REVUE N° 16 | ANNE 2017 / 1

Crise dans la famille, crise dans le couple

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Crise dans la famille, crise dans le couple

 

Les processus vitales évolutifs des individus, les couples et les familles, peuvent être considérés comme une succession de crises avec le besoin d’élaborer des deuils, mais certains moments de la vie familiale qui impliquent des sérieuses menaces à l’équilibre du conjoint constituent les crises, dans le sens clinique.  

Les crises mettent à l’épreuve la santé et la maturité du groupe, mais aussi elles sont une opportunité de changement (exprimé dans l’idéogramme chinois wei-ji). Elles impliquent un processus de deuil intrapsychique de chacun des membres de la famille, mais aussi interpsychique, un deuil intra et intersubjectif. On commente deux situations de crises de couple (et de famille) la crise de tomber amoureux et de désillusion amoureuse et la crise relative au divorce, dans lesquelles un processus de transformation du lien s’impose. On commente les possibles changements dans les familles actuelles, peut-être rattachés avec une possible augmentation des narcissismes. On remarque les modes d’intervention dans les crises et la convenance des ressources de la cothérapie et du champ élargi avec l’équipe de travail.

 

Mots-clés: crise, crise de famille, crise de couple, deuil intersubjectif, cothérapie, champ élargi.


Family crisis, couple crisis

 

The vital evolutionary processes of individuals, couples and families can be seen as a succession of crisis with the necessity of working through mournings, but certain moments of family life that imply serious menaces to the conjoint harmony, constitute the crisis, in the clinical sense.  The crisis put in proof the health and the maturity of thr group, but they are also an opportunity of change (expressed by the Chinese ideogram wei-ji). They imply a process of intrapsychic mourning of each one of the members of the family, but also intertpsychic, an intra and intersubjective mourning.

We comment two situations of couple’s crisis (and family’s), the crisis of falling in love – love dis-illusion and the crisis related to divorce, in which a process of a link transformation is necessary. We comment possible changes in contemporary families maybe related with a phenomenon of increasing narcissisms. We point out the modalities of intervention in the crisis and the advantages of the use of the resources of the co-therapy and of the enlarged field with the work team.

Keywords: crisis, family crisis, couple crisis, intersubjective mourning, co-therapy, enlarged field.


Crisis en la familia, crisis en la pareja

Los procesos vitales evolutivos de los individuos, las parejas y las familias, pueden ser vistos como una sucesión de crisis con la necesidad de elaborar duelos, pero ciertos momentos de la vida familiar que implican  serias amenazas al equilibrio del conjunto, constituyen las crisis, en el sentido clínico.  Las crisis ponen a prueba la salud y la madurez del grupo, pero también son una oportunidad de cambio (expresado en el ideograma chino wei-ji). Implican un proceso de duelo intrapsíquico de cada uno de los miembros de la familia, pero también interpsíquico, un duelo intra e intersubjetivo.

Se comentan dos situaciones de crisis de pareja (y de familia) la crisis del enamoramientodesenamoramiento y la crisis relacionada con el divorcio, en las que se impone un proceso de transformación vincular. Se comentan posibles cambios en las familias actuales quizás relacionados con un incremento de los narcisismos. Se señalan los modos de intervención en las crisis, y la conveniencia de los recursos de la coterapia y del campo ampliado con el equipo de trabajo.

Palabras clave: crisis, crisis familiar, crisis de pareja, duelo intersubjetivo, coterapia, campo ampliado.


ARTICLE

Introducción

La palabra crisis proviene del latín crisis, y ésta a su vez del griego krisis, decisión. Krino es yo decido, juzgo (Corominas, 1973). En el siglo XVIII se comenzó a usar para referirse a la evolución de las enfermedades infecciosas (en la era pre-antibiótica), un momento en que se producía la mejoría o bien un agravamiento, que podía llegar incluso a la muerte. Asimismo se fue aplicando a situaciones que implican un cambio más o menos brusco y de salida incierta. Así se habla de crisis vitales, vocacionales, religiosas, políticas, económicas, sociales, crisis de gobierno, etcétera. Y también de crisis familiares y de pareja.

