REVUE N° 9 | ANNE 2011 / 1

Cartografía de la sesión psicoanalítica

Lenguaje : Espagnol
SECTIONS : HOMMAGES


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EN MÉMOIRE DE ISIDORO BERENSTEIN

Cartografía de la sesión psicoanalítica

ISIDORO BERENSTEIN

El propósito de esta comunicación es transmitir y discutir la idea de que la sesión psicoanalítica merece volver a ser visitada, o recorrida como un mapamundi, para reconocer sus zonas conocidas así como para ubicar algunas nuevas y dejar lugar para aquellas no descubiertas aún. La sesión es un espacio-tiempo que se extiende en y comprende el entre-dos, paciente y analista. Entre ellos se da un desencuentroencuentro donde nos enfrentamos con la incertidumbre emergente de cada situación nueva, la registremos o no como tal, ya que cada momento es otro, así como cada sesión es otra (criterio de discontinuidad y de azar). Asimismo, son útiles e inevitables los registros de las sesiones anteriores (regidos por el criterio de continuidad). En las sesiones se realiza, pero no solo, la proyección del mundo interno del paciente con su constelación objetal y su resonancia contratransferencial, sino que también tienen lugar el interjuego de presencias que hacen a la complejidad vincular que se entreteje entre paciente y analista como sujetos.

Para darlas a conocer a los colegas hacemos una presentación clínica, un relato que también es como un mapa de esa sesión, a la manera de hacer del territorio una representación que nos sirve, como lo hacen las cartas de viaje que orientan un trayecto, indican una dirección. Sucesivas presentaciones clínicas demarcan un territorio teóricotécnico-clínico que se puede ir ampliando a medida que se vayan haciendo nuevas mediciones y recorridos no realizados antes. Pero como dice Bateson (1979), el mapa no es el territorio, el nombre no es la cosa nombrada. Agregaría que solo habla de él. El mapa de la superficie terrestre implica una traslación, pasar de la esfera, aunque no es una esfera sino un geoide (de polos un tanto achatados) al plano, por proyección de sus puntos y dependería de lo que se quiere representar y su escala.

La sesión analítica nos es dada a conocer a través de un relato de uno de los actores, el analista. En la sesión intervienen los sujetos pertenecientes a esa sesión, llamados el paciente y el analista, en ellos se incluyen semejanzas y diferencias, sus ajenidades, los objetos internos parciales o totales, los padres internos, cada una de las subjetividades. Antes de plantear las zonas de la sesión me gustaría, decir unas palabras acerca de la diferencia entre la producción, lo auténtico, lo irrepetible y la reproducción.

Producción y reproducción

En la sesión analítica se producen tanto situaciones irrepetibles como la necesidad casi inmediata de volver a producirla, de reproducirla. La reproducción y lo irrepetible tienen una aproximación asintótica. La reproducción cobra su lugar, y ésta tiene un componente importante de imitación. Como dice Benjamin (1936): «Lo que los hombres habían hecho podía ser reproducido por los hombres».

A partir de que la experiencia irrepetible se cree que puede representarse, le es posible iniciar un proceso de reproducción. En la memoria se llama recuerdo, e indica que lo irrepetible, si es placentero o si se cree que fue fundante, intentará (en vano) evocarse y tratará por todos los medios, de volver a darse, en una suerte de repetición. En la sesión se produce una constante oscilación entre experiencias irrepetibles y repeticiones de éstas, actuales o pasadas, que tratan de reproducirse o de representarse. Este último movimiento tiene una activa participación no sólo del paciente sino del analista, cuando está movido por la ansiedad ante lo novedoso, ante lo que no puede explicar con su experiencia o con sus teorías vigentes. Lo producido puede intentar repetirse en distintas épocas y con distintos métodos. Las experiencias iniciales perdidas como tales y recordadas de alguna manera, las experiencias infantiles, revestidas de relatos semejantes son susceptibles de repetición, lo que impregna algunas experiencias posteriores y pueden intentar reproducirse en una sesión. También ocurre cuando tratamos, con la mejor de las intenciones, de reproducir en un relato lo que ocurre en la sesión, o en una historia clínica, o en una presentación para un ateneo, etc. Son diferentes porque los medios de reproducción lo son: la palabra vinculada al recuerdo, el escrito que reproduce lo que la palabra reprodujo del recuerdo así como su enmarcamiento y enmascaramiento en el pasaje de la privacidad de la sesión analítica para la exposición pública.

Los llamados al cuidado de la privacidad del material — esto es, alejarlos del espacio público — se debería al cuidado ético frente a la necesidad de comentar con otros sea por el impacto de los contenidos circulantes tanto como por su naturaleza desbordante. Esto lleva a veces a ser hablados en lugares impropios por la ansiedad que despiertan, o debido a una necesidad narcisista, o por la imposibilidad de sostener tantas horas de trabajo en una soledad acompañada, etc.

