro sucedió con la indiferencia de un trámite. Con sus propias palabras dijo “yo no soy una hija, soy un engendro y como tal no quiero vivir”.  

Contra- transferencialmente siento su angustia, temo no poder rescatarla de esta historia, temo que, durante un pico crítico de su angustia de no asignación, sus actos la lleven a claudicar y escucho que para ella el darse la muerte es lo único que la posicionaría al invalidar la decisión de la madre, ella dice que quiere “quitarle la hija a la madre, porque ella no debió nacer”.

Natalie clamaba en su vacío identificatorio, por la falta de una familia que la haga sentir eslabón de pertenencia, carente de resonancia grupal y social, se autogeneraba marcas para sentirse viva y se provocaba dolor para saber que existía realmente. Yo sentía su dolor y temía por su vida, pero mis interrogantes me alumbraban, ¿por qué no tomó su decisión de auto eliminarse estando frente a su madre?, ¿por qué no castigarla deshaciendo lo que la madre hizo? ¿Acaso esas marcas en su cuerpo no le daban consciencia de existencia real?, ¿a la vez que se autocastigaba por existir, no castigaba también al objeto hija de la madre con la fantasía de castigar la inadecuada maternidad de su madre?

La madre veía estas marcas y no decía nada, pero tampoco la retuvo cuando decidió partir.

Natalie vino a buscar ayuda en la figura maternal y amorosa de su abuela y en la misma terapeuta de su madre adolescente, como si retomara el hilo de la vida de la madre en un momento evolutivo semejante. Estas decisiones me mostraban que aún confiaba en una red de contención posible y si bien enunciaba su deseo de aniquilación, sostenía un tiempo de espera, en suspenso.

Es la terceridad del terapeuta quien puede ayudarla a hacer ligadura y sentía contratransferencialmente la urgencia de los tiempos de vida, en la constitución de su psiquismo.

Me conecté con la madre por video y la noté interesada en saber de su hija, confiando en la ayuda que ella no pudo darle. Pero Rose analizaba datos, excluyendo el afecto. Ese afecto, que en un tiempo anterior intentó aparecer y al que sintió como gran amenaza, por lo que lo expatrió de su panorama. Rose era una mujer que se había puesto afuera de muchos lugares.

 Lectura clínica y abordaje terapéutico

Este proceso fue lento, requirió constancia y presencia, para co-crear en un campo transicional una identidad subjetiva creíble y querible. Con una madre lejana y distante que defendía su distancia, esperando que alguien le diera contención a su hija. Este era un gesto de afecto aún en su imposibilidad de una demostración más inequívoca.

La madre también negaba parte de su propia realidad, de sus propias elecciones. Se había ido a vivir a otra parte, a iniciar una identidad distinta, buscó alejarse de la mirada de su propia madre, renegó de aspectos constitutivos de sí misma, construyó una relación de pares que no funcionaba como tal. Decidió atravesar la experiencia de la maternidad, pero el ejercicio era defectuoso, carente de palabras y contactos. Cuando su hija la confronta con sus propias falencias y le informa su necesidad de irse, no la detiene y en este acto contribuye a aceptar la contrapartida de lo hecho por ella misma en tiempos de su propia adolescencia. Será su hija quien regresará a la figura de la abuela, a reencontrar una posible familia y la delega a quien fuera su propia terapeuta recordando quizás el haberse sentido cuidada.

Poder trabajar con la delegación confiada de la madre ayudó a que Natalie hallara vestigios del amor materno no conocido. Acerca de mi lugar desde esa terceridad terapéutica, Natalie buscaba respuestas sobre los puntos oscuros de su origen. Y la madre la había direccionado hacia mí. Este era un acto posible de legado y de ligamen entre las tres generaciones. Había allí y entonces una posibilidad de reencuentro con un acto filiatorio. Este punto era esencial para trabajarlo y en lo posible rescatarlo. Salir de la no asignación a encontrar un lugar para ella en donde podía crecer y ser.