Emergencias y/o crisis

Desearíamos, en primer término, distinguir las emergencias de las crisis. En los casos de emergencia “puros”, la familia o la pareja podrán superar la situación apelando a sus recursos, dentro de su particular modalidad de funcionamiento. En estos casos, cuando es requerida nuestra intervención, ésta suele ser breve, y consistirá sobre todo en acompañar a la familia y ayudarla a resolver problemas puntuales utilizando sus propios recursos. Claro que las emergencias pueden ser – y lo son frecuentemente – desencadenantes de crisis, y entonces surgirá la necesidad de encarar la crisis que aparece.  

Crisis familiar

Si bien, en un sentido estricto, los procesos vitales evolutivos de los individuos, las parejas y las familias, pueden ser vistos como una sucesión de crisis[1] y la consiguiente necesidad, casi permanente, de elaborar duelos, ciertos momentos de la vida familiar implican más o menos serias amenazas al equilibrio de la familia o de la pareja. En estos casos, se habla de crisis, en el sentido clínico.  

Las crisi aparecen imprevistamente y en la masividad de lo único. Pero, producida la irrupción, la crisis comienza a perfilarse en una historia pasada y los recuerdos reaparecen revelando sus causas e incluso sus soluciones (Kaës, 1979). Kaës añade que las crisis evocan también la presencia de la muerte.

Se dice clásicamente que las crisis pueden ser desencadenadas por situaciones interiores o exteriores al medio familiar. En el primer caso, coinciden generalmente con momentos de la vida familiar ligados con las fases críticas de su ciclo histórico: crecimiento y desprendimiento de los hijos, adolescencia, madurez sexual, embarazo, la llamada “edad media de la vida”, el envejecimiento, y otras. Claro que las causas de estas crisis no son nunca solo “internas” pues en cada caso, en cada familia, influyen causas “externas” a los individuos, pero también internas a la dinámica y a la historia familiares, a lo que hay que añadir factores sociales, en relación con acontecimientos negativos causantes de heridas al narcisismo familiar, como en el caso de pérdidas económicas, de trabajo, de status social, separación conyugal, etcétera. También en otros casos, por la herida narcisista causada por alguien que, dentro de la familia, declina alguna función muy valorada para el mito familiar, como podría ser el caso de un hijo que comienza a tener conductas (sociales, sexuales, laborales, vocacionales, etc.) que no están de acuerdo con las expectativas familiares. O también de uno o ambos integrantes de la pareja parental… Es decir hay siempre una configuración de factores, en el sentido de Bateson.

Otras crisis se relacionan con acontecimientos no esperados o accidentales, tales como las enfermedades orgánicas (las que a veces también aparecen como “solución” a los problemas familiares) y las muertes: la muerte de la generación anterior, o la muerte de alguno de los integrantes de la familia nuclear. La pérdida de un ser querido, implica no sólo la pérdida de algo exterior: se pierde al otro externo, pero también se pierde una parte del sujeto singular: de lo depositado en el otro. Pichon-Rivière lo expresa en su teoría de las 3 DDD, a la que nos referimos más adelante, y del vinculo interno con el otro.  

En otros casos, las causas son más sutiles y difíciles de detectar y no tienen que ver aparentemente – con los cambios debidos al pasaje del tiempo.  

En realidad, podríamos decir que cuando una familia o pareja nos consulta, es porque de un modo más o menos visible, está atravesando una situación de crisis, situación que pone a prueba la salud y la madurez del grupo y su modo de funcionamiento, que hasta entonces había resultado más o menos adecuado a las circunstancias. Así, cada vez que recibimos una pareja o una familia, nos preguntamos: ¿cuál es la crisis que no están pudiendo superar?

Hay momentos de crisis de gran significación en la vida de la familia y de cada uno de sus integrantes, como muertes, enfermedades graves, agudas o crónicas (invalidantes), accidentes importantes, derrumbes económicos, separaciones más o menos violentas, etcétera, crisis que implican un hito importante en la vida familiar o de pareja. Estos son los momentos en los que pueden aparecer, como intento de solución, agresiones intrafamiliares, conflictos aparentemente insolubles (con motivaciones manifiestas diversas, a veces banales), divisiones “irreconciliables” en el seno de la familia, actings (como habíamos dicho) y/o la enfermedad – física o mental – en alguno de sus miembros. Ya Freud había señalado que todo síntoma es resultado de un proceso tentativo de curación.