La representación acompaña la vida diaria y así se aleja de lo único e irrepetible. Lo cotidiano aleja lo excepcional y éste es visto como una alteración de lo continuo, como una amenaza a la habitualidad.

En nuestro quehacer se requiere cierto coraje para enfrentarse con lo irrepetible y seguir adelante, por su naturaleza a veces disruptiva que puede ir acompañada por la creencia tranquilizante de que “ya lo dijo alguien antes” (y especialmente si quien lo dijo fue Freud). Si es que lo dijo antes, conduce inevitablemente por el camino más seguro de la reproducción. La mente, lo humano, se debate entre la autenticidad, el momento del ahora imprevisible de cuando se produjo, su cualidad de irrepetible y el requerimiento de volver a tenerlo mediante la reproducción, sea en el discurso o en el relato. También ocurre en la pintura y sus modalidades de producción de copias, o en la fotografía, en tanto reproduce una situación aunque pueda revelar aspectos invisibles para el ojo humano, por lo tanto no producidos en el aquí y ahora sino en el laboratorio así como en la música y su reproducción en las versiones fonográficas mejoradas día a día. También los relatos puede mostrar elementos que no fueron visibles en las sesiones en su momento de producción sino en su reproducción con los distintos medios.

La representación en tanto reproducción aleja del criterio de autenticidad irrepetible del hecho (del hacer), sea placentero o doloroso, esa cualidad que tuvo su producción en un momento y en un tiempo a los cuales es imposible volver. La mente trata de recuperar esos momentos casi permanentemente, como si no hacerlo la expusiera a una pérdida irreparable, la de lo auténtico, la del hacer entre dos, de lo que se produjo en el hacer siempre con los otros pero que, mediante un arreglo generalmente narcisístico, se declara que nos pertenece en exclusividad.

La imposible transmisión de la producción auténtica induce una alteración en cada caso en favor de una exaltación posible de la reproducción, que cuando mas perfecta y parecida al original sostiene la ilusión de lo igual y quién mejor la logra sería quien se acerca más a lo auténtico. El deslizamiento de lo auténtico a lo repetible hace que se exalte lo más semejante, lo idéntico, lo identitario y se degrade, se rebaje y desvalorice lo más inaccesible, lo ajeno, lo irrepetible, lo no familiar, lo no reproducible, lo extranjero.

Los criterios morales y éticos de “bueno” o “malo”, “lindo” o “feo”,

“conveniente” o “inconveniente” están muy próximos al conocimiento o quizá formen parte de él y no le sean exteriores, pero se oponen al análisis pormenorizado y a ponerse en contacto con las inconsistencias de los conocimientos vigentes. Como un ejemplo personal, al pretender analizar las relaciones de poder y al tratar de hablarlo con los colegas, notaba que surgía en el espíritu una oposición consistente en censurarlo antes de examinarlo, con expresiones habituales del tipo: “es un exceso”, “no debiera existir en las relaciones humanas”, etc., negando al mismo tiempo que es un existente en todo tipo de relación con el otro y con los otros. Quizá se refieran al poder de los otros y no al propio, al no poder visualizarse como una relación sino como algo estrictamente individual.

El psicoanálisis se ha difundido enormemente en sus formulaciones así como esa difusión ha llevado a producir en elevado número de psicoanalistas que lo ejercen. No obstante la producción de conceptos auténticamente nuevos ha cedido su lugar a la reproducción y a la repetición que los alejan de aquellos.

“Al multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible” (Benjamin, ibidem, p. 3).

Para lo que sigue a continuación, sugiero que lo irrepetible se da en lo que llamo vínculo analítico y la reproducción se ve facilitada en lo que llamo relación analítica.

Relación analítica y vínculo analítico

En la sesión analítica, y cercana a la distinción entre lo que se produce y lo que se reproduce, habría  dos enlaces que sugerimos llamar “relación analítica” y “vínculo analítico”. Diría que en la primera la persona del paciente se liga con la persona del analista y en la segunda el paciente como sujeto hace gala de presencia y se vincula con la presencia del analista. No está de más decir que ambos modos de ligarse trabajan en conjunto, de manera tal que por momentos o por sesiones formamos parte de uno de ellos y en otros momentos formamos parte del otro.