Natalie traía con ella sus agujeros negros, vacíos, enigmáticos, temibles, y había que trabajar con la dificultad de quedar ambas atrapadas en sus remolinos insondables y aniquilantes.

Experimenté mucho temor por ella, la pensaba aún fuera de sesión. Yo había trabajado por años en el Centro de Asistencia al Suicida, con los suicidios cometidos y no exitosos, atendiendo a los internados por las secuelas y muchas veces acompañándolos a morir. Estaba entrenada, sentía su dolor y aún podíamos estar a tiempo de rescatarla.

Para lograr ese propósito teníamos que afianzar la red de contención familiar de Natalie y para eso teníamos que re-visitar tramos de la historia de su familia, a través de los relatos de la abuela que diera vida a la madre de Natalie en sus etapas de niña y adolescente, al vínculo filial entre ellas, al sentido de las búsquedas de Rose, a la importancia de querer tener una hija contra viento y marea. Le propuse a Natalie hacer este trabajo y ella aceptó y enseguida la abuela accedió a nuestro pedido. Así iniciamos las sesiones vinculares donde ellas reconstruían historia de familia acompañadas por fotos que traía la abuela. Yo desde mi lugar del tercero terapéutico estaba presente para convocar, aportar un espacio propicio, señalar para reforzar lo positivo asentando los vínculos.

Recurrir y contar con la presencia y la disposición de la abuela ayudó a tejer la trama necesaria. La abuela era afectuosa, había viajado varias veces para estar con ella y con la hija y como fruto de esos tiempos había un vínculo contenedor y confiable entre ambas.

La abuela fue deshilvanando una historia, le resultaba difícil comprender las decisiones de su hija, irse, no regresar, elegir esta forma de vida, sostener un trato formal y distante por lo que la abuela como madre sentía aún ese dolor. Ella afirmaba que habría aceptado las elecciones diferentes de su hija, lo que no comprendía era que la propia hija no aceptaba ciertas partes de ella misma y precisó el corte del viaje.

La abuela en sesiones vinculares pudo darle figurabilidad a la madre en su infancia y adolescencia, ante los ojos y la imaginación de Natalie. Aparecieron aspectos que humanizaron a Rose acerca de su propio temor ante su madre por su elección sexual diferente a la esperada, sobre sus juicios de valor posiblemente reprobatorios, por posicionarla desde su comprensión psi en una enferma y/o tal vez lo que ella misma aún no tenía claro y precisaba alejarse para saber.

La distancia emergió como una solución y liberación. La distancia le permitió poder vivir como eligió hacerlo. Natalie había hecho lo mismo. Ante el límite decidió partir y a la vez regresar al mundo de la madre antes de estas decisiones.  Parte de mi función terapéutica era facilitar la ligazón y el hecho de que ambas plantearan sus dudas, sus temores, sus angustias respectivas, las ayudaba no solo a conocerse sino a aceptarse y a aceptar a una madre que, aunque ausente en el plano físico, estaba muy presente en el psíquico y en la necesidad de ambas de reposicionarla aún con las dificultades de Rose desde sus propias inseguridades. Rose fue notificada de este trabajo en terapia vincular que era a la vez familiar ya que aún en su ausencia y por tanto no estaban las tres generaciones presentes, se la incluía constantemente en el relato. Un artilugio que utilizamos a mi propuesta y considero que resultó efectivo fue darle más presencia a Rose a través de un dibujo que hizo Natalie de su madre y que habiéndolo dejado en el consultorio, optamos por sentarlo en una silla en las sesiones vinculares. En varias oportunidades tanto la abuela como la nieta le hablaron a Rose dirigiéndose al dibujo. La yo-auxiliar (terapeuta del equipo) incorporada para ese tiempo de trabajo psicodramático cubría ese rol en las representaciones. Estas representaciones psicodramáticas aportaron cuerpo, palabras, generaron sentimientos, hicieron lugar a escenas no vividas pero representadas en el “como si” del contexto y también permitieron re-visitar escenas dolorosas para comprenderlas y acomodarlas para su transformación interna.  A medida que Natalie estaba más suelta y sin tanto enojo, ya no atentaba contra sí misma, podía dialogar telefónicamente con su madre y emergían muestras de intenso afecto para con la abuela, empezó a mostrar otros intereses que fueron adquiriendo cierta intensidad. Ella era talentosa e inquieta.