En toda crisis será indispensable entonces la elaboración de duelos para poder poner en marcha el proceso de cambio, crecimiento y adquisición de nuevos logros por parte de todo el grupo familiar y de cada uno de sus integrantes. El carácter de “arma de doble filo” de toda crisis, y la relación entre ésta y el cambio ha sido bien comprendido por la cultura china: el ideograma chino correspondiente a crisis (wei-ji) está a su vez formado por otros dos, que significan respectivamente peligro y oportunidad (Capra, 1982). Toda crisis, en efecto, trae consigo un peligro de sufrimiento, desestructuración, regresión, aparición de enfermedad física o mental o de muchas veces graves acting-outs. Pero también porta consigo la posibilidad de cambio, de evolución.

Por lo tanto, las crisis pueden ser también (cuando son adecuadamente superadas) momentos de crecimiento de todos los miembros de la familia (lo que está expresado en el ideograma chino).

Es importante señalar que los cambios en la vida familiar relacionados con las crisis implican que se producirán cambios en las modalidades de los vínculos intersubjetivos entre todos los miembros de la familia. Se deberán tener en cuenta entonces en cada caso, los cambios en la familia como grupo y los cambios en las modalidades vinculares intrafamiliares. Por lo tanto, los cambios en la representación que cada uno de los miembros de la familia tiene de los demás, es decir, en los respectivos grupos familiares internos (Pichon-Rivière, 1971).

El cambio implica algo nuevo y diferente. En este sentido, Racamier (1995) ve al duelo, inevitable en las crisis, también como un descubrimiento. No hay – dice Racamier – un descubrimiento que no sea un duelo, ni un duelo que no sea un descubrimiento. Descubrimiento y duelo, para cada uno de los sujetos del vínculo, del otro (o de los otros), y de sí mismo.

Las crisis y los duelos: dos ejemplos

Sabemos que Freud ha descripto de modo insuperable el aspecto intrapsíquico del duelo y su elaboración. Pero sabemos asimismo que el aparato psíquico no es solamente el del individuo: es también el de la familia, lo que Kaës (1976) y Ruffiot (1981) han conceptualizado respectivamente como aparato psíquico grupal y aparato psíquico familiar. Las crisis, con el consiguiente proceso de duelo, nos muestran que este duelo no puede ser comprendido sólo como un proceso intrapsíquico. En la medida en que, frente a las pérdidas familiares, compromete a toda la familia, será un proceso de duelo intrapsíquico de cada uno de los miembros de la familia, pero también interpsíquico: es un duelo intra e intersubjetivo.

Esto se hace más evidente en los casos en que no está presente lo que Freud ha llamado la prueba de realidad (como seria la del cuerpo muerto). Así sucede en el caso particular de dos situaciones de crisis de pareja (y de familia) en las que esta prueba de realidad falta, lo que implica la necesidad de una particular elaboración – en estos casos – de los duelos. El primer caso es el de la crisis del enamoramiento-desenamoramiento, entendiendo por tal la que sucede a la des-ilusión que sigue a la ilusión del enamoramiento, o de otra forma de colusión de la pareja. Es decir, el proceso por el cual cada uno de los integrantes de la pareja debe renunciar a la apropiación “total” del otro y simultáneamente a su extrema idealización. El segundo caso es la crisis relacionada con el divorcio (Losso y Packciarz de Losso, 2004; 2006; 2010).

En ambos casos no existe una pérdida “objetiva” de un otro, sino un sentido no bien definido de pérdida relativa a las modalidades del vínculo. A diferencia del caso de muerte del otro, ese otro permanece vivo, está ahí, con todo lo que ello implica.

En estos casos se puede poner en evidencia, entre otras, la dificultad para poder discriminar los aspectos fusionales depositados en ese otro. Pichon-Rivière (1971) se refería a este proceso con su teoría de las tres DDD: el depositario, el depositante y lo depositado. Puede ser muy difícil en muchos casos la tarea de retirar lo depositado en el depositario. En el caso de la crisis de enamoramiento-desenamoramiento, el otro no sólo no está muerto, sino que es aun fuente de importantes satisfacciones: es un reaseguro narcisístico y afectivo, al mismo tiempo que es frustrante en el sentido que no se acomoda al Ideal. El doloroso proceso del duelo del “otro ideal” debe necesariamente ser compartido, y por lo tanto se tratará de un proceso  eminentemente intersubjetivo, que implica la necesidad de una transformación del modelo vincular, desde un vínculo predominantemente narcisístico a uno objetal o intersubjetivo. Proceso que hemos denominado de transformación vincular, en el que, al estar comprometidos dos o más sujetos, cada uno condiciona parcialmente la posibilidad o no del otro de realizar este proceso.