La metáfora del analista como espejo, que refleja o reproduce con mayor o menor fidelidad lo que se proyecta en él, modo de pensar en una época inicial, presentó algunas inconsistencias que llevaron a tratar de recorrer un terreno inexplorado, considerar al analista como sujeto, no ya espejando a su paciente sino incidiendo con su especificidad en la sesión. Otros autores se ocuparon de la presencia y de la persona del analista. Pero tiene sentido volver a ocuparse de lo que otros aparentemente hicieron, ya que cada cual lo plantea a su manera, en una discusión que tiene como fondo su época, o lo que cada uno percibió y trata de incluir y explicitar como novedad y diferencia respecto de otros analistas. Se ocuparon de estos temas, entre otros, Winnicott (1947), Little (1957), Klauber (1968) y lo que ocurría del lado de lo que llamaron “la persona del analista”, lo ubicaron en la contratransferencia, que tuvo un desarrollo importante después de la segunda guerra mundial.

Persona y presencia

Sugiero llamar persona al personaje, paciente o analista, aunque más frecuentemente se refiere a éste último, en un sentido más próximo a ficción, a una construcción representacional, que sería el eje de la transferencia. Veamos algo del origen etimológico. Persona viene del griego πρόσωπον, (prósopon) máscara de actor, pasado al latín persona que probablemente lo derivó del etrusco phersu. La máscara griega tenía una doble función: ampliar el volumen de la voz y poder ser usada por actores varios que hacían de soporte del personaje representado. Ese rostro, que es donde se pretende encontrar los aspectos del objeto proyectado, se aproxima a estas consideraciones. Conecta al analista con la transferencia – contratransferencia, correspondiente al paciente como persona que evoca y despierta personajes con los que inviste al analista y éste se inviste y le amplifican la voz y las emociones (enojo, indulgencia, severidad, celos, envidia, etc.) al estar presionado a funcionar como el personaje proyectado. En este sentido de persona trata de dejar afuera la otredad de su subjetividad, de la cual su existencia irrenunciable marca la presencia de cada sujeto. La persona depende del mundo representacional y está expuesto al juicio de existencia (si además de figurar como representación coincide con la percepción de realidad) y de atribución (regulada por el principio de placer, con una máquina psíquica que permite distribuir lo bueno y placentero para hacer que me pertenezca, y que lo malo y displacentero  sea adjudicado al otro ajeno). Su modo de trabajar es la identificación en sus distintas modalidades.

Llamo presencia a la evidencia de otredad, que trabaja por imposición, quizá allí donde la transferencia se presenta como repetición, como resistencia en el decir de Lacan (1964). La otredad se evidencia por la emergencia de lo inconsciente del analista y que es ajeno a lo ajeno del inconsciente del paciente. La comunicación de inconsciente a inconsciente que Freud menciona en dos o tres oportunidades parece un concepto oscuro y traído ad hoc en los casos que presenta. En la relación entre la presencia del analista (lo inconsciente y la diferencia) y la parte homóloga del paciente no cabe transferencia, y ante el cierre se darán relaciones de poder a través de la imposición que obliga a hacer un lugar a lo distinto del otro (Puget, 2001). Este hacer es diferente a interpretar el significado, propio de la circulación irrestricta de transferencia. A pesar de la máscara de la persona y su relación con la transferencia, ésta en realidad es atravesada por el carácter de ajenidad del otro cuando lo inconsciente se cierra a la transmisión transferencial. Depende por lo tanto de relaciones de poder. Poder en español se expresa bajo dos formas: como verbo y como sustantivo. El primero habla del hacer recíprocamente uno con otro en eso imprevisible que plantea un problema a resolver y que puede o no producir una novedad. La relación con la persona es más previsible en la medida en que reproduce proyectivamente y el otro responde como el personaje que le es proyectado. En las relaciones de poder no se trata de un significado a interpretar, sino de un hacer junto con otro. Claro que para otros criterios psicoanalíticos interpretar es equivalente a hacer. Quizá debiera distinguir entre interpretar como dar a conocer y hacer como producir una modificación conjunta y más difícil, que abarque al analista. Se habla de poder sustantivo cuando se acerca a la supresión o aniquilación del otro, psíquica o físicamente. Es decir, cuando anula cualquier tipo de relación y exalta la preeminencia del uno con supresión subjetiva del otro. La presencia del analista en vinculación con la del paciente muestra lo que falta, la hendidura que separa y junta sin juntar a uno y otro. Por lo tanto desde las presencias la obligación es dar y hacer lugar a lo que no hay, lo que no se reconoce como propio, a lo presentacional.

“La presencia oculta testimonia la insistencias del sujeto de lo inarticulable y por eso es el momento en que la vía asociativa no está habilitada. La presencia así concebida implica un desfallecimiento del marco simbólico y una apertura a lo real, cuya manifestación no queda del todo recubierta por los velos imaginarios de la persona” (Barredo C., Dujovne I., Paulucci O., 2008)

La transferencia recubre la presencia y construye una como presencia del ausente, doblemente ausente entonces, por estructura y por la ilusión de que pueda estar presente mediante las distintas modalidades de proyección.