Natalie empezó a leer diversos autores, a traer comentarios de los textos y a escribir. Traía a las sesiones frases, después canciones y poemas de su autoría que primero escribió en español y más adelante en su idioma natal. Esta fue una manifestación interesante que pudo interpretarse como síntoma de sus cambios, ya que, en un principio del trabajo terapéutico, Natalie a pesar de no hablar fluidamente el español se negaba a hablar su idioma nativo, pero al pensar que el español era la lengua de su madre y que era la lengua que hablaba con ella y de quien lo había aprendido, quedaba más claro que el rechazo de Natalie no era al origen de la madre sino a las decisiones posteriores unilaterales que esta había tomado. Esa era la línea que atravesaba sus enojos.

Cuando avanzamos en los trabajos de ligadura afectiva, recreando historia de familia con su abuela y perfilando una comprensión de las angustias de su propia madre ante una elección de construcción subjetiva de una diferencia en su psico – sexualidad, Natalie pudo retomar el escribir en su lengua nativa cantando su dolor por una identidad fallida, por recorrer el camino inverso de una desmentida, por gritar cual si fuera una sobreviviente.

Natalie buscó referentes en escritores, en la abuela y en mí para que al convalidarla le permitieran creer y creerse, como un volver a nacer. Fue una estrategia inteligente en la que ella encontró un sostén valioso y nutriente. Con sus escritos y cantos encontró partes de su identidad y creatividad y eso era lo que valoraba su madre y reconocía en ello una marca biológica identitaria. En las capacidades parecía que encontraban el “fil rouge” que las conectaba.

Los espacios intermediarios terapéuticos abrieron para ella un lugar para su capacidad creadora – empezó a esculpir figuras con alambres –, figuras entre terroríficas y amorosas. Desde el dolor, la desesperación y los auto-ataques, que eran su modo de reclamar por una identidad sin lugar benévolo de emplazamiento, surgieron sus canciones, poemas y esculturas donde las palabras significaban una realidad que la inscribía. Avanzó desde una nostalgia por lo que no fue, a entretejer una urdimbre posible para ser.

Hoy Natalie es escritora.


Bibliografía

Aulagnier, P. (1975). La violencia de la interpretación. Buenos Aires: Amorrortu, 1977.

Freud, S. (1905). Una Teoría Sexual. In Obras Completas, vol. I. (pp. 821-824). Madrid: Biblioteca Nueva, 1948.

Freud, S. (1914). Introducción al narcisismo. In Obras Completas, vol. I., (pp. 1099). Madrid: Biblioteca Nueva, 1948.

Jaroslavsky, E. y Morosini, I. (2012). El vínculo en Psicoanálisis. Revista Psicoanálisis & Intersubjetividad, 6. https://www.intersubjetividad.com.ar/elvinculo-en-psicoanalisis/

Kaës, R. (1992). Apuntalamiento múltiple y estructuración del psiquismo. Revista de psicología y psicoterapia de grupo, XV, 2, 15-36.

Kaës, R. (2007). Un singular plural. Buenos Aires: Amorrortu, 2010.

Laplanche, J. y Pontalis, J.-B. (1967). Diccionario de Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 1996.

Lipovetsky, G. (1983). La era del vacío. Barcelona: Anagrama, 2006.

Winnicott, D.W. (1971). Realidad y Juego. Buenos Aires: Gedisa, 1972.

International Review for  Couple and Family Psychoanalysis

IACFP

ISSN 2105-1038