En el divorcio, como en el caso anterior, tampoco hay una pérdida “objetiva” de un objeto, sino sensaciones de pérdida relacionadas con modalidades anteriores del vínculo, y con la pérdida de cierta seguridad grupal, de la organización familiar, de la familia del ex cónyuge, de amigos, a veces temor a pérdida de los hijos, etcétera. Y el ex partenaire permanece vivo, con todo lo que ello implica (fantasías, conscientes e inconscientes, de re-unión, de venganza, y ataques diversos, problemas de posesividad, etcétera). A esto se agrega que la disolución de la pareja puede hacer surgir lo que formaba parte del pacto denegativo (Kaës, 1989) y había quedado silencioso. Por lo cual muchas veces, a partir de la separación, el vínculo puede adquirir características de una gran violencia, ya que los sujetos sienten amenazada en mayor o menor grado, su integridad psíquica. En especial cuando lo negativo tiene que ver con el orden del repudio o la desmentida, aparecen reproches, descalificaciones, a menudo agresiones verbales o corporales; incluso el otro puede pasar a ser un enemigo que debe ser atacado y destruido. También pueden aparecer sensaciones de confusión mental, despersonalización, somatizaciones varias, enfermedades más o menos graves, accidentes, etcétera. Lo negado, repudiado o escindido del pacto denegativo  puede reaparecer expresado a través de cualesquiera de las tres áreas fenomenológicas descriptas por Pichon-Rivière (1971): la mente, el cuerpo o la conducta de acción.

En el caso del divorcio, se deberá también elaborar el duelo del modelo de pareja anterior y lograr una transformación del vínculo, para lo cual cada uno, a pesar de la separación, continuará en cierto modo dependiendo del otro. En este contexto vincular, cada miembro deberá llevar a cabo el complicado proceso de retirar las catexis depositadas en el cónyuge, en el matrimonio y en la estructura familiar, re-introyectar en el propio yo lo depositado en el objeto y en el vínculo, y re-investir esas catexis en nuevas esperanzas y expectativas.

Las familias y parejas hoy

Hasta ahora nos hemos referido a las crisis en las familias y parejas que se forman o que se disuelven en el mundo occidental de la modernidad y posmodernidad. Pero, hoy ¿se puede hablar de una crisis de las familias y las parejas relacionada con el momento histórico? Es decir, ¿una crisis de la institución familia y de la institución pareja?

Por de pronto, en los últimos años de la pos-posmodernidad, podemos observar algunos cambios, que formulamos como preguntas: ¿hay quizás una mayor demanda de libertad, de autonomía por parte de los sujetos singulares?; ¿mayores conflictos relacionados con la posesión-desposesión?; ¿mayores temores al abandono, a la invasión, a que el otro se apropie de mí?

Cambios que – al menos en parte – pueden ser consecuencia del cambio del rol de la mujer en la familia y en la sociedad, de los cambios en las ideas sobre el género, la introducción de las técnicas de fecundación asistida, de la “defenestración del padrepadrone”, del jefe de familia en el sentido tradicional, que los hombres muchas veces no toleran. También los relacionados con la prolongación de la vida (las parejas pueden durar muchos más años introduciendo así el tema de las familias con parejas parentales añosas, con sus problemas más o menos específicos, entre otros sus duelos que deben elaborar), una menor idealización del vinculo de pareja, lo que tiene que ver en parte con la mayor velocidad de las relaciones sociales y la consecuente falta de compromiso, y por otra encontramos, creemos que con mayor frecuencia, el ideal de una eterna adolescencia (Lemaire, 2015), un ideal que va “en contra” de la consolidación de la pareja: “no queremos asumir las responsabilidades de una pareja y de una familia”, nos dicen algunos, jóvenes, y otros no tanto. En fin, ¿un incremento de los narcisismos? Con todo, no debemos olvidar también que la familia es una organización única en la vida humana: es una organización social, y en cuanto tal está sujeta siempre a los cambios permanentes de la sociedad condicionados por el devenir histórico. Pero tiene una característica peculiar, diferente de toda otra organización social: es universal. No existe, ni ha existido, hasta ahora y hasta donde sabemos, una cultura donde no haya alguna forma de organización familiar, lo que parecería deberse a un hecho de la biología: el “animal humano”, nace inmaduro, prematuro, fuente del gran desamparo inicial del futuro sujeto: la hillflosigkeit freudiana. Lo que hace que sea inviable fuera de un ambiente humano, eso que llamamos familia.