La presencia es opuesta semántica y conceptualmente a la ausencia del otro y a la existencia del objeto interno con quien tiene una especie de convivencia. Depende del juicio de presencia (Berenstein, 2004), de si la percepción del otro en su presencia puede pasar a ausente o, lo que es más seguro, el otro no ha de desaparecer por efecto de mi deseo, no coincide con una representación y mi trabajo es hacerle un lugar, ese “deber” del que habla Espósito (1998), que es inscribirlo y que halle un lugar diferente junto a mis otras representaciones. La presencia marca un límite en la relación en el entredos y establece una discontinuidad. Siendo lo no transferible acciona sobre el otro y modifica de otro modo la relación y la subjetividad. Lo ajeno marca que hay suplementariedad, no reciprocidad ni complementariedad. Su modo de hacer es la imposición, de ahí que vacile el sostén identificatorio.

Ante la intolerancia de la presencia del otro, lo que marca su diferencia, se suele recurrir a la persona – mascara, receptiva de la adecuación proyectiva. Recuerden esos episodios de la vida cotidiana donde las parejas discuten entre ellos acerca de ese supuesto conocer, del desconocimiento ubicado en la cara (con un elevado monto proyectivo): “tenés cara de…”, dicho con los tonos varios, desde el enojo hasta la violencia. Otras veces puede ser “tenés cara de estar en otro lado”, o  un tanto mas cariñoso pero igualmente intolerante a lo desconocido “tenes cara de preocupado”, “¿Por qué me mirás con esa cara?”. La cara no sería el espejo del alma sino su máscara. Pontalis (2002) señala, con ese humor tan peculiar y tan propio, que es irritante cuando nos cruzamos con alguien, por lo general conocido agrego yo, que nos dice: “Tenés cara de cansado o de preocupado o se te ve muy bien u hoy no se te ve bien”, y que la mayoría de las veces se equivoca. Habla de un paciente que le escruta la cara al entrar en la sesión. “No pudiendo captar nada de ella, solo le quedaba tratar de captar sus estados de ánimo sin encontrar respuesta a sus interrogaciones”. Dice sabiamente que escrutar una expresión no permite acceder ni al cuerpo ni al alma, nada se puede captar de lo que ocurre en ese interior. Persona es exterioridad. Entiéndase bien, persona y presencia ocupan y se entreveran en el campo de la sesión, como dije al principio. Sexualidad y relaciones de poder recorren la sesión. Deseo del paciente y deseo del analista. Poder del paciente y poder del analista, deseo y poder de la madre, y deseo y poder del bebé.

Presencia y ausencia

“La sombra del objeto cayó sobre el yo” (Freud, 1917 [1915]), la célebre frase freudiana del mecanismo del duelo se refiere a la identificación con el objeto perdido, ese otro (como la persona amada) que habiendo tenido una existencia con y para el yo, dejó de tenerla y éste encuentra como recurso hacerla habitar en su interior. El examen de la realidad muestra que ese otro ya no existe, está ausente: “se ignora si vive todavía y donde está” , separado del sujeto. Presente es quien está delante de otro o en el mismo lugar. La relación con el otro ausente devenido objeto interno o representación se hizo por el camino de la identificación, en cambio el vínculo con el otro, que es de presencia se realiza mediante el mecanismo de imposición, “poner encima”. De ahí deriva impuesto. Es lo que se deberá aceptar del otro y hacerle un lugar donde previamente no lo hay. Es una obligación no optativa ni desiderativa que hace a la relación con. Entiéndase que identificación e imposición son actividades diferentes y que su coexistencia no las convierte en una. Veamos dos ejemplos.

Está (presencia) y se fue (ausencia)

Tomemos ahora, como fue tomado por muchos ya y por mi mismo en otro trabajo (Berenstein, 2001; 1981), el juego del carretel del nieto de Freud. Niño de un año y medio que ante el alejamiento de su madre — ante su ausencia, ausencia de una presencia previa — comenzó un juego consistente en tirar sus juguetes debajo de la cama o de los muebles. Decía o-o-o-o, que Freud asimiló a fort (“se fue”). Luego desarrolló su juego con el carretel atado a un hilo. Cuando lo tiraba más allá de la cuna, desaparecía de su vista y luego al tirar de la cuerda volvía a aparecer ante su vista. Lo acompañaba diciendo da (“acá está”). Una peculiaridad es que el carretel no tiene vida propia, no tiene deseos, no ejerce ninguna imposición, está a merced y hace lo que el niño quiere, se aleja o se acerca solo según su voluntad. Este juego repetido anuncia la compulsión de repetición en Freud y, en el niño la diferencia entre un objeto que él puede accionar y hacerlo desaparecer o aparecer y un sujeto, para el caso la madre, que el hilo amoroso u odioso no puede hacer aparecer o desaparecer. Ellos se encontrarán no sólo cuando el niño tire del hilo de su deseo, de ese hilo libidinal que hace aparecer lo ausente bajo la forma de representación y tirando de ésta crea que hace aparecer a la madre, siempre la de antes y no la de ahora. Se encontrarán cuando ambos decidan hacerse presentes ante el otro. No depende de uno, no coincide con el deseo, no depende de la buena voluntad o intuición. Tiene un carácter azaroso y opuesto a la ausencia. Cuando se encuentren, además del niño haberse “entrenado” con el carretel a las ausencias y presencias de la madre-representación, cumplirán una serie de acciones para componer un espacio de convivencia, ya que cada cual hallará al otro en otro lugar que el que lo dejó, nunca en el mismo. Que encubran esta situación diciendo “es el mismo niño”, o “es la misma madre”, tiene un sentido identitario y es, a los efectos de encubrir con una suerte de reproducción, la autenticidad, lo irrepetible o la angustia del encuentro con un sujeto que siempre hace gala de otredad o, mejor aún, como dije antes, de una ajenidad que los obliga a un hacer un poco diferente para realizar el encuentro.

La transferencia-contratransferencia

Lo que sigue será necesariamente breve, dado el desarrollo de esta zona teórico-técnica en los numerosos trabajos existentes y su dimensión en el mapamundi de la sesión. Desde su origen conceptual se fue ampliando y el uso lo hizo superpuesto a lo que sucede en la sesión y en la actividad analítica y desde ahí permite entender lo que ocurre. Como contraseña pasó a ser usada como una marca de pertenencia e identidad (es analista quien analiza bajo transferencia o en la transferencia). Considero que abarca una parte importante pero no todo el campo de la sesión. Después diré que otra parte de la sesión está atravesada por lo que llamo Interferencia.

La transferencia-contratransferencia no es un área homogénea y tiene distintas maneras de abordarse según las distintas escuelas psicoanalíticas.

Para hablar de sus distintos expresiones y con la parcialidad que implica tomar una autora postkleiniana describiré sintéticamente lo que Roth (2007) denomina niveles en un hermoso trabajo. En un primer nivel la transferencia tendría la forma que Freud le da en Dora. El señor K. que Freud hubiera debido señalar como trasladado a él y el padre, que se incluye en la interpretación aluden al padre real externo en cuanto a la imagen del paciente, cuyo desplazamiento se realiza a otro personaje significativo de su vida.

Un segundo nivel se refiere a las fantasías y pensamientos que el paciente tiene respecto de su analista que aparece representado en un relato, en un sueño o situación emocional del tipo: “ese personaje enojado, disgustado por haber sido abandonado sería yo, analista, después de usted haber registrado mi abandono, o aquel que la presiona mostrando mi interés erótico, etc.”. En este nivel paciente y analista están a una cierta distancia pues el segundo le habla al primero desde afuera para explicarle como es su funcionamiento interno y como éste se vuelca en la relación. Sería como ir dándole a conocer aspectos de si mismo o de sus objetos internos.

El tercer nivel de transferencia se transita cuando el sueño, la fantasía y el material al repetirse en la sesión hacen que las distintas representaciones del paciente en las tres circunstancias mencionadas correspondan a la misma persona y sus interlocutores soñados, fantaseados o relatados corresponden al analista y a lo que se da en la relación. El énfasis estaría puesto en la repetición en la sesión, y el sueño a su vez podría reproducirlo. El cuarto nivel, de mayor complejidad, se da cuando las reacciones y respuestas del analista a la presión identificatoria del paciente ayudan a generar la situación que se está produciendo como transferencia. En este nivel el analista debiera preguntarse como actúa para desencadenar esta situación, o sea que el lugar se desplaza a su propia mente como escenario privilegiado desde donde pensar no solo su participación sino que está ocurriendo en la sesión.

La interferencia

Estamos habituados a tratar con las interferencias en toda relación entre dos y a pensar que debemos suprimirlas, como un obstáculo a ser removido, para facilitar la solidez de la relación. Esto también se aplica al vínculo analítico, cuando las consideramos como lo que se opone o impide al trabajo de la transferencia. Como queda dicho, sucede en el ‘entre-dos’, en ese territorio que se extiende, comprende y abarca a paciente y analista como presencias. Sería lo que no se espera pero ocurre en esa zona indecidible e irrepresentable que habituamos llamar ‘el medio’, toda vez que queremos referirnos al ‘entre’ y que, podríamos agregar, determina lo que se da en esa situación. Las interpretaciones pueden modificarla o no, especialmente cuando están dirigidas a eliminarlas. Lo llamo interferencia para denominar este suceder entre dos sujetos, paciente y analista, que ofrecen aspectos no pasibles de identificar, productor de hechos emocionales, en tanto quienes los pensamos podamos, al menos por un tiempo, no articularlos, no convertirlos en parte de lo sucedido anteriormente y por lo tanto mantenerlos a la espera de un nuevo e incierto sentido. No toda convivencia requiere ser articulada y las distintas formas de subjetividad, aquella que es producto de las marcas infantiles y aquella que es producto de las experiencias actuales pueden persistir juntas sin el requerimiento de formar entre ellas una unidad.