Desde hace décadas, algunos autores (como Cooper en los ’70) han decretado “la muerte de la familia”. Su carácter ambiguo, de frontera, hace que, como organización social, vaya cambiando como parte de la historia, pero al mismo tiempo algo debe ser permanente. La familia perdura, continúa siendo el grupo de referencia, la base fundamental de la vida psíquica, la cuna de la constitución del sujeto y el lugar privilegiado de la transmisión, ligando cada uno a sus orígenes. Y sus fallas llevan al sufrimiento a sus integrantes y al grupo todo.

No debemos olvidar que el grupo familiar, cualquiera sea su forma y su estructura, es y ha sido siempre el lugar privilegiado de transformación de los fenómenos que llamamos psiquismo y de creación de subjetividad. Dicho de otro modo, el aparato psíquico familiar (Kaës, 1976; Ruffiot, 1981) o el aparato vincular (Losso y Packciarz Losso, 2008) transmite, forma y transforma las producciones psíquicas conscientes e inconscientes permitiendo así el desarrollo de la subjetividad.

Intervención en las crisis

Frente a una crisis de cierta magnitud, ¿cómo será nuestra intervención como analistas?. Nos parece que estas son las situaciones que más ponen a prueba nuestros recursos, nuestras capacidades de adaptación a las circunstancias más diversas, de tener la suficiente plasticidad para adecuar nuestras intervenciones a las necesidades de cada familia y de cada uno de sus miembros en cada momento. Por de pronto, como ya dijimos, la crisis pone a prueba la salud familiar, los recursos que la familia tiene para enfrentar estas situaciones.  

Anzieu (1985; 1986; 1993), partiendo de su idea del Yo-piel como un sistema de reglas, controles, actitudes y referencias conceptuales que permite construir una “envoltura psíquica” y un aparato para pensar los contenidos psíquicos, señala que las parejas, a partir de las respectivas “pieles psíquicas” construyen una nueva piel de la pareja, una envoltura psíquica imaginaria. En los grupos describe también una piel psíquica grupal, con funciones análogas a las que describiera para el yo-piel individual. Podríamos hablar entonces también de una envoltura psíquica familiar, que juega una función de límite entre el interior y el exterior familiar, permite que los individuos estén contenidos dentro de un mismo conjunto, reconoce la sucesión y diferenciación de las generaciones, garantiza la constitución de la identidad básica y sexual e integra a los miembros de la familia en una filiación única y un mismo sentido de pertenencia familiar.  

En las familias y las parejas en crisis podremos encontrar diversos grados de falla en estas funciones, como si tuvieran “desgarros” en la envoltura. Aquí será muy importante la función del campo – en el sentido de los Baranger (1961-62). El campo ejerce en estas familias o parejas, sobre todo en los primeros tiempos de tratamiento, una función de contención, de sostén, temporalmente sustitutiva de tales fallas, configurando así una envoltura ampliada. Esta envoltura ampliada, o neo-envoltura, es – a nuestro juicio – un fenómeno del campo: un proceso de elaboración compartida entre la pareja o la familia y los terapeutas, una formación temporaria que va ayudando a la pareja o familia a poder construir o reconstruir – de un modo diferente – su propia envoltura o piel psíquica grupal. Por lo tanto, en las situaciones de crisis, la primera tarea del o de los terapeutas será la de ofrecer a la pareja o familia la posibilidad de esa “envoltura ampliada” que temporariamente ejercerá una función sustitutiva de las funciones que la familia, frente a la vivencia traumática y por la carencia de recursos propios, no puede ejercer. A esta función terapéutica fundamental se ha referido también García Badaracco (1978), quien la denomina función de asistencia.  

Pero la tarea no será fácil. La familia pondrá serias resistencias a nuestra intervención. La presencia de los terapeutas implica la presencia del “extranjero”, portador de lo extraño. La familia prefiere “aferrarse” a lo conocido, se toma del madero que conoce antes de aceptar el salvavidas que no conoce.  