Puede haber un acuerdo inconsciente entre paciente y analista a los efectos de dejar afuera la interferencia como no perteneciente al vínculo.

En la sesión tendríamos entonces: a) la transferencia: consistente en el despliegue del mundo interno del paciente sobre el analista y su entorno; b) contratransferencia: la respuesta inconsciente del analista a la transferencia del paciente recogida a través de ocurrencias o sentimientos surgidos en su mente pero que, de últimas, pertenecería al paciente; c) las interferencias: lo ocurrido y producido entre ese paciente y ese analista en tanto sujetos singulares que, con deseos propios, maneras de pensar diferentes, valores singulares, pasan a ser, por acción del vínculo, sujetos otros. Ha sido útil diferenciar los fenómenos de transferencia de los de interferencia, lo que se produce en la conjunción de dos ajenidades, cuya herramienta es la imposición a diferencia de la identificación, modo de operar de la transferencia. Así como la transferencia pasó de obstáculo a vía regia de la sesión, la interferencia, obstáculo hoy, es la vía regia a lo específico del vínculo entre paciente y analista (no solo de la mente del paciente ubicada en el analista) en tanto acción de dos subjetividades que no remiten una a la otra (Puget, 2001).

La imposición

Es el nombre de la acción de un otro sobre el yo o de éste sobre otro, al establecer un vínculo y una marca no dependiente de la identificación ni del deseo de quien la recibe. Se establece sobre la base de una relación entre quien la impone y a quien le es impuesta. La identificación y el deseo intervienen también pero no son determinantes de la imposición aunque puedan revestirla defensivamente. La imposición es el mecanismo constitutivo del vínculo y su no tolerancia da lugar a los distintos intentos de fusión para, por cualquier medio, transformar al Dos en uno. Imponer es una acción instituyente, tiene carácter de obligatoriedad pues debe hacer un lugar al otro en su carácter de ajeno, hacer una marca que establece una nueva significación para la relación y de allí a cada sujeto del vínculo. Nuevo refiere a que el sujeto no la tenía previamente a su inclusión en ese vínculo.

La violencia no le pertenece necesariamente a la imposición. Deviene acción defensiva cuando los habitantes del vínculo al no tolerar que su subjetividad se modifique por pertenecer a esa relación, recurren a anular la ajenidad y tornar semejante al extraño, ajeno o extranjero. La imposición obtiene su fuerza de la relación con otro, ésa es su fuente. Me apoyo en la diferencia que hace Foucault entre violencia y relaciones de poder, dándole a éstas el carácter de acciones que cada sujeto lleva a cabo, dependiente de su libertad para operar sobre las acciones del otro, no para suprimirlo como otro. Impregnan toda relación así como la actividad de los conjuntos humanos, desde la pareja y la familia a los grupos institucionales. Es esencialmente distinto a aniquilación y supresión del otro diferente y ajeno. La imposición deberá diferenciarse de la proyección-introyección en sus distintas variedades, que es el mecanismo constitutivo en la relación de objeto. El propio yo con lo que recibe del otro autogenera el objeto, aquello que puede reconocer y aceptar como propio.

Imposición. Ejemplo cotidiano

En una reunión social estoy teniendo un diálogo con un amigo a quien no veía desde hace bastante tiempo. Me dice: “¿te acordás de J.?”. “Si, lo recuerdo”, le respondo. Para ello recorrí mis recuerdos, que eran evocaciones de experiencias pasadas que anidaban en mi interior. Mientras, seguimos conversando en base a las memorias de uno y otro, más la particularidad que algunos recuerdos acerca de mí los tenía él y no yo, así como yo tenía algunos de las suyos (Krakov, 2004). Estamos relacionándonos placenteramente, nos basamos en hechos de la memoria y como acciones estamos desenvolviendo el encuentro, ahora, en base a tratar, tarea imposible, de compartir un presente. Ese pasado nos vinculaba en el presente y quizá ese era su valor. Discutimos acerca de la supuesta veracidad de algunas evocaciones. Si esos encuentros quedan en eso, no tienen mucho futuro. Sigo en la reunión. Se acercó un amigo de mi amigo, hablan y éste me dice: “Te presento a S.”. Este otro me es nuevo, no tengo registros previos de él, tiene presencia, opacidad, consistencia. A algunas de mis observaciones dice que no, que lo piensa de otra manera y a esas cualidades se agrega una fundamental: una diferencia no reducible, una ajenidad. Le encuentro algunos parecidos con algunas personas conocidas pero indudablemente no coinciden. Cuando llega la hora de comer intercambiamos acerca de donde sentarnos, el prefiere un lugar y yo otro. Diferimos acerca de los lugares. Se presenta la alternativa: si separarnos o compartir la mesa. En el primer caso cada cual seguirá su trayecto, en el segundo trataremos de construir un lugar de convivencia. Damos algunos argumentos a favor de un lugar u otro. Es un gusto (placer) estar en la misma mesa pero hay una pugna acerca de quién impone su preferencia (relaciones de poder) por la cual habrá que hacer y pedir concesiones, dicho con más precisión: hacerle un lugar al otro. Estamos “haciendo” y, al hacer, obligando al otro y obligándonos con ese otro. Es a partir de esa “presentación”, y tomando como punto de partida la puesta en juego de nuestras presencias que adquiere carácter de novedad, pues aunque pueda investirla de imágenes conocidas, algo distinto en ella obliga a inscribirla. Puedo luego evocarla o no según lo que me signifique, y como registro se inscribirá y tratará de renovarse, o se debilitará hasta formar parte de esos restos que dejan los encuentros no significativos.

Presentar material clínico

No es una tarea fácil por varios motivos: discreción, pasaje de lo privado al espacio público, desear ilusoriamente ser fiel a lo ocurrido en la sesión, eso que uno cree que es lo auténtico. Es como un tic identitario, e inevitablemente genera, crea un relato que, siendo auténtico, aspira a copiar lo que ocurrió. Y el material clínico es eso, un relato, con mucho de creación de quien lo escribe, creación un tanto tendenciosa, como todas, porque desea hacer saber algo, transmitir una forma de pensar. Por otra parte tampoco es fácil poner en palabras las huellas en la memoria de varios años de relación frecuente, tres o cuatro sesiones por semana y aunque fueran dos veces a la semana. Varios acontecimientos quedaron olvidados y a otros se los va adornando o dándoles una forma estilística que hablan mas del analista que del paciente. A su vez, ¿se trata de ser fiel a la manera institucional o tradicional de presentar material clínico? ¿Al acontecimiento, a la sesión, a lo que como conjunto surgió, y en esa forma imprevista tratar de transmitirlo?

Breve ejemplo de la acción de las presencias, interferencia o introducción a las relaciones de poder en la sesión El terapeuta recibe un llamado de los padres de un joven, alarmados por su conducta inhabitual. De un momento para otro comenzó a sentir sensaciones corporales “raras”, sentía que no era él, que sus brazos eran rígidos, podían romperse, y pasaba por momentos de catatonia. Su cabeza dejaba filtrar los pensamientos y los de los otros se metían hacia adentro en una doble dirección. Sensación irrepetible, casi irrepresentable. La urgencia era un intento de hacer representable, interpretable estas sensaciones idiosincrásicas a través del trabajo de dos. Dada la urgencia el terapeuta lo vio varias veces, se vio compelido a modificar alguno de sus horarios. Se trata de cambiar lo estable, lo representable, lo esperable, por algo diferente, inesperado. Se puso bastante a su servicio. Se interesaba y el paciente, bastante desalentado, también daba muestras de interés. Se trataba de darle lugar a algo nuevo, se lograra o no. Era la primera vez que iba a ver a un analista. Lo llamó un día, de noche, diciéndole que se sentía mal y el terapeuta lo vio al día siguiente, feriado, lo cual era inusual en su práctica actual. Lo vio también el sábado y el domingo. Podía haberlo hecho otra vez el domingo de tarde si el joven le hubiera pedido, pero decidió que no. Predominaba en él un sentimiento de fragilidad que en el trabajo terapéutico encontraba una relación con experiencias infantiles sumamente penosas, de extrema fragilidad, que ligaron con la abuela materna, que lo había cuidado mucho tiempo en ausencia de sus padres (el padre había fallecido hacía muchos años ya.) Pasó un mes, mejoró y un estado de tedio pasó a ocupar un lugar donde antes estaban sus alarmantes sensaciones. No estudiaba en esos momentos, lo había hecho previamente y deseaba volver a hacerlo cuanto antes. Un par de semanas después tuvo su sesión el lunes, el martes y el miércoles y al final de la sesión le anunció al terapeuta que el jueves no vendría porque se iba a ver con un amigo que le haría sesiones de RPG (rehabilitación postural general), que estaba seguro le serían altamente eficaces. También le dijo que el lunes no vendría porque vivía lejos, se sentía mejor y le cansaba tener tantas sesiones y además tenía esas sesiones con el amigo. El martes le anunció, al final de la sesión, que quería disminuir sus sesiones convenidas, a dos, se sentía agradecido por como lo había atendido pero estaba cansado de viajar tanto.