Frente a la angustia del peligro, la familia puede tender a refugiarse en un funcionamiento “primitivo”, fusional, y aquí nos enfrentamos con el problema de la lucha contra la angustia fundamental ligada al dolor de la pérdida. En este refugio defensivo (o “regresivo”), la familia tenderá a funcionar a niveles más “primitivos” con un mayor grado de indiferenciación de sexos y de generaciones, y replegarse en un funcionamiento endogámico. La familia no puede ya ejercer adecuadamente las funciones “introyectivas” (Meltzer y Harris, 1983; Meltzer, 1986)[2], y se perturba la capacidad de pensar: se tenderá a la actuación en el lugar del pensamiento.  

Una tarea principal de los terapeutas, además de la ya señalada de contribución a “rehacer” la envoltura desgarrada, será entonces la de proveer los medios para que las funciones introyectivas puedan desarrollarse. Y para eso deberán ayudar a la familia a “reconstruir” (o construir) su preconsciente. Ya ha señalado Kaës (1993) que la función del preconsciente tiene como condición la de ser inscripta en la intersubjetividad. En una familia funcional, existe una actividad transformadora del preconsciente de cada uno en contacto con la actividad psíquica preconsciente del otro, contexto en el que alguno o algunos miembros de la familia pueden efectuar para otros, en ciertas condiciones, un trabajo de ligadura y de transformación que momentáneamente no pueden realizar: lo que Kaës llama función meta-preconsciente del otro. Función que debe estar presente y disponible en el equipo terapéutico. En el campo, los miembros del equipo terapéutico “prestan” a los miembros de la familia o pareja su propio preconsciente, en una tarea de interrelación y transformación, que permita hacer pensables los contenidos psíquicos que los perturban y que muchas veces son actuados en el mundo externo – incluyendo el uso de las defensas transpersonales (Laing, 1967)[3] – en el propio cuerpo o en la propia mente, como elementos escindidos o “encriptados”. Préstamo que a través de desarrollar la capacidad de pensamiento, ayudará en el trabajo de elaboración de los duelos, tarea central en el tratamiento de toda situación de crisis.

Los terapeutas deberán entonces mantener “viva” y actuante esta función metapreconsciente en el campo. Este es uno de los motivos que hacen recomendable en estos casos el empleo de la coterapia y la necesidad del análisis permanente del campo contratransferencial (o intertransferencial).

Creemos importante el recurso de la coterapia. Pero las características de estos momentos de crisis en cierto tipo de familias, pueden hacer necesario incluso “ampliar” el campo, a través de la elaboración de la contratransferencia con nuestro equipo de trabajo. Este equipo se puede integrar a través de los comentarios verbales entre los miembros del mismo, pero además nosotros agregamos el empleo de técnicas de dramatización (roleplaying) (Losso, 2001). De este modo el equipo funciona como resonancia de afectos que a veces pueden haber quedado “mudos” en los terapeutas, y que aparecen cuando se dramatiza la “sesión”[4]. Se produce entonces un proceso de difracción de los grupos internos (Kaës,1987) de los terapeutas y aspectos de los mismos, incluidas partes de identificaciones hasta entonces mudas, con los pacientes. Estos contenidos aparecen expresados por los colegas que dramatizan, tanto en el papel de “pacientes”, cuanto en el de “terapeutas”. Se constituye así lo que proponemos llamar un campo ampliado, el que estará entonces integrado por la familia o pareja, los coterapeutas y los miembros del equipo de trabajo.  

Pensamos pues que coterapia y campo ampliado son recursos que pueden ayudarnos en la no fácil tarea de ayudar a las parejas y familias a superar las situaciones de crisis.


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[1] “Nada es permanente, a excepción del cambio” (Heráclito de Efeso)

[2] Generar amor, generar esperanza, contener el sufrimiento depresivo, pensar: a las que uno de nosotros (2002) ha agregado la tendencia a la exogamia.

[3] Laing señala que en los mecanismos de defensa “clásicos” los sujetos modifican su propia experiencia para conservar su equilibrio psíquico, mientras que en las defensas transpesonales modifican la experiencia de los otros para conservar su propio equilibro psíquico.

[4] Se realiza un role-playing de una o varias “sesiones” de la familia o pareja, en que dos miembros del equipo toman los roles de “terapeutas”, y otros los de “pacientes”, mientras el resto del equipo observa la “sesión” detrás del espejo unidireccional.

Revue Internationale de Psychanalyse du Couple et de la Famille

AIPPF

ISSN 2105-1038