A la sesión siguiente el terapeuta le propuso que hablaran del tratamiento y de cómo lo pensaba cada uno de ellos. El paciente volvió a repetir lo anterior enfatizando que vivía lejos. Efectivamente vivía lejos, cerca de una ciudad del sur de Buenos Aires, donde vivía el terapeuta, y le llevaba mucho tiempo viajar hasta donde tenía las sesiones y también se había ubicado emocionalmente lejos. Habían analizado su vivencia de lejanía y su dificultad de acercarse cuando registraba que el objeto se alejaba, relacionado con un alejamiento del terapeuta un fin de semana que en esa oportunidad se había prolongado por un compromiso personal. El paciente respondía de un modo establecido a una situación nueva pero que creía semejante a una anterior. Tenían en la relación su vivencia de lejanía, promotor de alejamiento como parte del clima transferencial y que “efectivamente vive lejos”. ¿Porque escribirlo entre comillas? Para marcar que eran sujetos que moraban en una realidad, en un espacio público, que viven en puntos de la ciudad donde la distancia cuenta, o sea que el joven debía viajar un tiempo un tanto largo. A eso llamo “interferencia” y supongo trabajarlo distinto del alejamiento emocional y de la resistencia. El terapeuta le dijo que según pensaba (deseaba enfatizarse como sujeto y ahora no como un objeto transferencial) el tratamiento debería tener las cuatro sesiones, para lo cual tomaba en cuenta su crisis reciente, su parecer de cómo debería ser el tratamiento, y agregó que de otra manera no podría seguir atendiéndolo. Estas últimas eran opiniones. Aquí intervenían sus posibilidades de contacto emocional, su edad, lo que pensaba del tratamiento y cuanto podía alejarse de ello para admitir ser impuesto por el otro. Siguieron hablando, el paciente de sus dificultades y el terapeuta agregando detalles de cómo pensaba el tratamiento. Era un verdadero trabajo ya no de interpretación sino de imposición y de un hacer ahora “entre” el terapeuta y el paciente, a ver si podían lograr que la relación sobreviviera. Pensó para sí el terapeuta si tenía alguna probabilidad de modificarse de su posición, y acercarse a la del paciente, aunque cada una estuviera condicionada por singularidades específicas de cada cual. Le dijo que no podría tomarlo a menos que viniera tres veces a la semana. Sus condiciones singulares de contacto, de pensamiento, de acción tenían ese tope. Lo pensó allí mismo, se lo dijo, y afortunadamente el joven aceptó.

La presencia de los sujetos admiten ciertos corrimientos al servicio del vínculo. Hay momentos de significación y de interpretación y hay momentos de imposición, de acciones, de un hacer que lleva a que cada sujeto imponga su presencia y de parte del otro tratar de hacerle un lugar. Hay momentos de opinión diseminada o incluida en las interpretaciones. Con los pacientes también nos liga una relación de poder, cada uno de nosotros ejercerá acciones que trataran de impedir las acciones del otro. Eso deberá llevar a darle lugar o no. De acuerdo a eso la relación devendrá con muchos de esos momentos en un vínculo que se ha de modificar y ha de modificar ambos sujetos relacionados y podrá continuar y ampliarse o interrumpirse. Obliga a tener en cuenta al otro. Es lugar de decisiones y no tanto de interpretación que, desde ya, pueden luego acompañar a esas acciones. Creo que vale la pena distinguirlas. Quisiera agregar que esos aspectos que diferencio tan claramente aquí, se hallan entreverados en cada intervención del paciente y del analista. Tiene valor ampliatorio considerar esta distinción.

Síntesis

Intento hacer un recorrido por la sesión psicoanalítica, para tomar contacto con sus zonas conocidas así como para ubicar algunas nuevas. En la sesión analítica se producen tanto situaciones irrepetibles como la necesidad casi inmediata de volver a producirla, de reproducirla. Cercano a la distinción entre lo que se produce y lo que se reproduce, habría dos enlaces que sugerimos llamar “relación analítica” y “vínculo analítico”. Se da cabida a una diferencia entre persona y presencia y algunas diferencias técnicas en su tratamiento como el uso de interpretación o el de hacer “entre”. Se sigue una distinción entre presencia y ausencia y se usa el ejemplo de Freud del juego del carretel así como la descripción de una situación social. Finalmente se introduce brevemente las relaciones de poder a través de un breve ejemplo clínico.


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Revue Internationale de Psychanalyse du Couple et de la Famille

AIPPF

ISSN 2105-1038